III

Entremos en el tercer periodo de nuestro trabajo.

La primera falta cometida por el ejército carlista fue la de emprender las operaciones del sitio de Bilbao sin tener preparadas las bocas de fuego necesarias, con su correspondiente dotación de municiones, lo cual les hizo después interrumpir los cañoneos y el bombardeo de la plaza. Las impaciencias del general Andéchaga hicieron que el sitio se emprendiese con la precisa infanteria, pero no con la artillería en suficiente número para poder oponerse a la contraria. Estableciéronse, pues, baterías, algunas a cortísima distancia para suplir el escaso alcance de las pólvoras; pero lo que no podia soñarse era que con dos cañones lisos de a 12 centímetros, y cuatro de hierro (porque el de a 10 centímetros, rayado, llegó muy al final), pudieran los carlistas hacer callar a la numerosa artillería rayada de a 12 y 16 centimetros de que disponían los liberales. Asi es que en cuanto se rompía el fuego por las baterías carlistas tronaban los cañones enemigos, y el ejército sitiador sentíase dominado y sitiado, digámoslo así, por el liberal, en lugar de hacerlos callar con la fuerza y número de sus proyectiles.

No hay que negar al general Moriones singulares dotes de mando, como son el valor y la actividad desplegadas en todas cuantas ocasiones tuvo la dirección del ejército republicano; pero en medio de aquellas cualidades nunca le cupo dar cima por completo a sus planes de campaña.

Solamente con volver la vista al año 1873 encontraremos la prueba de nuestro aserto. Nadie duda que el objetivo del general Moriones en Mañeru y Montejurra era la plaza de Estella; asi como el socorro a Tolosa, en Diciembre, debió haberse completado con la destrucción de las fábricas y maestranzas carlistas. Pues bien, el ejército carlista le hizo frente en la primera acción de las citadas con cinco batallones, y en la batalla de Montejurra sólo opuso doce batallones y cuatro cañones a los dieciseis mil hombres, mil caballos y veinticuatro piezas de campaña que llevaba Moriones: el combate se sostuvo dos días con igual tesón por ambas partes, y sin embargo, a pesar de la superioridad numérica de los liberales, se retiraron éstos al tercer día de acción.

Cuando el famoso socorro a Tolosa, nadie pone en duda qun fue muy bien concebida y ejecutada la primera parte del plan de Moriones, pero quedó en pie la segunda, y se convenció de que no podia redondear su operación destruyendo las fábricas de los carlistas.

Del mismo modo en su plan sobre liberación de Bilbao sucedió otro tanto. Seguramente que si hubiera realizado tan bien como lo ideó el sorprender a las fuerzas carlistas vizcaínas, hubiera hecho levantar el sitio de Bilbao, o por lo menos hubiera situado su línea en Portugalete. habiendo salvado el escollo de Somorrostro. El jefe de su primera división, general Primo de Rivera, que tras de reñida batalla con los carlistas se hizo dueño de Salta Caballo y Ontón, le propuso continuar al día siguiente su avance, y el general Moriones no se lo permitió. Este General cometió entonces dos faltas, a nuestro juicio, que le hicieron perder la partida: primera, no seguir inmediatamente el movimiento de su vanguardia para hacer más firme y obtener su avance hacia Bilbao; segunda, no permitir que Primo de Rivera se adelantara cuando todavía los batallones que mandaba D. Castor Andéchaga no pasaban de seis, pues el general Mendiry estaba en Sopuerta aquel día, y el general Ollo una jornada más atrás todavía.

La derrota, pues, del general Moriones en los días 24 y 25 de Febrero tiene su explicación, no sólo en la superioridad de las posiciones que debidamente elígieron y atrincheraron los carlistas, sino que también en el número de batallones que éstos pudieron ya oponer al enemigo en aquella fecha; ventajas compensadas en parte por el número y clase de los cañones con que fueron atacados por Moriones.

