III

Llegó el mes de diciembre con aparato enteramente belicoso, fecundo en acontecimientos que dejarían memoria en los fastos de Bilbao. Muchos meses habían transcurrido sin que por el interior del país cruzara un solo soldado del ejército republicano, y sin que el gobierno pusiera coto a los continuos desembarques de equipo, calzado, armas y municiones que se verificaban en los puertos, y durante los que los carlistas prepararon con la mayor tranquilidad los medios de bloquear a Bilbao para sitiarle formalmente en seguida, y de sitiar desde luego a Portugalete y apoderarse de los destacamentos del Desierto y Luchana. 1

Estrecharon cada vez más el bloqueo de la villa, hasta tal punto, que sus avanzadas se situaban en la Caba, Perla, monte bajo de Archánda, Cristo, Artágan, Peña, Bolueta, Ventabárri y aún más cerca, haciéndose imposible la salida fuera de los muros fortificados por el gravísimo riesgo que se corría a causa del continuo tiroteo de unas avanzadas con otras. Situaban fuerzas bastante respetables a lo largo de la ria, por la orilla derecha en Quintana, Deusto, Capuchinos, Molino de Viento, Arbolancha, Banderas, Luchana, Axpe y altos de Lejona hasta las Arenas, y por la izquierda en el Campo Grande, Sestao, Desierto, Zorroza, Olaveaga y Abando, de modo que quedaba cerrada herméticamente la comunicación del campo con la plaza. Estas fuerzas destinadas a hostilizar a los buques, hacían tan horroroso fuego sobre ellos, que algunos de sus capitanes se negaban a mandarlos, escaldados por las repetidas desgracias que ocurrían a su bordo y por el temor de que fueran echados a pique por los cañones que colocaban los carlistas en la proximidad de los muelles. Fuerzas más considerables todavía se veían cruzar por Santa Marina, Santo Domingo, Asua, Elexabarri y Baracaldo, y ya no había duda de que por algunos de estos puntos se arrastraban piezas de cañón fundidas en Arteaga destinadas a batir a Portugalete. Al propio tiempo que a la vista de la plaza se descorría este aparato belicoso, se apoderaban los carlistas de las cadenas, cables, calabrotes, anclas y otros efectos de marina de los almacenes de Olaveaga y de los buques en aquellos fondeaderos surtos, y ellos y una enorme cantidad de cables de alambre pertenecientes a la compañía inglesa del tranvías aéreo de Triano, eran transportados en multitud de carros a puntos próximos a la ría, fortificados y ocupados por los mismos. Todos estos preparativos hacían presumir que en breve presenciaríamos acontecimientos de importancia.

En el campo opuesto se tomaban también algunas precauciones; se ocupaba por la guardia foral la iglesia de Begoña, desde cuya torre se dominaba un ancho espacio; se retiraban todos los gabarrones de Olaveaga y buques que pudieran utilizar los carlistas trasladándolos aguas arriba del puente de Isabel II: se conducían los cañones de 16 centímetros y algunos otros a Mallona y Morro: se organizaba la Milicia Nacional local: se avituallaba la plaza con víveres que conducían los vapores de Santander y Bayona: se prohibía su extracción al campo carlista porque desde él nada era lícito introducir dentro de sus muros; se ocupaba y fortificaba rápidamente la iglesia de Deusto, y se admitía por el gobernador civil la renuncia del ayuntamiento federal que tres veces, consecutivas y en épocas diferentes se la había presentado.

Cada día que pasaba, ofrecía más dificultades la navegación del Nervión a los buques mercantes; y cada relevo de los destacamentos de Luchana y del Desierto, costaba nuevas bajas. Fortificados los carlistas y disponiendo ya de más piezas de cañón, veíase llegar el momento de que la única vía con que se correspondía Bilbao quedase interrumpida, a menos que los buques de guerra que la frecuentaban barriesen las fortificaciones y desalojaran de ellas a sus enemigos. La alevosa muerte cometida en el capitán del vapor mercante Dávila D. Ramón Mújica, varado en el bajo de la Botica cuando subía a Bilbao, ejecutada por los carlistas desde el muelle de Deusto, dejándole tendido sobre cubierta, y la del voluntario emigrado del vaporcito Portugalete que se acercaba a prestar auxilio a la tripulación del Dávila, vino a aumentar estas dificultades y a encender los ánimos de los bilbaínos, no acostumbrados a ver perecer todos los días honrados industriales e indefensas mujeres y niños, y asaltadas quintas de pacíficos ciudadanos.

Era el 20 de Diciembre cuando muy de mañana se extendió por todos los ángulos de la villa la noticia de que la ría había sido cortada, pero como esta misma noticia se había hecho correr en otras ocasiones, se esperó su confirmación. Esta vez era un hecho indubitable. Los carlistas habían tendido oblicuamente de muelle a muelle, en Zorroza, dos fuertes cadenas y un calabrote, sujetos, en el de la orilla izquierda, a fuertes estacas que habían introducido en uno de sus recintos fortificados, y en el de la derecha, a grandes anclas sepultadas profundamente en tierra. La disposición en que colocaron la barrera, tenía por objeto que se verificase la deriva del buque que en ella chocase hacia su recinto fortificado, desde el que se apoderarían de él fácilmente. La noticia no alarmó de pronto al vecindario bilbaíno, porque consideraba que sería rápida la destrucción de la barrera, disponiendo de cuatro buques de guerra en la ría, de otros mercantes y de una guarnición de 4500 plazas con los destacamentos de Luchana,Desierto y Portugalete. Ocurrió con este suceso la notable coincidencia de que en la marea del día anterior abandonaron los muelles del Arenal todos los vapores mercantes y de guerra, a excepción del mercante Palmira, y del del estado Aspirante, en reparación desde la pérdida de su antiguo comandante D. José Bedoya, víctima de una bala carlista. No dejó de comprender la autoridad militar superior toda la gravedad del nuevo estado de la ría, y con el objeto de dejarla libre, dispuso que al rayar el alba del día 30 saliese de Bilbao una columna formada de varias compañías de los regimientos Inmemorial, cazadores de Alba de Tormes, Guardia foral, algunos ingenieros, una batería de montaña, y un escuadrón de Albuera, en junto 1000 hombres, al mando del coronel del Inmemorial D. Antonio Pino. Esta columna se dividió en dos fuerzas casi iguales, siguiendo una río abajo por la vega de Deusto con el coronel Pino a la cabeza, acompañado del oficial de E.M.D. Pedro Aragonés; y trepando la otra el monte de Archanda, a las órdenes del teniente coronel de Alba de Tormes D. Luis Quijano. Ambas columnas, protegiéndose, llegaron al Molino de Viento, San Antolín y Banderas, la del monte; y divisoria de Banderas y monte de Cabras, la de la vega. Del destacamento que guarnecía el Puente de Luchana salieron también 40 hombres para ayudar a estas fuerzas. Los carlistas no presentaron oposición durante el movimiento de avance de todas ellas; pero al observar los jefes que las mandaban, después de verificado un reconocimiento por el capitán de E.M. Aragonés y el de ingenieros Otin, los atrincheramientos de Zorroza donde se hallaban tendidos los cables que interrumpían la navegación, las fuerzas situadas en ellos y sus alrededores, y que todo intento de destrucción de aquellos sería vano, además de costar mucha sangre, emprendieron su retirada a la plaza. En aquel momento, y según su costumbre, los carlistas presentaron repentinamente grandes fuerzas, las cuales, precipitándose unas veces en ala por las laderas y formando masas en otras, sostuvieron un fuego muy nutrido y vigoroso hasta que fueron contenidos por la artillería de la batería del Diente y San Agustín que hicieron certeros y oportunos disparos. Esta salida costó a la tropa 4 muertos y 11 heridos, entre estos tres oficiales, un mulo muerto y un caballo herido.

El regreso de la columna sin haber conseguido el objeto que se propuso, que era el de volar los cables con dinamita, antes al contrario, dando a su enemigo fuerza moral, porque las retiradas nunca favorecen á quienes las ejecutan, causó bastante pesar en el vecindario bilbaíno, que abrigaba la seguridad de que el éxito coronaria las esperanzas que había concebido al verla partir camino de Zorroza. Pero como no podía persuadirse de que se abandonase la idea de intentar de nuevo romper la barrera que le incomunicaba con el mundo, que destruía todo su comercio y navegación, y que le dejaba entregado a la suerte del olvido, esperó que la marina de guerra particularmente se esforzaría en dar cima al intento que no pudo conseguir la fuerza salida de su recinto el día 30. ¡Vana esperanza! La marina no volvió a aparecer por aquellas aguas: los carlistas reforzaron de nuevo las cadenas tendiendo siete calabrotes de alambre de la vía aérea, se atrincheraron más fuertemente en las posiciones que ocupaban y colocaron un canon para hacerse más temibles. Bilbao, desde aquellos momentos, quedó incomunicada por agua y tierra con todos los habitantes del globo. La plaza mercantil que pocos meses antes de este suceso tenía dos correos diarios, centenares de buques en sus aguas, dos vías férreas, un cable submarino, 200 kilómetros de carreteras que a ella afluían del interior de la provincia, un movimiento mercantil e industrial que le ponía en contacto con los pueblos más civilizados y el más codiciado porvenir, quedaba reducida a la estrechez de su recinto, al más horrible mutismo, amenazada por un enemigo audaz y formidable, y abandonada de una gran parte de sus hijos más favorecidos por la fortuna!... Parecía que la maldición del héroe de la leyenda italiana quedaba escrita con sangre sobre sus siempre amigos y pacíficos muros!

Al comenzar también el mes de Diciembre, los periódicos de la corte anunciaban un movimiento importantísimo que realizaba el general Moriones. Pocas y muy interrumpidas noticias recibía Bilbao a causa del mal estado de su comunicación fluvial; pero aunque con algún retraso, tuvo conocimiento de la célebre marcha de este general desde Pamplona por el puente de Belan-Oyarzun, Aranáz,Yanci, Lesaca, Gatzelairieta y Arichulegui a Rentería, a donde sin disparar un tiro en su largo y penoso recorrido, llegó el día 8. Este movimiento ejecutado en combinación con el general Loma, dio por resultado incendiar a Arichulegui, rescatar algunos prisioneros que tenían en él los carlistas y destrozarles las fábricas de municiones, apoderándose además de 200 fusiles, cajas de cartuchos, granadas, balas, pólvora y otros pertrechos de guerra. Desde Rentería y San Sebastián se dirigieron ambos generales con sus fuerzas el día 8 sobre Tolosa, muy apretada por el cerco que sufría, y en cuyos alrededores perfectamente fortificados los carlistas navarros y guipuzcoanos, sostuvieron el día 9 la batalla de Belabieta, siendo rechazados de sus posiciones con grandes pérdidas, y penetrando en Tolosa parte de las fuerzas de Loma. El encuentro de Asteazu que ocurrió dos días después y que puso en fuga a las gentes de Lizárraga, grandemente fortificadas, terminó este movimiento, sin duda el más feliz para las tropas en el año que estaba terminando.