Díjose entonces que el plan del General en jefe republicano había fracasado por culpa de los empleados de la vía férrea, que dificultaron sensiblemente el embarque y desembarque de las tropas; pero este descargo agrava más la falta del General, pues estamos muy lejos de creerle tan inocente que no tuviera en cuenta cualquiera dilación por el mal servicio de los caminos de hierro, toda vez que conocía sobradamente el país y los medios incompletos de que disponían los ferrocarriles españoles; circunstancia que, como dice muy bien un escritor liberal, es la primera que ha de tenerse en cuenta cuando de marchar por ellos se trata.

El transporte por mar era otro de los elementos que un general previsor debió tener presente, elementos que a pesar de su bondad no dependían de sí mismos, sino del estado de un mar como el Cantábrico en invierno, y del considerable número de barcos que habían de disponerse para la travesía.

Pudo también haber elegido otro objetivo, o bien combinar un ataque con la marina de guerra, como después se intentó; pero para esto consideramos que no tenía bastantes fuerzas.

Volvamos a los carlistas. Llamado el grueso de las fuerzas de estos a la ribera de Navarra, y calculando por los antecedentes de Mañeru y Montejurra que podía ser aquella la tercera embestida a Estella, acudieron allí como es consiguiente, puesto que estaban tranquilos por la parte de Vizcaya, no temiendo salida alguna de la guarnición de Bilbao, pues el Marqués de Valde-Espina podía oponer seis batallones y el general Andéchaga otros cuatro a los enemigos que pudieran llegar por Portugalete o Somorrostro. Sabedores, sin embargo, del rápido movimiento iniciado por el general Moriones hacia Miranda de Ebro, se les presentó claro y distinto a los carlistas el plan de los enemigos, y por tanto forzaron sus marchas en lo posible, sin un punto de retraso; pero no pudieron evitar que las tropas liberales se les adelantaran por el ferrocarril.

Ahora bien, si el general Andéchaga hubiera tomado con más empeño la defensa de Salto-Caballo, como se lo indicaron oportunamente los coroneles Costa y Argüelles, asi como las posiciones que abandonó al retirarse a Montaño y San Pedro Abanto, los combates se hubieran dado con mejor éxito seguramente, y al enemigo le habría costado mucha gente el forzar las primeras posiciones de que pudo hacerse dueño sin disparar un tiro. Fue, pues, una gravísima falta el preferir las defensas últimas a las primeras, sin que se pueda pensar lo hiciera aquel General por falta de tropas, pues ya el general Mendiry le avisó que se hallaba a una jornada corta con siete batallones de refuerzo y que el general Ollo le seguía con los restantes.

Sentadas estas premisas, la ocupación de Montaño y las sucesivas defensas dominantes de la carretera de Castro, asi como la de los montes de Triano, fueron bien elegidas por el ejército carlista, puesto que el contrario tenía qua pasar por aquel camino, desde Castro, donde se apoyaba, hasta Portugalete y Bilbao, si quería el general Moriones hacer sentir a los carlistas el peso de su artillerIa de batalla y de posición,

Relevado a su instancia el teniente general D. Domingo Moriones, ya hemos dicho que fue reemplazado por el capitán general Duque de la Torre, entrando en el segundo período de las operaciones,

También hemos dicho que fueron atendidos sus refuerzos, pedidos antes por Morionos y ampliados para el ejército del Duque hasta poder disponer de treinta y cuatro o treinta y cinco mil hombres.

Como el objetivo de la liberación de Bilbao se imponía al Gobierno de la República, y ya se habían acumulado en Somorrostro todas las fuerzas de que se podía disponer, el experto Duque de la Torre reunió Consejo de generales a fin de adoptar el mejor modo de romper la línea carlista o de envolverla con los medios puestos a su alcance.