Creíase por aquellos días que el ejército victorioso de Moriones se proponía continuar sus triunfos por Plasencia, Eibar y Ermua, destruyendo a su paso las fábricas de armas que en estas villas tienen establecidas los carlistas, y que, atravesando por Durango, llegaría a Bilbao, aún no incomunicada por mar: y adquiría mayor fundamento esta creencia, al saberse que el ejército del Norte había emprendido su marcha hacia Zarauz, de donde rápidamente podía lanzarse sobre sus enemigos que acampaban a no larga distancia de sus reales. De repente la escena cambia de decoración; y cuando se creía al general republicano caminando hacia las tierras de Vizcaya, recíbese en Bilbao la noticia del embargo de todos los vapores de su matrícula, que navegaban en las aguas de su puerto, Santander, San Sebastián y Bayona, y del de los demás vapores que llegaban a estos primeros puertos. Esta medida dictada por el poder supremo, tenía por objeto embarcar las tropas de aquel ejército y trasladarlas a Santoña, plaza fuerte situada en el litoral cantábrico, en comunicación directa por ferrocarril con la corte, y dueña de hilos telegráficos que le permitían ponerse al habla con ella y recibir instantáneamente sus órdenes. Moriones, en efecto, desembarcó en Santoña con la mayor parte de su ejército el día 25, causando no poca sorpresa, y excitando la curiosidad hasta el extremo de ser el tema constante de las conversaciones de cuantas personas se interesaban en la cosa pública, movimiento tan inopinado como misterioso. Pero ¿a qué causas respondía? ¿En qué principios de estrategia descansaba? ¿Cómo un general victorioso al frente de su enemigo le abandona el campo y toma una ruta tan impensada? ¿Porqué huye de su presencia y se traslada a lejanas tierras, dada la estrecha esfera del país en que operaba? Las opiniones se dividían en un extenso círculo, halagando cada cual las que creía más probables. Quién suponía que al encontrarse el ejército del Norte rodeado de las fuerzas navarras, guipuzcoanas, alavesas y vizcaínas, no podía desembarazarse de ellas sin recibir un terrible escarmiento, y que para evitarlo, se trasladó por mar a Santoña, donde aumentando su número, podía fácilmente develar en las tierras de Vizcaya, menos montañosas que las de Guipúzcoa, y vírgenes de castigo por no haber sufrido todavía el paso de considerables huestes. Quien pretendía que hallándose próximo el fatal 2 de enero y esperándose graves disturbios en la península, el gobierno había reconcentrado todas las fuerzas militares del Norte en una plaza fuerte que disponía de una vía férrea, para que al primer llamamiento que les dirigiese, se trasladaran por ella rápidamente a su lado; y quien, en fin, solo veía en este movimiento la idea de obligar a los carlistas a levantar el bloqueo de Bilbao, de avituallarla y fortificarla convenientemente y de proseguir la guerra, subyugando primero a Vizcaya y en seguida a las demás provincias vascas y a Navarra. Estos y otros pareceres se manifestaban, tomaban cuerpo y se discutían con gran calor; pero como Bilbao carecía ya de comunicaciones, ignoraba por completo lo que ocurría a cinco leguas de su recinto. Solo llegó a saber con seguridad que todas las fuerzas carlistas de las tres Provincias y Navarra se dirigían a las Encartaciones a provocar una batalla al general en jefe de las tropas del gobierno, que se fortificaban sobre el río Somorrostro y que a él trasladaban todo su material de guerra. Y sabía también, porque lo veía, que Portugalete era seriamente atacada , no ya por peones solamente, sino por artillería,porque el humo de los cañones carlistas y su estampido, hendía la atmósfera que le separaba de la plaza sitiada y repetía el eco de los valles y montañas que baña con sus aguas el Nervión. A Pesar de este siniestro espectáculo, confiaba Bilbao en ser prontamente socorrida, y no abrigaba temor alguno por la plaza de Portugalete, recordando que la defendía el bravo batallón de cazadores de Segorbe, cuyo orden y disciplina admiró más de una vez en las deplorables jornadas de julio y agosto, en que puso freno a los excesos de una soldadesca y paisanaje tan insurreccionados como libertinos. Demás de esto, el ejército del Norte distaba dos leguas solamente de Portugalete; sus comunicaciones ofrecían la mayor seguridad, y la guarnición se hallaba perfectamente provista de bastimentos, siquiera fuese, porque a los de plaza que contaba para muchos días, había que agregar 30,000 raciones de etapa que el día 27 remesó la administración militar de Bilbao a las tropas expedicionarias de Moriones, a quienes suponía ocupando aquel puerto y sus alrededores.

La situación de Bilbao seguía agravándose por momentos al alborear los primeros días del año de 1874, no obstante haberse abrigado durante algunas horas la esperanza de que su comunicación por la ría se vería prontamente restablecida. Esta creencia tomó orígen de la sigilosa empresa que alas 2 de la madrugada del día 31 intentó llevar a cabo el teniente de navío de 2.ª clase D. Narciso Rodríguez Lagunilla, por mandato del general Castillo, puesto de acuerdo con el comandante de marina de la plaza Sr. Catalá. Se ideó cargar un barquichuelo con dinamita y otras materias altamente explosivos y remolcarlo por el vaporcito de ria Bilbao hasta la proximidad del punto en que estaban tendidas las cadenas, en las que se inflamaría, deteniéndose, a luego de hallarse sin gobierno, y volarían en pedazos así como todos los demás objetos que se alzaran en sus inmediaciones. Lagunilla montó el vapor con cuatro marineros de su buque Aspirante; emprendió silenciosamente la marcha y navegó sin ser molestado por los carlistas hasta cerca del astillero de Zorroza, donde desamarrando el barquichuelo que remolcaba, y poniendo fuego a la mecha, lo dejó a la deriva, regresando él con su vapor, aguas arriba. La explosión del brulote fue espantosa, derramando la mayor alarma, no solamente entre los carlistas por aquellos lugares distribuidos, sino entre todos los vecinos de Olaveaga, Deusto y barrios más próximos a Bilbao, que ignoraban por completo la causa que la producía. Pero con gran pesar del vecindario bilbaíno y de los iniciadores del proyecto, súpose algunas horas más tarde que éste había fracasado, porque calculándose con poca exactitud el tiempo que tardaría en consumirse la mecha, se incendió el brulote antes de que tropezara en la barrera de cadenas.

Este poco feliz resultado dejó privada a Bilbao de lo que ocurría en la corte, precisamente en los días en que todo prometía disturbios y trastornos, trastornos y disturbios que le alejaban la esperanza de su socorro, y le aproximaba el temor de ver empleadas las fuerzas que casi alcanzaba a vislumbrar, en sofocarlos donde quiera que ocurriesen. Era esto para sus habitantes un verdadero martirio de Tántalo; tener a sus puertas el bien que tanto apetecían y no gustarlo siquiera, porque no podían entenderse con sus salvadores, ni estos comunicarse con ellos. ¡Falta punible, de quienes encargados de montar un telégrafo óptico o de banderas, cuyo personal y material residía en Bilbao hacía tiempo, dejaron a la plaza sin este poderoso auxilio de comunicación y de esperanza! Doce días transcurrieron sin que penetrase en ella un solo periódico que la sacase de la grandísima ansiedad en que se hallaba, hasta que el 8 por la mañana recibió un número de la Época del 5 que contenía la caída del ministerio Castelar, la disolución de la Asamblea por el general Pavía y la formación del gabinete con el duque de la Torre a la cabeza. Esta noticia produjo un efecto satisfactorio, porque alejaba los temores de entronizamiento de una demagogia brutal, al propio tiempo que eran una garantía de orden los nombres de los nuevos ministros. Veíase también, y esto era lo que más importaba a Bilbao, que el nuevo cambio político no había producido sublevaciones en las ciudades más importantes de la península, porque los de Valladolid y Zaragoza fueron inmediatamente sofocados, con lo que quedaba asegurada la prosecución de las operaciones del ejército del Norte. Al propio tiempo que se operaba este cambio, desaparecía también de Bilbao su ayuntamiento de elección popular, y tomaba posesión el nuevamente nombrado por el gobernador y diputación general, compuesto de personas de arraigo y de ideas de orden. Al aceptar el delicado y poco agradable cargo de que se hallaba investido, dirigía al vecindario el siguiente notable manifiesto:

A LOS VECINOS Y MORADORES DE ESTA VILLA

Tuvieron los que suscriben la inmerecida honra de ser convocados el día 1.° de este mes y año a la sala de sesiones de la Iltma. Diputación general, y allí supieron con pesar que, persistiendo el ayuntamiento de esta villa en la dimisión presentada, había por fin el señor gobernador resuelto admitirla. Cediendo sin duda a la presión de razones poderosas, después de haber luchado con energía y buena voluntad para superar fuertes contrariedades, el ayuntamiento de elección popular había resignado su mandato y quedaba la villa huérfana de administración en los momentos más solemnes y críticos de su vida. En tan angustiosa coyuntura, era casi general la expectación de que otras personas, a quienes la opinión pública designaba y que habían distinguidamente demostrado sus notables dotes en la administración, vendrían a llenar los puestos que hoy ocupan los que dirigen su voz leal y amiga al vecindario. 2

Abrigan los que suscriben el justo temor de no poder colocarse á la altura de las gravísimas circunstancias en que hoy se encuentra Bilbao: sintiéndolo con sinceridad, así lo han expuesto con lisa franqueza a la Iltma. Diputación, encareciendo la conveniencia y la necesidad de llamar a otros hombres de mayores merecimientos y de más altas condiciones, que supieran dominar la aflictiva crisis que la villa atraviesa. Pero vista la gravedad de las circunstancias y la impotente incertidumbre del porvenir, considerada la inmensa responsabilidad moral de rehuir en un trance supremo un puesto de sacrificio y de peligro, los vecinos que forman el Ayuntamiento interino han aceptado una misión que consideran transitoria por ingrata, por penosa y por comprometida que sea. A ello les ha impulsado tan solo el sentimiento de sus deberes cívicos, el amor entrañable que profesan a Bilbao y la conciencia de que es preciso probar en estos momentos, más que nunca, que la fe y los sentimientos religiosos, la laboriosidad y el buen comportamiento cívico los posee en alto grado la familia liberal, por más que pretendan monopolizarlos quienes no tienen derecho a blasonar de esas virtudes.

Para probarlo a la faz del mundo, para que la marcha del municipio sea, en su carrera necesariamente espinosa, menos expuesta y comprometida, necesita y espera la cooperación incondicional de todo el vecindario. La situación exigirá necesariamente medidas extraordinarias, remedios soberanos, que con las facultades y los elementos normales no se salvan crisis de tamaña magnitud. Sin el concurso decidido, sin la abnegación de todos, esos remedios no podrían aplicarse. El Ayuntamiento no abriga la menor desconfianza respecto a la actitud resuelta y generosa del vecindario.

Cuando un pueblo se encuentra apretado por un estrecho cerco, parece como que el mundo se restringe al espacio cerrado por su perímetro, y puestos en común por la ley de la necesidad y por el sentimiento fraternal sus afectos y sus intereses, sus cuidados y sus esperanzas, se compenetran é intiman todas, convirtiéndose en una sola familia. Bilbao hoy debe sentir, pensar y obrar como si todos fueran una familia estrechamente unida.

Profundamente convencido de que la acción del Ayuntamiento no debe salir del círculo de la administración, se aplicará con toda su voluntad y ahínco a llenar honrada y provechosamente su cometido y estudiará con prolija atención todos los asuntos y reformas que a los intereses municipales afecten, guiándose siempre por un ardiente deseo de amplia conciliación ó impulsado por un sentimiento de cariño y consideración a sus convecinos. Juzga que es por demás importante el robustecimiento del principio de autoridad, que en situación tan imponente como la que nos rodea, solo la alianza del deber sellada por una estrecha unión entre los que mandan y los que obedecen, puede salvar, no ya intereses secundarios y accidentales, sino la causa pública puesta en peligro.