Reciente tenía el general Serrano el triunfo que había obtenido él sobre el capitán general Marqués de Novaliches en la famosa batalla de Alcolea, precisamente por empeñarse Pavía en atacar de frente el campo de operaciones del puente; así es que el plan a que se inclinó desde un principio fue el combinado con la escuadra, previa aquiescencia del ministro de marina, vice-almirante Topete. Se proyectó, por tanto, que una columna de ocbo o nueve mil hombres haría un desembarco en Algorta o Plencia, a la vez que el resto del ejército liberal atacaría la línea carlista de Somorrostro, con lo cual se conseguiría: primero, entretener a los carlistas para que no pudieran desprenderse de fuerzas; y segundo, una vez verificado el desembarco en puntos donde tan escasos defensores pudieran encontrar, atrincherarse en ellos y dar lugar para que al día siguiente levantara su linea el General en jefe liberal y la trasladara integra a la otra orilla de la ría. Sus previsiones se habrían cumplido, porque dicho se está que ni los batallones carlistas de Somorrostro podían debilitarse ante el rudo ataque de sus enemigos por el frente, ni los que cercaban a Bilbao habrían podido abandonar su puesto, dando así lugar a que saliendo de la plaza la guarnición les cogieran las tropas liberales entre dos fuegos. De esta manera, al llevarse a cabo tan bien concebida operación, habrían resultado inútiles las defensas del Montaño y de San Pedro Abanto.

En la segunda parte de este escrito hemos dicho que embarcada con la escuadra la división del general Loma, llegaron los liberales a la altura de la ría, retirándose al amanecer, porque el mar anunciaba tiempo duro: retiráronse, pues, los barcos a sus fondeaderos, y no podemos comprender el por qué de haberse renunciado a este plan, cuando el tiempo sólo tardó algunas horas en abonanzar y pudo haberse procedido al desembarco en las mejores condiciones.

No es concebible, repito, que la alta autoridad del Duque de la Torre, como jefe del Estado, no se impusiera insistiendo en su proyecto aprobado por todos sus generales y hasta por el jefe de la escuadra. Volvió, por consiguiente, el general Serrano a pensar en el ataque de frente a las líneas carlistas, si bien encomendando el principal papel al cuerpo del general Primo de Rivera, para extender su derecha y coger de flanco la izquierda carlista. El general liberal Villegas, competente también en puntos de guerra, sobre todo en la de Vizcaya, opinó que la derecha liberal verificase el flanqueo, no por Triano, sino por el valle de Sopuerta. El Duque de la Torre dió preferencia, sin embargo, al que había de dirigir el general Primo de Rivera por haber pedido este encargarse de la operación: tan importante creyó el General en jefe la misión de su General, que puso a sus órdenes dieciseis batallones con la corrospondiente artillería.

Aún este plan, sin ser tan bueno como el del desembarco, podía considerarse como obligado, dada la situación que ocupaban ambos ejércitos en Somorrostro; y de haberse llevado a cabo pudo comprometer seriamente a los carlistas, cogiendo de revés los pocos batallones destinados s proteger su izquierda. Verdad es que al anciano general Elío no podia escondérsele, ni se le escondió, el posible flanqueo de las fuerzas de Somorrostro, por lo que había situado algunos batallones desde Sopuerta a Galdames para estar en observación del enemigo por estos puntos, a la vez que en un momento dado podían roforzar su izquierda.

Verificáronse, pues, las batallas de Somorrostro, como ligeramente hemos descrito, y ni el general Primo de Rivera pudo lograr su objeto primordial, ni el Duque de la Torre consiguió romper el centro ni la derecha carlista; y aunque avanzó algún tanto su línea de combate hasta ponerse casi al habla con sus enemigos, sobre todo en San Pedro Abanto, ya no pudo pensar en seguir adelante sin nuevos refuerzos.