Sean cuales fueren las circunstancias porque nuestro pueblo se vea precisado a atravesar, un secreto instinto dicta que la Providencia no le abandonará en cualesquiera trance. Ella que ha coronado con tantas glorias y con tantas prosperidades en lo pasado su espíritu progresivo, su heroísmo, su amor al trabajo y sus virtudes domésticas, conservará a esta villa, pequeña en territorio, pero grande por el genio y la valentía de sus hijos, en el aventajado puesto que ha adquirido en el mundo civilizado, contrastando todos los embates y defraudando todos los designios del enemigo.

Bilbao 4 de enero de 1874.—Felipe de Uhagon.—Manuel de Lecanda.—Agustín María de Obieta.—Severino de Achúcarro. —Tiburcio de Menchacatorre.—José L. Moyua.—Víctor de Maruri.— Ángel Palacio.—Manuel de Aras.—Mario Adán de Yarza.— Eugenio de Aguirre y Cucullu.—Félix del Rio.—R. Manuel Elorduy.—Francisco de Saralegui.—Emiliano del Campo. —Eduardo de Achútegui.—Federico de Echevarría.—Domingo Urquiola.—Lorenzo de Aguirre.—Tomas de Arellano.—Ramiro de Orbegozo.—Juan de la Cruz de Arteach.

El nuevo ayuntamiento se dedicó de lleno a vencer los múltiples y desordenados trabajos que le legaron sus antecesores, agobiados principalmente por la penuria de sus arcas y por los enormísimos gastos que habían producido las fortificaciones y otras atenciones de guerra; y en su vista, y para procurarse medios de que carecía, excitó primero al vecindario a interesarse en una suscripción voluntaria restituible, que no correspondió a sus esperanzas, e impuso más tarde una obligación de guerra a vecinos ausentes o considerados como poco afectos a la causa liberal con la que tampoco allegó los medios suficientes. A Pesar de esto, y firme en su propósito de mejorar su hacienda, estudió otros medios que le hicieron conllevar la crítica situación en que se hallaba comprometido. Acordó también la disolución del batallón de Voluntarios de la República que se llevó a cabo por medio de una entrevista habida entre el alcalde y algunos jefes del batallón expresado que depuso las armas en medio del mayor orden, y muchos de cuyos miembros inmediatamente se inscribieron en el de Auxiliares, prestando en él muy buenos servicios durante el curso de los sucesos que ocurrían uno y otro día.

Entretanto D. Carlos con su ejército ocupaba los alrededores de Bilbao, y se fortificaba seriamente al frente del de Moriones: Castrejana fue convertido en un extenso y formidable reducto; y a medida que el ejército del Norte permanecía en la inacción, el carlista reunía todas sus fuerzas, atrincheraba con pasmosa celeridad los desfiladeros y elevadas montañas por donde había de acometerle si intentaba forzar el paso para socorrer a Bilbao, y formaba un baluarte provisto de alguna artillería en una extensa línea sobre el río Somorrostro, en San Pedro de Abanto, Santa Juliana, las Muñecas, Murrieta, Nocedal y puntos inmediatos, cuyos puentes había volado. Todo en fin hacía presagiar que se daría una gran batalla en la zona extrema de las Encartaciones y que se jugaría en ella la suerte de los partidos militantes. Esto no obstante, no podía comprenderse en Bilbao la actitud del general Moriones, que más bien parecía frío y pacífico espectador de los movimientos de sus enemigos, que jefe dispuesto a acometerlos; ni podía traducirse como signo de buen augurio los aproches que todos los días establecía cerca de sus muros, ni seguir oyendo con tranquilidad el estampido constante del cañón sobre las cimas de Portugalete, porque se consideraba que si este puerto caía en poder de los carlistas, la situación de Bilbao sería muchísimo más grave y levantaría en extremo el espíritu de los que le combatían. Aumentó el temor causando una sensación profunda, la rendición del destacamento de Luchana, ocurrida a las 9 de la mañana del día 13 de enero, en que perdió la guarnición de Bilbao 94 soldados del regimiento de Zaragoza con sus oficiales D. Joaquín Vidal, D. Juan Solsona, D. Silverio Anguita y D. Camilo Pérez, y 20 carabineros con un sargento, 18.000 cartuchos, sacos de alubia, garbanzo y arroz, alguna caja de tocino, y el material y utensilios necesarios a esta fuerza. Una vez posesionados los carlistas del reducto de Luchana le redujeron a pavesas, trasladando antes en barcas al otro lado del río a sus prisioneros. Dorregaray en persona les hizo desfilar a su presencia, mientras la charanga de uno de sus batallones ejecutaba un pasodoble. 3

Coincidía con este desventurado suceso la noticia que tres días después recibió Bilbao. Cuando creía que el general Moriones se hallaba operando por Valmaseda, Arciniega y puntos inmediatos y que rompería de una vez las líneas enemigas, supo oficialmente que este general conversaba telegráficamente con el ministro de la guerra desde los muelles de la estación de Miranda, manifestándole la necesidad de recibir refuerzos si había de operar con alguna esperanza de éxito; lo que daba a entender con demasiada claridad a los bilbaínos, que el ejército del Norte, no solamente no efectuaba su prometido movimiento de avance, sino que se alejaba separándose de su principal objetivo, volviendo la cara a los enemigos que tenazmente le provocaban y a quienes no creyó prudente arremeter por escasez de fuerzas. Desde luego se comprendió también la suerte que esperaba a Portugalete, que, aunque contaba con su excelente guarnición de 1000 hombres, tres piezas de artillería, cuatro buques de guerra estacionados a su frente y muchos víveres y municiones, no podía esperar socorro tan inmediato como cuando se hallaba a dos leguas de distancia el ejército del Norte, y veía a su alrededor, con su ausencia, solamente el gran núcleo del ejército carlista. En efecto, aquella plaza fue sitiada formalmente el 28 de Diciembre por 5 o 6 batallones dirigidos por Dorregaray y Andéchaga, tres días después del desembarco de las tropas de Moriones en Santoña, y en los momentos mismos en que el vapor Deusto atracaba a sus muelles, en medio de un nutrido fuego de fusilería, el blokaus de Artágan, de que en otra parte queda hecho mérito, destinado con mal consejo y peor oportunidad al alto de San Roque, ya fuertemente atrincherado por los sitiadores. A las 6 de la tarde de este mismo dia se disparó el primer cañonazo sobre Portugalete desde una batería próxima a Sestao, siguiendo sus fuegos y los de otros dos cañones en los días 29 y 30, sin causar gran deterioro en las aspilleras ni en los muros y paredes de la iglesia, ocupada por la guarnición. El 31 avanzaron los carlistas sus baterías haciendo 150 disparos de cañón liso y rayado, logrando derribar parte de la torre de la iglesia, en reparación, y que no estaba muy segura, y algunas casas a ella inmediatas. El 1.° de enero lanzaron 130 proyectiles huecos y sólidos sobre la villa, intimando Dorregaray la rendición al jefe de las fuerzas sitiadas teniente coronel del batallón de Segorbe D. Amos Quijada. La contestación de este jefe fue, «continuar el fuego contra el enemigo,» al mismo tiempo que el Buenaventura disparaba contra él con tanta tenacidad como acierto. En vista de esta actitud de la plaza, mandó Dorregaray colocar otra pieza sobre la orilla derecha del Nervión, en las Arenas, pero no consiguió su objeto durante el día, por impedírselo el Buenaventura, hasta que llegada la noche y sostenida la operación por un vivísimo fuego de fusilería, apareció al día siguiente una batería formada con sacos de tierra y arena sobre el muelle de Lamiaco. Durante los días 3 al 8 dispararon los sitiadores 1200 proyectiles sólidos de a 15,18 y 22, y en la noche del 9 pegaron fuego a un edificio que distaba 20 metros del recinto fortificado. Una gran barricada y otras obras de defensa se levantaron por la guarnición el día 10 en las calles del Medio y Cristo, y en medio de las sombras de la noche la goleta de guerra Buenaventura y el vapor Gaditano cruzaron sus fuegos con la fusilería y el cañón de las Arenas, que logró poner algunas balas en el casco de la goleta. Esta y el Gaditano se hicieron a la mar en la mañana de este día, sin que se les volviera a ver durante todo el asedio. Desamparada la estación naval de Portugalete con no poco sentimiento de los sitiados, colocaron los carlistas el día 11 en las Arenas un mortero de 12 pulgadas, con el que comenzaron a bombardear el reducido casco de la población, al propio tiempo que le cañoneaban desde una y otra orilla. El 12 continuó el bombardeo causando muy pocas víctimas, y el 13, dos buques de guerra que se presentaron en el Abra, cañonearon a Santurce y Algorta. Con estos buques intentó comunicarse el teniente coronel Quijada, pero no pudo conseguirlo, porque sin atenderle cuando tan interesante leerá ponerse al habla con ellos, tomaron la vuelta de afuera con rumbo al O. EL 14 recibió Portugalete en sus calles y caserío más de 50 balas de cañón, y habiendo los carlistas levantado y artillado una nueva batería en el muelle de las Arenas, batieron a la fonda del muelle nuevo, convertida en pequeña fortaleza, con más de 90 disparos, sin causar más que un herido. En los días 15 y 16 continuó el fuego sin novedad, y el 17 a las 4 de la tarde lograron los carlistas introducirse sigilosamente en una casa del muelle ocupada por una avanzada de la guarnición, para hacerla volar. Verificada la explosión, se precipitaron a la bayoneta 120 carlistas sobre la pequeña avanzada compuesta de diez cazadores de los que cayeron en su poder el sargento, el cabo y dos soldados, dos heridos y un muerto, salvándose los dos restantes. Apoyada la avanzada por un pequeño destacamento salido de la plaza, cruzó sus bayonetas con las de sus enemigos, quedando estos posesionados del puesto avanzado: pero colocando los sitiados durante la noche en la fonda del muelle dos cañones con los que hicieron 22 disparos a la casa ocupada por los carlistas, huyeron de ella después de sufrir algunas pérdidas y abandonar varios efectos; y siendo en seguida incendiada por doce cazadores, quedaron abrasados algunos cadáveres de carlistas, que, heridos o muertos, no pudieron seguir a sus compañeros en la fuga. Tanto los sitiados como los sitiadores aumentaron sus medios de ofensa y defensa en los días 18, 19 y 20 aproximando los primeros sus baterías a tiro de pistola de las murallas y barriendo con sus disparos los muelles nuevo y viejo, y levantando los segundos nuevas barricadas y nuevos medios de combate. Ya este día los carlistas confiaban en la próxima capitulación de la plaza; pero como el espíritu de la guarnición era inmejorable y contaba todavía con grandes recursos; como los fuertes se hallaban muy poco deteriorados y eran escasas las pérdidas, no podían imaginar los ánimos serenos lo que había de sobrevenir el siguiente día 21. Tan pronto como amaneció, la artillería carlista comenzó a batir el convento de Santa Clara, situado en el estremo E. de la villa, y abandonándolo sus defensores, izóse a las tres de la tarde bandera blanca de parlamento, saliendo a celebrarlo el alcalde D. Máximo Castet, un capitán de Segorbe y alguna persona más en dirección del alto de San Roque. A las cuatro y media de la tarde regresaron los parlamentarios acompañados del general sitiador Dorregaray, de Andéchaga, Radica, Calderón y varios oficiales de E. M. Todos juntos se dirigieron a la casa llamada de Calonje, a la que acudió el teniente coronel Quijada, seguido de algunos oficiales de su batallón, y conviniendo en las bases en que había de ser entregada la plaza, regresaron a su campo Dorregaray y su acompañamiento. A las ocho y media de la mañana del día 22, formada la guarnición delante de la iglesia de Santa María, oyó la lectura de las bases de la capitulación, y presentándose a las nueve Dorregaray y Andéchaga con sus ayudantes, la vitorearon repetidas veces, saliendo con armas en dirección a Durango, donde se hallaba D. Carlos, y donde habían de deponerlas. Fuertes murmullos contra este depresivo acto salieron de entre las filas de aquellos cazadores, algunos de los que todavía repetían en alta voz que antes de rendirse debían haber intentado abrirse paso por en medio del enemigo, equipados a la ligera y sin más peso que los cartuchos; pero penetrando en seguida fuerzas carlistas en los puestos que habían ocupado, oyeron la voz de sus jefes que les mandaban emprender la marcha. El gobierno perdió, con la entrega de esta plaza, 950 soldados de Segorbe, 80 zapadores con 3 oficiales, 30 artilleros con un teniente facultativo y otro práctico; 2 cañones cortos rayados de 8 centímetros; 150,000 cartuchos sistema Remington; 24 pipas de vino y otros abastecimientos y parte del blokaus destinado al alto de San Roque. Y Bilbao perdió también uno de sus principales puntos de apoyo, y una fuerza militar que le era demasiado necesaria para verla caminar prisionera de guerra, camino de Durango.