Antes de llegar a este último periodo no podemos menos de recordar un hecho que pudo influir casi de una manera decisiva en el objetivo principal, cual era la toma de Bilbao. En los primeros días de Abril se desató un violentísimo temporal de aguas y nieves que convirtieron en un cenagal inmenso los campos y las trincheras de ambos ejércitos contendientes. Las baterias sitiadoras se anegaron en términos de tener que suspenderse en absoluto los fuegos. Al amanecer del día 9 apareció caida una cortina de uno de los más importantes fuertes que defendian la plaza, el de Miravilla, arrastrando al foso una de sus piezas de a 16 centímetros. Visto esto por el jefe de las baterías de cañones que escribe la presente Memoria, dió conocimiento del suceso al comandante general de artillería D. Juan María Maestre, añadiéndole que creía suficiente el que por la noche se lanzara el batallón más próximo sobre el fuerte para apoderarse de él; que los artilleros que mandaba deseaban tomar parte en dicha operación en unión de la infantería, y que si se realizaba lo que proponía era posible que las columnas sucesivas de asalto se hicieran dueñas de Bilbao, o por lo menos, si tal resultado no podía conseguiree, el fuerte de Miravilla sería un portillo que en poder de los carlistas hubiera servido con su fuerte artillería para imponerse a los demás y equilibrar los elementos de combate de sítiados y de sitiadores.

Abundando en estas mismas ideas el jefe superior de la artillería carlista, avistóse inmediatamente con el general Elío, quien no consideró oportuno intentar nada por el momento, teniendo que dedicar toda su atención al flanqueo, que ya se sospechaba, del grueso del ejército de Somorrostro.

Como hemos dicho en el anterior período de este escrito, al proveer el ministro de la guerra, general Zavala, de todo cuanto pudiera necesitar el ejército de Somorrostro para extender su ala derecha y envolver con éxito las líneas carlistas, hubo varios pareceres y consultas para el mejor resultado de la operación. El Duque de la Torre pensó desde el primer momento en ello, y su plan difería muy poco del que se llevó a cabo después, y del propuesto también por el general Villegas, que profundo conocedor del pais había hecho estudios sobre él y a quien oyó el General en jefe. Aquel General proponía que el nuevo cuerpo de ejército que se creaba después de la batalla de los tres días, partiera de Santander y Santoña, y por la carretera y alturas ínmediatas bajase a Valmaseda, para desde allí dominar la cordillera de Galdames, cogiendo de revés la izquierda carlista, a la cual embestirían al mismo tiempo de frente respetables fuerzas desprendidas del ejército que quedaría en Somorrostro con Serrano.

El plan ideado por el Comandante en jefe del tercer cuerpo, capitán general Marqués del Duero, prévio acuerdo con el general en jefe Duque de la Torre, consistía en partir de la misma base para dominar las alturas que a derecha e izquierda de Otañes conducen a las Muñecaz, y por las crestas de los montes caer también sobre San Pedro de Galdames: al mismo tiempo el general Laserna con las tropas a sus órdenes debía marchar hasta las Cortes, partiendo de la carretera de Somorrostro a Sopuerta, correrse después hasta darse la mano con las tropas del tercer cuerpo, y pernoctar en Montellano, desde donde se domina el valle de Sopuerta, quedando así rebasada la línea carlista.

Ya hemos dicho que los once batallones que a sus inmediatas órdenes llevó el general D. Joaquín Elío para oponerse al flanqueo eran pocos para contrarrestar el doble ataque iniciado por los cuerpos de ejército del Marqués del Duero y del general Laserna; pero su colocación y distribución fue aun más defectuosa que su inferioridad numérica. En efecto, en vista de la avalancha de enemigos que se le presentaba distribuyó Elío sus batallones dos a dos, estando por tanto en relación de uno por brigada enemiga, y no pudiendo así ser fuertes en ninguna parte. Al atacar las divisiones de Echagüe y Martínez Campos en la acción de las Muñecaz, sólo pudieron oponérseles dos batallones de Velasco y otros dos de Andéchaga, que ligeramente atrincherados, aún se defendieron con heroismo y entretuvieron el combate basta el anochecer, en que el veterano Andéchaga perdió la vida, pero manteniendo brillantemente el honor de las armas.