La noticia de este desastre se comunicó a Bilbao el día 22 a las cuatro y media de la tarde por cuatro vecinos suyos a quienes los carlistas permitieron salir de Portugalete. Un grito de dolor salió de los pechos de todos los bilbaínos y de la guarnición al saberla, porque apreciaban tanto las dotes militares del teniente coronel Quijada y tenían tanta confianza en que antes de rendirse llegaría al más alto grado de heroísmo, que no podían creer en ella ni en los humillantes detalles con que se la referían. Y subía de punto su indignación al recordar la conducta de la marina ausente del frente de la plaza, precisamente en los momentos más apremiantes del sitio y cuando pudo prestarla grande apoyo, y al considerar que, dueños ya los carlistas de la embocadura del Nervión y alejado el ejército del Norte, no les quedaba más remedio que prepararse a resistir el formidable sitio -con que les amenazaban hacía tanto tiempo. La rendición de Portugalete que valió a Andéchaga el empleo de mariscal de campo y el título de ascenso a marqués de esta villa, y a Patero el de brigadier, fue anunciada con grandísimo júbilo por los carlistas que echaron a vuelo las campanas de las parroquias de Baracaldo, Abando, Deusto y pueblos inmediatos a Bilbao, y con una alegre romería que celebraron en el Puente Nuevo, cuyos sansos y algazara mezclados con las más injustas amenazas, llegaban a los oídos de los habitantes de la villa invicta, que les escuchaban con ánimo tan sereno como con pesar profundo. La villa de Durango celebró también este suceso con un repique general de campanas, iluminaciones y otros festejos públicos.

El general Castillo que participó, como todo el vecindario, del mal efecto producido por tan grave noticia, se apresuró a publicar dos alocuciones, que se fijaron en los sitios más públicos. La dirigida al vecindario, á quien solamente conocía por su historia y por sus antiguos y siempre serenos modos de conducirse, decía de este modo:

«BILBAÍNOS:
Al dirigiros por vez primera la palabra, tengo el sentimiento de anunciaros la rendición de Portugalete, después de una heroica defensa. Si no conociera el elevado ánimo de los vecinos de la invicta villa, temería la impresión producida por este desgraciado contratiempo, tan frecuente en la guerra, pero que sirve para probar el temple del alma de los valientes. Los héroes y sus hijos de 1835 y 36 verán este suceso sin temor.

Espero y tengo fundados motivos para aseguraros que en breve pisará el valiente ejército del Norte el recinto de esta villa, y entretanto vuestro comandante general aumenta los medios de defensa, además de los ya acumulados en esta villa, y todas las autoridades se ocupan en asegurar la subsistencia por mucho más tiempo que el necesario para que Bilbao aumente los nobles timbres que tiene ya adquiridos, y el partido carlista sufra bajo sus muros un nuevo revés y un desengaño más.

Bilbao 22 de enero de 1874.—El comandante general, Ignacio María de Castillo.

A las tropas que componían la guarnición les dirigió las palabras siguientes:

«SOLDADOS:
Portugalete ha caído en poder de los carlistas. Su guarnición, después de muchos días de rudos combates, cedió, é ignoro aún la causa.

Pronto vendrá a nuestro lado el ejército del Norte y recuperaremos aquella posición y nos estableceremos en todas las que sean necesarias para evitar sucesos desgraciados, y mantener muy alto el nombre que supo alcanzar la guarnición de Bilbao.

La gloriosa historia de esta invicta villa en los años de 1835 y 1836, impone grandes deberes a las tropas que hoy les cabe la alta honra de defender su recinto. Con menos y no tan poderosos medios como hoy cuenta para su defensa, nuestros compañeros de armas entonces, unidos con su esforzada Milicia Nacional, vencieron a un enemigo más fuertemente organizado y que poseía una artillería tan numerosa como la de los defensores, mientras que la que tiene hoy es en escaso número e inmensamente inferior a la de la plaza.

Si antes de que lleguen nuestros compañeros de armas, la suerte nos depara ocasiones de imitarlos, aprovechémosla para demostrar que si nuestra situación es más favorable que la de los heroicos defensores de esta villa en su primero, segundo y tercer sitio, no por eso en el cuarto nos hallamos menos animosos y decididos a imitar el noble ejemplo que nos legaron, y defendiendo este recinto, defender a la vez la causa de la civilización y de la libertad unidas indisolublemente.

La patria así lo espera y tiene derecho a exigir de nosotros, y no dudo en asegurar que nuestra honrosa deuda quedará completamente satisfecha, mereciendo bien de la nación y el aprecio de nuestros compañeros de armas.

Bilbao 23 de enero de 1874.—Vuestro comandante general, Castillo.

Era de suponer que una vez rendida la guarnición de Portugalete, siguiese el mismo camino la que custodiaba el Desierto. 4

No se hizo esperar este nuevo desastre. Al siguiente día 23 de enero rendían las armas a los carlistas tres compañías del regimiento de Zaragoza y un cabo y cuatro soldados de artillería que servían en el mismo fuerte una pieza corta rayada de a 8 centímetros. El Desierto les entregó también la dotación de esta pieza, algunos millares de cartuchos de fusil, cajas de tocino, arroz, garbanzo, utensilios y otros efectos. Al mismo tiempo que ocurría este suceso, el general Castillo, obrando con reconocida prudencia, mandó retirar la fuerza que ocupaba la iglesia de Deusto, no terminada aún de fortificarse, fuerza que penetró en Bilbao a las cuatro de la tarde del día 23, después de ser hostilizada por los carlistas, dueños ya en absoluto de las dos orillas del Nervión, sobre las que, y en los puntos más próximos a la plaza, como la Cervecería, Caba, Artasamina, la Salve y Perla, establecieron definitivamente sus avanzadas.

Tantos contratiempos y reveses no entibiaron el ánimo de los bilbaínos, antes al contrario, lo enardecieron de tal modo, que por momentos esperaban oír el primer disparo de cañón que les hiciera acudir al lugar del combate. Y esto no podía hacerse esperar muchos días, porque tan pronto como cayó en manos de los carlistas la artillería de Portugalete y Desierto, la trasladaron por Castrejana a Burceña, y por gabarras al muelle de Lamiaco, desde el que, y recomponiendo el puente de Asua, roto por ellos, la dirigieron al monte de Archanda, en cuya cúspide más próxima á Bilbao, en el alto de Santo Domingo y en el punto malamente llamado Quintana, hacía días que se observaban movimientos de tierras que respondían, a no dudar, a proyectos poco favorables al recinto de Bilbao.

Al propio tiempo que ejecutaban estos trabajos, cortaban la única cañería de aguas potables de que se surtía Bilbao, la acordonaban, arrojaban al río en Zorroza todo el mineral preparado para el embarque, obstruían sus aguas con troncos de árboles y con gabarras echadas a pique en el Desierto, frente al Fraile, rompían los pretiles de los muelles y comenzaban á construir con excelentes materiales de los depósitos de perchas y tablazón del barrio de Olaveaga, dos puentes que uniesen ambas orillas del Nervión para el cómodo paso de sus tropas, uno frente al antiguo dique de aquel barrio y otro próximo al astillero de Zorroza.

No había duda para los bilbaínos que estos y otros trabajos que seguían haciendo los carlistas cerca de la casería de Pichón en la cima de Archanda, y el paso por ella y por la de otros puntos inmediatos de grandes fuerzas de infantería y caballería, así como el incesante movimiento de trabajadores y de carros por puntos poco frecuentados y lugares impropios para el . tránsito de esta clase de vehículos, respondían a causas extraordinarias, que, aunque embargaban algún tanto sus espíritus, no por eso les arredraba ni abatía. Un suceso vino a reanimarlos en medio de la incomunicación en que hacía muchos días que se hallaban con el mundo. Llegó a sus manos el 16 de enero un Boletín extraordinario fechado en Santander con la noticia de la rendición de Cartajena, noticia que fue recibida por ellos con el mayor entusiasmo, porque consideraban, que abatida aquella importante plaza por las tropas que la cercaban, podían destinarse enseguida al Norte, y venir en su socorro, no ignorando ya que el movimiento de retroceso del general Moriones sobre las provincias de Burgos y de Alava, consistía en la carencia de suficientes fuerzas para atacar con éxito las formidables posiciones de Somorrostro, fuertemente atrincheradas y defendidas por los carlistas.

Preocupaba ya por este tiempo al ayuntamiento de Bilbao la grave cuestión de subsistencias, y le preocupaba más todavía considerar que los aprestos de los carlistas para formalizar el sitio de la plaza eran cada día más evidentes, y que éste habría de durar hasta la liberación de la villa por el ejército, que, distante de ella por el momento y no hallándose en disposición de socorrerla inmediatamente, haría más penosa y difícil la situación de su vecindario. Y puesto de acuerdo con el general Castillo, que asumía todos los poderes públicos, procedió contra el acaparamiento de subsistencias a que se dedicaban algunos especuladores; prescribió reglas para el degüello de reses, reservando algunas para los enfermos, así como vacas de leche, y dictó otras providencias encaminadas a este objeto mismo. La contraguerrilla de Abasólo que pocos días después hizo una salida a los montes de Ventabárri, Mena, San Roque y sus inmediatos, prestó un buen servicio a Bilbao porque condujo más de 160 reses, que, puestas a la venta pública, satisfacieron algunos días las necesidades de carne de que carecía el vecindario.

Al par de estas prudentes medidas del ayuntamiento, el general Castillo adoptaba aquellas que creia mas urgentes, y en la noche del 24 reunió a la Junta de Armamento y Defensa a quien expuso sin ambages el estado presente de la plaza y el que podía tener en lo futuro, proponiéndola desde luego el nombramiento de una comisión ejecutiva de defensa y armamento, por ser demasiado numerosa la Junta que existía, la cual, obrando con la energía que reclamasen las necesidades de la plaza, salvara los intereses puestos a su cuidado. Aceptada unánimemente la proposición, recayó la elección de la Comisión ejecutiva en los señores brigadier D. Ramón de Salazar y Mazarredo, presidente; D. Luciano de Urizar, D. Ramiro Orbegozo, D. Adolfo de Aguirre, D. Vicente Uhagon, D. Eustaquio de Allende Salazar, D. Cosme de Echevarrieta, vocales, y D. Julián Peña, secretario, nombrando vicepresidente de la anterior Junta de Armamento y Defensa al predicho Sr. Salazar y Mazarredo. Al siguiente dia el general Castillo publicó un bando mandando entregar las armas largas a todos los vecinos que las poseyesen, bajo pena de castigar con la mayor severidad a los desobedientes.

Los carlistas entretanto adelantaban sus avanzadas y construían barricadas en Bolueta, en la Casilla, camino de Basurto, en el crucero de Iturrigorri, en la Salve, Estráunza y casa de Novia, y ocupaban la casa de Beneficencia de San Mamés. Terminados los dos puentes de la ribera de Olaveaga, que les facilitaba la comunicación de los dos barrios de este nombre, cerraron con cables y cadenas la embocadura del Nervión en el extremo de los muelles de Portugalete ; y al propio tiempo que se ocupaban en cegar la ría en el paso llamado el Fraile para interrumpir la navegación en absoluto, ordenaban la desocupación de su convento a las monjas del de Santa Mónica, en la carretera de Begoña, y a los vecinos de las casas del Puente Nuevo de Bolueta y a los de las de la Peña. Prohibían toda comunicación a las gentes de los campos vecinos a la villa con los habitantes de ella, y Velasco hacía fijar en todos los pueblos, con este motivo, el siguiente bando:

D. Gerardo Martínez de Velasco, mariscal de campo de los reales ejércitos, comandante general de este M.N. y M.L. Señorío de Vizcaya.

Usando de las facultades que me están conferidas por S. M. el rey (q. d. g.) y resuelto a que el bloqueo establecido a la plaza rebelde de Bilbao sea observado con todo rigor,

ORDENO Y MANDO:

Artículo 1.° Queda terminantemente prohibida la entrada y salida de Bilbao y de la zona comprendida de nuestras avanzadas más próximas a ella, a toda persona sin distinción de sexo ni edad, y bajo ningún pretesto.

Art. 2.° Los que contravinieren a lo dispuesto en el artículo precedente, serán juzgados en consejo de guerra verbal y castigados bajo las penas más severas sin contemplación alguna.

Art. 3.° Los jefes y oficiales de las fuerzas del bloqueo cuidarán del cumplimiento de este bando en sus respectivos puestos, y serán castigados con todo el rigor de la ordenanza si faltan a él de cualquier manera.

Art. 4.° El presente bando se publicará en todos los pueblos del Señorío con las formalidades de costumbre, y sus disposiciones estarán en vigor desde las veinte y cuatro horas de su publicación. Asua 18 de marzo de 1874.—Gerardo Martinez de Velasco.

Con estas medidas que tomaban los carlistas, tomaba otras análogas el general Castillo, mandando ocupar los palacios de los Sres. Zabálburu y Delmas, situado aquel en el barrio de Mena, en Abando, sobre la carretera de Valmaseda, y éste sobre la de Plencia, próximo a la Salve, donde situó fuerzas de la guarnición para que los defendiesen, como puntos más avanzados; construyó una barricada sobre el camino de Valmaseda bajo las tapias de aquel palacio, en cuyo jardín colocó una pieza de cañón de a 8; otra barricada en el Árbol Gordo, y obras de defensa parecidas en la Plaza de Abando y en varias de sus estradas, bajo el puente de Cantalojas, Plaza de Toros y estación del ferrocarril, que contaba ya con algunas anteriores. El fuerte de Mallona aumentó su artillería con un canon de a 16 centímetros; la batería de la Muerte con otro de a 8 largo, de bronce rayado; la de la Estación con otros dos de a 16 y de a 8; se empezó á construir bajo el primer arco del puente de Isabel 2.a sobre el Arenal, una batería para dos cañones de bronce de a 8 rayados, y se fortificó y aspilleró la torre de la iglesia de Begoña, encomendando su defensa a la Guardia foral. Al verificar estos aprestos y. en muchos días anteriores, las avanzadas. de ambos partidos se hacían un fuego incesante, dirigiendo sus tiros los carlistas principalmente a la de la Salve, que se relevaba diariamente por tropas de la guarnición y a la que causaban algunas víctimas en su demasiado largo y descubierto tránsito. Como los proyectiles disparados por los carlistas penetraban con frecuencia en los consulados extranjeros, particularmente en el inglés, situado en el palacio de la Sra. Viuda de Zumelzu, en Albia, donde flotaba la bandera de su nación, convinieron éste y el francés celebrar una entrevista con Andéchaga que tenía ya establecido su cuartel general en la casa de Beneficencia de San Mamés. Al trasladarse a las avanzadas carlistas, supieron que este jefe se había ausentado del asilo de los pobres, pero no el del batallón de Guernica que lo ocupaba, el cura D. León de Iriarte, a quien expusieron las desgracias que diariamente cometían sus soldados en inocentes mujeres y niños disparando sobre Bilbao, la neutralidad de su pabellón poco respetado, el riesgo que corrían los súbditos que bajo de él se cobijaban, y lo inútil de estos atentados contra los que reclamaban, en vista de hallarse la plaza completamente incomunicada. El cura Iriarte les escuchó con marcada atención, prometiéndoles que haría lo posible porque accediese a la súplica su jefe el general Andéchaga, con lo que regresaron á la plaza los cónsules, no muy satisfechos del resultado de la entrevista.

En medio de la falta absoluta de noticias de que se hallaba Bilbao al terminar el mes de enero, llegaron a poder de sus habitantes algunos periódicos de Madrid, introducidos clandestinamente por quien corrió gravísimo riesgo de perder la vida si se los hubieran descubierto los carlistas. Por ellos tuvo noticias de que el general Moriones se hallaba en Vitoria con algunos refuerzos más y que se proponía emprender su movimiento de avance sobre Bilbao, la traslación de grandes fuerzas carlistas desde Somorrostro a Salvatierra, Villarreal y puntos próximos para oponerse al paso de este general, si por aquel lado intentaba emprender las operaciones; y por fin, el proyecto de sorpresa á Santander por las huestes de Mendiri que la amenazaron muy de cerca, y a cuyos habitantes y autoridades tuvieron en la mayor alarma; la rendición de Laguardia, donde cayeron en poder de las tropas del ejército 800 prisioneros carlistas, 6 carros cargados de armas y otros pertrechos y la muerte del jefe Llórente que la defendía; el generoso rasgo del general en jefe de haber dado libertad a estos prisioneros, y las medidas que dictaba para impedir la introducción de vituallas desde Castilla a las Provincias Vascongadas. Estas y otras nuevas reanimaron mucho el espíritu público, porque se esperaba que después de alcanzado el triunfo de Laguardia, se encaminaría el general Moriones, variando su plan de ataque, ya por Ochandiano ó por Arratia, a las puertas de la plaza sitiada. Súpose también en Bilbao, que algunos días antes D. Carlos había reunido en Durango a los principales jefes de su ejército y celebrado consejo de generales para tratar del sitio y bombardeo de Bilbao, del momento en que debía emprenderse, si antes o después de batir al ejército que venía en su socorro, y de las opiniones que emitieron los generales, que, por fin, acordaron por pequeña mayoría de votos, la rápida ejecución de este proyecto.

Esta noticia se vio corroborada, al menos en apariencia, por un anuncio que el cónsul francés publicó en los periódicos de la localidad, advirtiendo a los súbditos de su nación que quisieran abandonar la villa, se trasladasen a pie al siguiente día al puertecito de Algorta, distante de Bilbao dos leguas y media, donde serían embarcados en el buque de guerra Phoque y conducidos a Santoña: 5 por una circular del general carlista Velasco a los ayuntamientos de los pueblos, encargándoles comunicasen a los vecinos emigrados de Bilbao ó de otros puntos el libre regreso a sus casas, donde por nadie serian molestados;— por la negativa de permiso para poder atravesar por el campo carlista y comunicarse con sus cónsules a los comandantes de los buques francés é inglés Phoque y Ariel, acto que fue enérgicamente protestado por aquellos funcionarios;—por la ocupación de la casa de Estráunza por Andéchaga y su estado mayor;— por el paso de jefes carlistas de alta graduación, que, precedidos o seguidos de piquetes de caballería, se divisaban por las cumbres de los montes en que se ejecutaban obras de guerra;' y finalmente, porque los grandes trabajos de movimientos de tierras en Santo Domingo, Pichón, Casamonte, Artagan y Santa Mónica, tocaban a su fin, habiéndose ocupado en ellos, hasta en los días festivos y de noche, multitud de hombres y aun de mujeres que trabajaban sin descanso y con el mayor ahínco.

Reconocióse también a Andéchaga caballero en su mula favorita, moverse sin descanso por una y otra orilla, ordenar trabajos, remover fuerzas, colocarlas en puntos mas ó menos próximos a la plaza; y como era notoria la febril actividad que desplegaba en el servicio de la guerra y su opinión de bombardear a Bilbao tan pronto como le fuera posible, expresada de una manera clara y terminante en los consejos de generales celebrados a presencia de D. Carlos en Durango, esperábase ya por momentos que se comunicase a las autoridades la advertencia de este bárbaro acto, impropio de llevarse a cabo en inocentes hermanos de una misma raza y familia.

El 2 de febrero, a consecuencia sin duda de algunas deserciones que habían ocurrido en las tropas de la guarnición, y con el objeto de poner coto a este punible acto de la milicia, mandó el general Castillo publicar con todo aparato militar y a son de música, un bando que fue leído por el mayor de plaza en los sitios mas públicos.

Necesario era recordar al soldado las penas en que incurría el abominable acto de deserción, porque algunos, y entre ellos un oficial, unos hallándose de centinela en los fuertes ó en otros servicios, y aquel olvidando el honor de su espada, se pasaron al enemigo, precisamente en los momentos en que la plaza tenía más necesidad de reunir fuerzas para su defensa. Bien es cierto que al aproximarse los momentos de peligro y al saberse de una manera casi oficial que los carlistas tenían ya colocados los morteros en las baterías ocultas de Quintana, Pichón y Casamonte con grandísimo repuesto de bombas fundidas en la fabric a deNtra. Sra. del Carmen del Desierto, se inscribieron en el batallón de Auxiliares más de 400 voluntarios, que, unidos a los 700 que formaban en él, constituían una fuerza de 1100 hombres dispuestos a defenderse hasta el último trance.