Falta sobre falta cometió en aquellos días el Jefe de Estado mayor general carlista, fiado más que nada, en que si la línea de Somorrostro resultaba cortada, podría llevar en buenas condiciones todas sus tropas a la línea de Castrejanaja; error funesto que perdió a todos. No sostendremos que dados los poderosos elementos de que disponía el ejército liberal fuera fácil empresa la de imposibilitar en absoluto su victoria; pero seguramente se habría podido conseguir qne llegase muy castigado y quebrantado a la posición última de Galdames, en donde ya hemos visto que sólo el bizarro coronel Solana, con su no menos bravo batallón cuarto de Castilla, tuvo en jaque toda una división enemiga.

La liberación de Bilbao tuvo lugar al fin. Los errores cometidos por unos y por otros todavía son objeto de empeñada polémica cuantas veces surge o se trata de los combates de la línea de Somorrostro. Unos a otros se culpan de sus respectivos fracasos tácticos y estratégicos, y el éxito que coronó el esfuerzo de los liberales se debe según unos al Duque de la Torre, según otros al Marqués del Duero: según nosotros, en nuestra humildísima opinión, se debe únicamente a las faltas cometidas, primero por el general Andéchaga al iniciarse las operaciones, y en segundo lugar a las en que incurrió el general Elío no acertando a colocar sus batallones de modo que no resultara tan débil por todas partes la defensa de sus posiciones.

Sin embargo, el ejército liberal no consiguió desesperanzar a los carlistas con su vencimiento, ni debilitarles moral o materialmente, ni logró más que el resultado de la retirada: prueba de ello incontestable es que el país carlista se entregó en brazos del general No importa; que votó nuevos recursos; que el espíritu carlista se levantó más que nunca, y que cuando Don Carlos de Borbón quiso saber, como Augusto, el número de sus defensores en 1º de Julio de 1874, se vió que disponía de cien mil combatientes en el Centro, en Cataluña y en el Norte, con más de sesenta piezas de artillería, entre las que se contaban más de veinte cañones cogidos al enemigo en buena lid.

De todas maneras, los combates de Somorrostro forman época y aún hoy se consideran como legendarios, siendo de unos y de otros la gloria adquirida en tan memorable campaña, pues como decía muy bien el Duque de la Torre: el valor de los liberales es comparable únicamente al tesón de los carlistas.

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Al publicarse en la BIBLIOTECA POPULAR CARLISTA este trabajo mío sobre la campaña de Somorrostro, cúmpleme repetir lo que ya tuve el honor de manifestar en la velada celebrada por el Circulo Tradicionalista. de Madrid el 10 de Marzo del actual, cuando el Sr. Marqués de Cerralbo me hizo entrega del premio ofrecido por Don Jaime de Barbón a un estudio militar sobre las operaciones de Somorrostro, a cuyo premio no me creo acreedor; dicho sea sin falsa modestia.

El galardón de Don Jaime me ha sido adjudicado por un Jurado que si no me atrevo a calificar de injusto, ha sido, sí, benévolo en demasía, quizás por estar compuesto de antiguos compañeros de glorias y fatigas, tan queridos como lo son para mi los señores don Elicio Berriz, D. Alejandro Argüelles, D. Amador Villar, D. Romualdo Cesáreo Sanz, el Barón de Sangarren, D. Manuel Solana y D. Manuel Rodríguez Maillo: séame, pues, permitido hacer presente a todas mi más profunda y sincera gratitud.

Lo único de que, a mi juicio, no peca mi humilde trabajo, es de inoportuno; porque entre las batallas modernas ocupa lugar preeminente la grandiosa epopeya de Somorrostro, en la que, si los liberales se batieron con valor digno del mayor elogio, los carlistas, desde el primer general hasta el último voluntario, sellaron todos con su bravura, y muchos con su sangre, su amor a la gloriosa bandera de Dios, Patria y Rey, y por lo tanto consideramos que encaja muy bien el recuerdo de aquellas sangrientas jornadas en la primera fiesta de los mártires de la Tradición, cuyas virtudes militares han de servir del más alto ejemplo, tanto a nosotros como a las futuras generaciones.

Madrid y Agosto de 1896.