Este poderoso aumento de la fuerza ciudadana, fue debido a la patriótica y entera resolución tomada por la casi totalidad de los individuos que pertenecían al antiguo batallón de Voluntarios de la República, cuyos jefes y soldados, olvidando antecedentes políticos y resentimientos nacidos de la forma con que el cuerpo a que pertenecían fue disuelto, ingresaron en el batallón de Auxiliares, precisamente en los momentos en que arreciaba más el peligro, conducta que fue alabada por el vecindario todo y que unió con vínculos estrechos a estas dos fuerzas ciudadanas. 6

No dejaban de tener su explicación algunas de las deserciones de que acabamos de hacer mérito, porque los carlistas hallaron medios de introducir dentro del recinto fortificado proclamas dirigidas por D. Carlos á los bilbaínos y a la guarnición, una pequeña parte de la que, compuesta de bisoños soldados, escuchaba con temor los peligros que le amenazaban, aumentados por la propaganda carlista, y las leía con reserva, a pesar del grandísimo cuidado que emplearon para evitarlo, tanto sus jefes como el mismo general Castillo.

La dirigida a los bilbaínos decía de este modo:

BILBAÍNOS:
Portugalete, el Desierto y Luchana se han rendido, y otros fuertes han sido abandonados. --¿Qué espera Bilbao de su resistencia? ¿Qué espera esa rica y floreciente villa, una de las mas industriosas y mercantiles de nuestras costas del Océano? Si los recuerdos de la Guerra de los siete años, creéis que os obligan a una resistencia tenaz como lo hicieron vuestros padres, comparad la diferencia de los tiempos y de las circunstancias. Entonces teníais en vuestro apoyo un ejército de 30,000 hombres en Portugalete; las legiones extranjeras que con toda la influencia de sus gobiernos os daban Francia, Inglaterra y Portugal. En el trono de España reinaba de hecho, la hija de Don Fernando VII, que, no habiendo llegado aún la hora de los desengaños, podía ser para muchos liberales de buena fe una gran esperanza. Tenía el país y en manos del gobierno poco escrupuloso de Madrid, la riqueza de la desamortización que debía abrirle un ancho crédito en Europa.—¿Cual es hoy vuestra situación?—En Madrid un gobierno nacido de un motín, sin crédito y sin bandera, que no cuenta con el apoyo de ninguna nación europea, porque ninguna lo ha reconocido, y vosotros abandonados a vuestros propios esfuerzos y peleando por lo desconocido.

Mirad los pueblos del M. N. y M. L. Señorío de Vizcaya, en que entran y salen mis soldados sin causar la menor molestia y sin que nadie haya sido maltratado o perseguido por sus opiniones de ayer; y si después del cuadro que os ofrecen estos pueblos, vuestros hermanos, queréis seguir resistiendo y convertir á Bilbao en ruinas como Portugalete, vuestra será la responsabilidad, y que la sangre que se derrame en Bilbao, caiga sobre vuestras conciencias.—Real de Durango 26 de Enero de 1874.—Vuestro Señor y Rey de las Españas, Carlos.

Y la proclama que dirigió a la guarnición contenía estas palabras:

SOLDADOS DE LA GUARNICIÓN DE BILBAO:
Desde el General que os manda, hasta el último de vosotros, estáis fuera de toda sombra de legalidad.—Al servicio de una república que, aunque no había sido reconocida por Europa, se daba ciertas apariencias de derecho según los principios que invocaba, pudisteis creeros en el deber de la obediencia. Disueltas á tiros en Madrid las cortes llamadas de la Nación, el gobierno que hoy pretende regir a España no es más que un gobierno de aventuras, nacido de un motín.—Os dirijo, pues, mi voz, para preveniros que si continuáis resistiendo, no podré consideraros como soldados ligados por los deberes de la ordenanza á una bandera, sino como rebeldes que contra mi derecho y autoridad defendéis al gobierno que ni siquiera tiene la menor-apariencia de legítimo.—Real de Durango 27 de Enero de 1874.—Vuestro Rey, Carlos.

El vecindario bilbaíno que observaba nuevos aprestos para soportar el sitio que debía comenzar y nuevas causas para temerle, mucho más al saber que los carlistas permitieron por última vez la presentación en Bilbao de los comandantes de los buques Ariel y Phoque detenidos en el campo carlista, según se ha dicho, por conducir pliegos para sus cónsules, sin considerar siquiera que obrando de este modo atacaban directamente el derecho de gentes y de nacionalidad, se aprovisionaba de vituallas y caldos que un dia acaso le serían necesarios, si el asedio duraba mucho tiempo; y aunque la plaza se hallaba abundantemente provista, sufrieron tantas mermas los depósitos con las grandes ventas verificadas en los primeros días del mes de febrero, que los artículos aumentaron notablemente de precio, muchos de ellos desaparecieron, y con el temor de que pudieran faltar algunos, como la carne de vaca que ya se había consumido, se proveyó de conservas alimenticias de las que existían grandísimas cantidades. 7

Repetidos disparos de cañón hacía la plaza desde la mayor parte de sus fuertes sobre las baterías enemigas, no logrando, en las lejanas, producir daños por su espesor y fortaleza, pero sí en las barricadas próximas que desaparecían al choque de las granadas, incendiando algunos edificios a ellas cercanos; y con el objeto de poner en seguridad la pólvora y otras materias combustibles que se conservaban hacinadas en el provisional parque de la iglesia de San Nicolás, cuyas bóvedas no se hallaban a prueba de bomba, trasladáronse al vapor Pobeña y a otro gabarron algunas cantidades de ésta y de dinamita, y se fondearon en la mitad de la ria, bien custodiados, entre los puentes colgados de los Fueros y de San Francisco. Tendiéronse también en el río dos gruesas cadenas, montadas sobre boyas, frente a San Agustin, para impedir cualquier amago de incendio de brulote por esta parte, y un grueso calabrote de cáñamo aguas arriba del Puente de San Antón, y se estableció un comedor económico para que no careciesen las clases pobres del necesario sustento en los días de prueba que se les preparaban.

El 19 de febrero oyóse distintamente desde Bilbao fuego de cañón y de fusilería hacia el mar; y como no se ignoraba que la división del general Primo de Rivera había ocupado a Castro-Urdiales, creyóse, y no sin fundamento, que ocurría algún ataque por aquella parte. Esta novedad, la de repetirse al siguiente dia los cañonazos por el mismo lado, y el haberse logrado recibir en días anteriores noticias de que las fuerzas del general Moriones ascendían ya a 22,000 hombres y que esperaba otros 8,000 con los que había apresurado su movimiento de avance sobre Bilbao, levantaron de tal modo el espíritu público, que se daban por bien empleados los 39 días de riguroso bloqueo que la plaza había sufrido; y como se asegurase además que en Onton se había reñido una fuerte pelea el día 13, habiéndole ocupado las tropas del general Primo de Rivera que con grandísimo arrojo tomaron posiciones, rechazando a los carlistas mandados por Andéchaga, y que las de Moriones acababan de llegar a Castro, todos los vecinos confiaban ver muy pronto coronadas las crestas de los montes próximos á la villa con soldados del ejército libertador.

Saboreando estas gratas aunque ilusorias esperanzas, fueron sorprendidos el día 20 por la mañana al observar que un oficial carlista, acompañado de un sencillo campesino que daba al viento una bandera blanca, se encaminaba hacia la barricada del Árbol Gordo, y que al llegar a ella ponia dos pliegos en manos del jefe de la avanzada, uno de ellos dirigido al general Castillo, y el otro a los cónsules de las potencias extranjeras. Contenía el primero la intimación de la rendición de la plaza en el término de 24 horas, y el segundo una advertencia a los cónsules para que los súbditos de sus naciones que no quisieran sufrir los efectos del bombardeo, saliesen de ella antes de las 8 de la mañana del siguiente día 21, siguiendo el camino de Zornoza, o sea el del Puente Nuevo de Bolueta. Uno y otro venían signados por Dorregaray, si bien el marqués de Valdespina estaba ya nombrado comandante general de Vizcaya y jefe de las fuerzas sitiadoras.

El pliego que recibió Mr. Young cónsul de S. M. B., decía de este modo: 8

«El Rey mi Señor me ordena que cumpliendo con la práctica seguida hasta ahora, con lo que el derecho de gentes exige y con lo prometido a V. S. en distintas ocasiones, le prevenga que veinticuatro horas después de recibir esta comunicación se empezará el bombardeo de la villa de Bilbao; debiendo hacer presente a V. S. por lo tanto, que los súbditos de S. M. Británica que quieran salir, lo hagan en dicho plazo, y por la carretera de Zornoza precisamente.

Dios guarde a V. S. muchos.—Cuartel Real de Sodupe, 1 9 de Febrero de 1874.—ANTONIO DORREGARAY.

El pliego dirigido al general Castillo no era un oficio; era más bien una simple carta en la que se nota principalmente la falta de tratamiento a la persona, a quien iba dirigido. Decía así:

Hay un timbre que dice.—Dios, Patria, Rey.—Comandancia general de Navarra, Provincias Vascongadas y Rioja.—Sodupe 1 9 de Febrero de 1874.—Sr. D. Ignacio María de Castillo. Muy Sr. mió y de toda mi consideración: He demorado cuanto me ha sido posible el bombardeo de esa plaza, hasta ver si Moriones nos atacaba; y rechazado como lo hubiera sido, se evitaban los males que se originarán a esa villa; pero viendo que todo es inútil, pues por mucho que el gobierno de Serrano ha querido hacer, no le ha sido posible aumentar las fuerzas que aquel tenía, el Rey mi Señor nie ordena prevenga a V. que veinte y cuatro horas después de recibir esta comunicación, se empezará el bombardeo. -- Ruego a V. que con arreglo a lo que el derecho de gentes exige, deje salir a los ancianos, mujeres y niños que lo deseen, pero por la carretera de Zornoza precisamente.— Le repito lo sensible que me es apelar a este último extremo y destruir una villa como Bilbao, estando España en el estado en que la han colocado los revolucionarios, y se repite con la mayor consideración su atento S. S. Q. B. S. M., ANTONIO DORREGARAY.

La contestación que el general Castillo dio a esta carta, que fue conducida por el mismo campesino que la trajo, decía de este modo:

Señor Don Antonio Dorregaray.—Bilbao 20 de Febrero de 1874,—Muy señor mió y de toda mi consideración.—Quedo enterado de que a las 24 horas de recibido su escrito de ayer empezará el bombardeo de esta villa. Daré aviso a la población y permitiré la salida por el camino de Zornoza a los que quieran usar de ésta licencia.—No puedo menos al acusar el recibo, de manifestarle mi admiración de que un cuerpo de tropas que se pretende con la fuerza de impedir el paso al ejército del general Moriones, no encuentre otro medio para reducir a Bilbao, que el del bombardeo, haciendo caso omiso de sus débiles fortificaciones y de sus defensores para arruinar la villa en nombre de su Rey. -- Queda de V. atento y S. S. Q. S. M. B. IGNACIO MARÍA DE CASTILLO.

Esta noticia se divulgó por Bilbao con tanta rapidez, que así que salió de los labios de las autoridades que primeramente la supieron, no la ignoraba ninguno de sus vecinos. Pero fue recibida con grandísima calma y serenidad, sin alarde alguno.de jactancia y de afectación, como cumplía a un pueblo que conservaba vivo todavía el recuerdo de 1836, cuando el abuelo del actual pretendiente a los mismos derechos que aquel aspiraba, vio caer dentro de la villa invicta centenares de proyectiles huecos y sólidos, que si bien la aplastaron, no la rindieron. 9

Era natural que un suceso tan grave se comunicara inmediatamente al público de una manera oficial, y ya para las 11 de la mañana se hallaba fijado el siguiente aviso del general Castillo en los sitios más públicos de la villa.

«Dispuesto el enemigo a bombardear a esta villa doy conocimiento al público para que los que deseen salir de la población, mujeres, ancianos y niños, puedan hacerlo en el término de 2 4 horas por el camino de Zornoza.

Las autoridades velan por la población, al mismo tiempo que se preparan para rechazar la agresión con todas las ventajas que los medios de que disponen les permiten, esperando confiadamente la llegada del ejército, que según noticias, no se dilatará.

Bilbao 20 de febrero de 1874.—IGNACIO M. DE CASTILLO.»

El Ayuntamiento, que había conferenciado en estos supremos momentos así como la Diputación, con la autoridad superior militar, repartía al público y fijaba también en los sitios más concurridos los dos documentos siguientes:

BILBAÍNOS: A la villa esforzada de 1836 el enemigo acaba de intimarle la rendición, conminándola con un bombardeo cruel y destructor. ¡Inútil obstinación! El empleo de medios de guerra que ya la civilización condena, no alterará la serenidad ni, la confianza de este noble pueblo. Ni la perspectiva de los peligros ni las amenazas de destrucción pueden amedrentar el valor de los animosos y desinteresados voluntarios, y de los bravos soldados que componen la sufrida y disciplinada guarnición. ¡No conocen sin duda nuestros enemigos su probado temple de alma y su ardoroso espíritu!

BILBAÍNOS: en esta circunstancia, no necesita vuestro ayuntamiento recomendaros valor y denuedo; esas virtudes viriles sobran en vuestro corazón; ni necesita inculcaros fé: la fé ha elevado á esta hermosa villa a la más alta posición entre los pueblos cultos de España. Solo quiere y debe expresaros la confianza absoluta que en vuestra resolución y en vuestra energía deposita. A vuestra vez, aceptad vosotros el juramento que con honrada lealtad os empeña de no deslucir las gloriosas tradiciones del Municipio bilbaíno.

En el trance que se preparaba villa que mereció ser aclamada INVICTA, cumplirá con su deber y reverdecerá los laureles de su historia. Los timbres y los trofeos de dos guerras son porciones de vuestra herencia de honra. No han de servir— ¡imposible es!—de escabel al triunfo de una causa incompatible con nuestra época.

Los cuerpos de la guarnición cooperarán decididamente con su bizarría acrisolada al triunfo que confiadamente esperamos.

BILBAÍNOS: el peligro y la gloria os están señalando el puesto que ambicionáis. En él encontraréis a vuestro Ayuntamiento, dándoos siempre ejemplo de resolución y constancia.

Casas Consistoriales a 20 de Febrero de 1874.

FELIPE DE UHAGON.—MANUEL DE LECANDA.—AGUSTÍN MARÍA DE OBIETA.—SEVERINO DE ACHÚCARRO.—TIBURCIO DE MENCHACATORRE.— VÍCTOR DE MARURL—JOSÉ L . DE MOYUA.—ÁNGEL PALACIO.—JOSÉ CRUZ DE ARTIACH.—MANUEL DE A R A S .— MARIO ADÁN DE YARZA.—DOMINGO DE URQUIOLA.—R. MANUEL ELORDUI. — FRANCISCO SARALEGUI.—EUGENIO DE AGUIRRE Y CUCULLO.—FÉLIX DEL RIO.—EMILIANO DEL CAMPÓ.—TOMAS DE ARELLANO.—FEDERICO DE ECHEVARRÍA.—E. DE ACHÜTEGUI.— RAMIRO DE ORBEGOZO.—LORENZO DE AGUIRRE.—JUAN BTA. DE ASTIGÁRRAGA.

D. Felipe de Uhagon, Alcalde de esta M.N. y M.L. e Invicta villa de Bilbao,

HAGO SABER: Que los Jefes de las fuerzas enemigas han notificado á la plaza que romperán contra ella el bombardeo, pasadas veinticuatro horas que han comenzado a correr a las ocho de la mañana. Y siendo digno y necesario que, en momento tan solemne y crítico, un pueblo animoso como Bilbao sea ejemplo de dignidad y fortaleza cívica por el orden y compostura que guarda, por su calma y confianza, por el severo respeto de las personas y de las propiedades y por su dócil acatamiento a los mandatos de la autoridad, he resuelto ordenar y mandar lo siguiente:

1.° Desde mañana 21 de Febrero, las puertas de las casas estarán constantemente abiertas de día y de noche, y los vecinos procurarán que las escaleras permanezcan continuamente alumbradas de noche.

2.° Se recomienda a los vecinos que sin pérdida de tiempo se surtan en sus domicilios de la mayor provisión de agua posible.

3.° Encarezco a todos mis administrados el mayor orden, compostura y calma, y una ciega obediencia a los mandatos de la autoridad. La menor falta será severamente castigada: el mas pequeño ataque a las personas ó a la propiedad será juzgado con arreglo a las leyes militares.

4.° Los vecinos darán parte instantáneamente de cualquier siniestro, accidente ó principio de incendio que ocurra en las casas. Los dependientes de policía urbana y los afiliados a la asociación de la CRUZ ROJA tienen las mas terminantes instrucciones para prestar inmediata y eficaz ayuda.

5.° Es conveniente que los vecinos recojan y retiren a lugar seguro los materiales inflamables y combustibles, que no sean de indispensable uso para la vida, los objetos frágiles y los de gran valor.

6." La Guardia municipal y el Cuerpo de Veladores han recibido instrucciones claras y órdenes estrechas para cumplir con su deber muy celosamente en estas circunstancias. Escucharé cualquiera denuncia fundada que se me haga de faltas ó excesos cometidos en tan sagrado servicio.

7.° El abrigo en sótanos y lonjas es prudente durante el bombardeo. Los no combatientes deben seguir los dictados de la prudencia, para no aumentar las preocupaciones y cuidados de los que pelean en los baluartes.

Dado en Bilbao a 2 0 de Febrero de 1874. - FELIPE DE UHAGON.

Por su parte el general Castillo mandaba fijar también la sentida y entusiasta alocución siguiente:

BILBAÍNOS: Los constantes enemigos de la libertad van a proporcionar a esta Invicta villa otra ocasión de demostrar a la España y a la Europa entera que sus hijos no han desmerecido de lo que fueron sus mayores. En los mismos momentos en que desde su recinto se oye, aproximándose, el estampido del cañón del ejército que viene a su socorro, el rey que quieren imponernos los carlistas, ordena el bombardeo de esta villa; y como si temiera perder la ocasión que se le ofrece, acorta los plazos que los usos de la guerra conceden al estranjero, y las leyes de la humanidad al desvalido y anciano.

No vienen como en 1835 y 1836 a atacar los muros y a sus defensores, sino que ocultándose con sus morteros detrás de los montes que nos rodean, procurarán hacer cuanto daño puedan a vuestros edificios, sin atreverse a presentar sus tropas al frente de vuestras bayonetas.

BILBAÍNOS: inspirémonos en los ejemplos que nos ofrece Bilbao; la guarnición que hoy tiene la honra de defenderla corresponderá dignamente a ella, y no olvidará los ejemplos que los antiguos batallones que componían la de 1835 y 1836 les enseñaron: y a vuestro lado, compartiendo vuestras glorias, que estoy seguro no desdecirán de las que entonces adquirió su valiente Milicia Nacional, contribuirán todos a demostrar que Bilbao ahora como entonces, es el baluarte de la libertad y el sepulcro del carlismo.

Bilbao 21 de Febrero de 1874.—Vuestro Comandante general, IGNACIO MARÍA DE CASTILLO.

Y el alcalde D. Felipe de Uhagon daba al cuerpo de voluntarios la precisa y terminante orden del dia, que decia asi:

Estando resuelto a que tenga cabal cumplimiento todo cuanto manda la Ordenanza para el régimen y disciplina de la Milicia Nacional, y singularmente lo que prescribe el artículo 6.° de ella que trata de subordinación y penas, he dispuesto que para último aviso y conminación de los morosos y olvidadizos en el servicio, se den a conocer y publiquen como orden general del cuerpo los artículos 69 y 70 de la susodicha Ordenanza que dicen así:

«Art. 69. Al que dejase de asistir sin exponer justa causa a cualquier servicio que le tocare, sea en guardia, patrullas, ejercicios, formaciones y cualquiera otro a que fuere citado, a mas de otro equivalente al servicio ordinario o extraordinario que le corresponda habrá de hacer una guardia, en la que se le empleará en primer turno que ocurra, en que por el orden correspondiente debería haber quedado libre si no hubiese incurrido en falta, siendo el servicio extraordinario que prontamente no se repitiese en vez de esperar a que haga el equivalente se duplicará con otra guardia. Idéntica pena se impondrá á cualquiera que reincida en otra falta leve de servicio que no se haya prevenido.

Art. 70. El que sin justa causa no fuere a la guardia ó servicio para que se le nombrase, ya por el turno que le asignó después de la falta, ó bien por el recargo, por esta incurrirá en desobediencia grave, cuya pena es el recargo de cuatro guardias, que comenzará a contarse de nuevo desde la primera de ellas que dejase de hacer sin demostración de legítimo motivo. Si la mucha fuerza que diariamente entrase de servicio no permitiere que la pena de recargo se cumpla, entrando siempre el castigado con su respectivo batallón ó compañía, se le obligará á hacer indistintamente las guardias como a los demás, asignando para ello., el puesto que se graduase oportuno. No cumpliendo con esta pena el culpable, incurrirá en la desobediencia consumada, la cual consistirá en dos meses de arresto ó uno de prisión, además de una multa que no baje de mil reales ni exceda de dos mil, uno y otro a juicio del consejo.»

Encargo a los jefes del Cuerpo bajo su responsabilidad, la estricta ejecución de lo que en los transcritos artículos se previene .

De esta orden se dará lectura al frente de las compañías y se publicará en los periódicos locales.

Bilbao 20 de febrero de 1874.—El Alcalde como jefe nato de la Milicia local, FELIPE DE UHAGON.

Admirados los cónsules extranjeros del corto plazo concedido por el general Dorregaray para que pudieran poner a salvo sus vidas los súbditos de sus naciones, plazo que consistia en 24 horas a contar desde las 8 de la mañana del día 20, habiendo llegado a sus manos el oficio a las 11 del mismo dia, le dirigieron una comunicación solicitando mayor prórroga, por ser humanamente imposible la salida de Bilbao en período tan escaso. Dorregaray accedió a esta reclamación, prorrogando hasta las 12 del 21, en lugar de las 8, la hora del bombardeo. Ninguno de los súbditos ingleses abandonó la plaza, pero el cónsul de S. M. B. acompañó a su colega el cónsul de Alemania y a varios súbditos alemanes hasta la avanzada carlista del Laurel, desde donde despidiéndose de ellos, regresaron uno y otro cónsul a sus viviendas.

Durante el plazo y en particular desde el amanecer del día 21, muchas fueron las personas que abandonaron la plaza, en su mayor parte criadas de servicio. Las familias pudientes, las que todavía conservaban recuerdos de la pasada guerra y sufrieron por ella las consecuencias más aflictivas en vidas y haciendas, cuantos empuñaban el fusil ó amaban con ese delirio que aman los bilbaínos a la villa que les vio nacer, todos permanecieron firmes en sus puestos esperando con la mayor calma el horrible momento de escuchar las explosiones de los mortíferos proyectiles.

Por su parte, la autoridad militar y sus subordinados dictaban las providencias más necesarias a la defensa y ocupaban los puestos que se les habían designado. Todas las autoridades, unidas por un mismo pensamiento, se reunían, tomaban acuerdos, resolvían cuestiones que en otros tiempos hubieran parecido muy arduas, y conspiraban de consuno a que el enemigo ni hollara con su planta las calles de la invicta villa, ni el vecindario experimentase más dolores y daños que los muchos que inevitablemente tenía que sufrir. Las autoridades, al verle tan sereno y animoso, no podían menos de inspirarse en sus mismos sentimientos, y de admirarle, porque de admirar era el ejemplo que pocos momentos antes de comenzar la horrible función que acabaña con sus fortunas y existencia, estaba dando con tanto valor como cordura.

Dividióse la defensa de la plaza en dos grandes zonas, partidas por la ría. La defensa de la orilla derecha se encomendó al coronel D. Federico García Araoz. Las fuerzas de que disponía eran el batallón cazadores de Alba de Tormes, 4 compañías del regimiento infantería de Zaragoza núm. 12, dos de carabineros, y dos del batallón de Auxiliares de Bilbao, una de Guardia civil, y un escuadrón de caballería de Albuera.

La defensa de la orilla izquierda quedó a cargo del coronel D. Antonio del Pino y Marrufo, que tenía a sus órdenes el 1.° y 2.° batallones del regimiento infantería Inmemorial núm. 1, dos compañías de Auxiliares de Bilbao, 240 hombres de Guardia Foral y un escuadrón de caballería de Numancia.

Además de estas fuerzas existían otras en la plaza con las que se formaban retenes, siendo el número completo de todas ellas las que figuran en el siguiente estado:

Bilbao disponía también de un pelotón de ingenieros formado con honrados menestrales, y de otro de bomberos, de creación antigua, los cuales, componiendo un total de 150 hombres, hacia ascender a 5000 próximamente el número de la fuerza útil destinada a la defensa y servicio de la plaza.

La fuerza de artillería, la de los nombres de las baterías de la plaza, los oficiales que las mandaban y la lista de los cañones y sus clases, emplazados en cada una de ellas el día 2 1 de febrero, eran los siguientes:

Batería del Morro: 1 cañón de hierro de 16 cents. rayado, 1 cañón de bronce de 12 cents, rayado, 1 cañón de bronce largo de 8 cents. rayado servidos por un cabo y 18 artilleros, al mando del alférez D. Vicente Rubio.

Batería de la Estación: 1 cañón de hierro de 16 cents. rayado, 1 cañón de bronce corto de 12 cents. rayado, 1 cañón de bronce largo de 8 cents, rayado servidos por 2 cabos y 16 artilleros al mando del teniente D. Nicolás Solares.

Batería del Puente: 2 cañones de 8 cents, largos, de bronce rayados servidos por un cabo y seis artilleros al mando del sargento 1.° Antonio García.

Batería de San Agustín: 1 cañón de bronce largo de 12 cents, liso, 1 cañón de bronce largo de 8 cents, rayado servidos por un cabo y 7 artilleros al mando del teniente D. Carlos Abas.

Batería de Miravilla: 2 cañones de bronce cortos de 12 cents, rayados, 1 cañón de bronce corto de 8 cents, rayado, servidos por 1 cabo y 45 artilleros al mando del capitán D. Francisco Novella.

Batería del Diente*: 2 cañones de bronce de 8 cents, largos
Batería del Choritoque*: 1 cañón de hierro de 16 cents, rayado
Batería de Arana*: 1 cañón de bronce de 12 cents, rayado, 1 cañón de bronce de 10 cents, liso.
Batería de Arechabala*: 2 cañones de bronce de 8 cents, largos.
Batería de BIlbao*: 2 cañones de bronce de 8 cents, largos.
* Servidos por dos cabos y 26 artilleros al mando del teniente D. José Ángulo.

Batería de Begoña: 1 cañón de bronce de 8 cents, rayado, servido por un cabo y 5 artilleros al mando del cabo 2 .° Luis Moreno.

Batería de Abando: 1 cañón de bronce de 12 cents, rayado, servido por un cabo y 8 artilleros al mando del alférez D. Francisco Rodríguez.

Batería de Zabalburu: 2 cañones de bronce de 8 cents, rayados, servidos por 2 cabos y 8 artilleros al mando del cabo 2 .° Santiago García.

Batería de la Muerte: 1 cañón de bronce de 10 cents, liso, 2 cañones de bronce largos de 8 cents. rayados, servidos por 6 artilleros al mando del sargento Francisco Rubio.

Además de estos oficiales de artillería encargados de las baterías que se dejan expresadas, desempeñaban el cargo de gobernador militar de la plaza el coronel D. Isidro Macanáz y Maldonado; el de mayor de artillería, el capitán comandante D. José Gascón, y el de director del parque encargado de suministros de material, de su preparación y de cuanto concernía al ramo, el capitán D. Ricardo de Abella.

El cuerpo de pontoneros se hizo cargo del convento de monjas de la Cruz, sito en las Calzadas de Begoña, donde constituyó su parque y en el que se proveía su fuerza de los materiales que le eran necesarios; y sobre la explanada del corte de la ría en Achuri, pegante a la carretera, al final de la plazuela de los Santos Juanes, se construyó una fundición provisional para granadas y balerío de artillería.

Esta fundición que prestó grandísimo servicio, porque carecía la plaza de proyectiles de Varios calibres, refundía los arrojados por los carlistas para ser lanzados con intervalos de pocas horas a sus parapetos y fortificaciones, convertidos en granadas ojivales de 12 centímetros, que eran las más necesarias, y en balas rasas de 12, en botes y en granadas de metralla del mismo calibre. 10

La plaza no se hallaba suficientemente provista de municiones, sobre todo de cartuchos de fusil, lo que la ponía en gravísimo riesgo de sostener un largo si-


  1. Era extremada la protección que el gobierno francés dispensaba a los buques que cargaban en Bayona artículos de guerra para las costas vascongadas. Además de los cargamentos de armas y municiones que en otros lugares de este libro se refieren haber alijado los carlistas, recibieron en este tiempo todo su equipo, viéndoles ya perfectamente uniformados con los capotes y pantalones de los batallones franceses movilizados durante la guerra que sostuvieron con los prusianos. A no haber terminado aquella y al contemplar a los carlistas en los montes vascongados cubiertos con este equipo, se les hubiese creído franco-móviles del tiempo de Gambetta ó comuneros de París. Ni aun los botones se habían cambiado; sus signos y letras declaraban su legítima procedencia.

  2. La alusión que hace el ayuntamiento en osle párrafo, se refiere a su antecesor el presidido por el Sr. D. Francisco M'-Mahon, destituido por el gobernador Sr. León el día 15 de marzo, y del que nos ocupamos en varias páginas del comienzo de este libro

  3. El día 4 de enero intimó Dorregaray la rendición al comandante del destacamento de Luchana, por medio de una carta escrita desde la fábrica de hierro de Ntra. Sra del Carmen del Desierto. Su contenido decía de este modo:

    Sr. Comandante del destacamento de Luchana.

    Muy señor mió: He reunido en estos alrededores las fuerzas de mi mando con objeto de apoderarme de todos los puntos avanzados que dependan de la guarnición de Bilbao. La columna de Moriones, único apoyo en el que los suyos podían tener más ó menos confianza, después de una larga permanencia en Castro, se ha visto precisada a retroceder a Santoña convencida de su impotencia. Las varias cortaduras que ya tiene la ría imposibilitan todo auxilio por mar, y el estado de la guarnición de Bilbao que ya no puede salir del recinto, tampoco puede prestar socorros por tierra. Deseo evitar la efusión de sangre y continúo decidido a observar con las guarniciones la misma conducta que he Observado con las demás que se me han rendido sin resistencia. Ofrezco a su guarnición la libertad si me hace inmediata -entrega del armamento y pertrechos de guerra, y caso de no ser así, se atendrá a sus consecuencias.

    Soy de V.S.S.Q.S.M.B. -- Antonio Dorregaray.

    Así que se verificó la capitulación, fue desarmado el destacamento de Luchana, que emprendió la marcha para Castro-Urdiales, acompañado de algunos carlistas.

  4. El mismo día de la rendición de Portugalete, tomó el general Castillo importantes medidas. Dividió las fuerzas de la guarnición en dos grandes agrupaciones encargadas de la defensa de la plaza, destinándolas a la orilla derecha e izquierda de la ría; dio orden de que todos los oficiales durmiesen en los cuarteles; abasteció de municiones a todas las fuerzas e hizo colocar en los fuertes y baterías varios cañones de repuesto que se hallaban en el parque. Ordenó también que el batallón de Auxiliares comenzara su servicio de guardias desde las siete de la noche a las siete de la mañana, cubriendo todas las interiores, y al siguiente día mandó reforzar con una pieza larga rayada de bronce de a 8 centímetros la batería de la Muerte.

  5. Antes del bombardeo, y ausente el cónsul de Francia, se trasladó a Algorta el canciller del consulado donde permaneció hasta la liberación de Bilbao, no quedando en la plaza más representante de aquella nación, que el Sr. Rochet, subdito francés, simple vecino de ella.

  6. El día en que quedó cerrada la ría (29 de Diciembre de 1873) ascendía la fuerza del batallón de Auxiliares a 685 hombres.

    El 27 de enero, a las pocas horas de haberse rendido la guarnición de Portugalete, aumentó el número hasta 779 hombres.

    El 24 de Febrero, a las 48 horas de comenzado el bombardeo, constaba este batallón de 1207 hombres, es decir, el doble de los que formaban 55 días antes. Algunos individuos del batallón de Voluntarios de la República, prefirieron ingresar en la contraguerrilla de Abasólo antes de formar en el de Auxiliares. Otros permanecieron espectadores impasibles del bombardeo y de la suerte que corría Bilbao.

    Dependía también del batallón do Auxiliares, una compañía de veteranos formada con más de 100 hombres, restos gloriosos en su mayor parte del antiguo batallón de la Milicia Nacional de Bilbao, además de los que formaban en el batallón de Auxiliares.

  7. Ya pará este tiempo alcanzaban algunos artículos precios extraordinarios: se vendían las patatas á 100 rs. quintal: la leña a 14 rs. arroba: la carga de carbón (100 libras) a 154 rs.1 la docena de huevos a 16̈ rs.: una gallina 40 rs.: un jamón 150 rs. y por libras a 11 y 12 rs." el bacalao á 15 rs. libra.

  8. El general Dorregaray en tarta particular dirijida al Sr. Young, le suplicaba pusiera en conocimiento de los demás cónsules extranjeros el misino oficio, por ignorar los nombres y número de los que se formaba el cuerpo consular en Bilbao.

  9. Durante el sitio de 1836, los carlistas arrojaron sobre Bilbao desde sus baterías del barrio de Esnarrizaga y desde Artagan, provistas de 15 piezas de todos calibres y 4 de repuesto, 1750 bombas de 12 pulgadas y 5600 balas rasas. Estos últimos proyectiles iban dirigidos principalmente a los fuertes de Mallona, Circo y Teatro. Las bombas y carcasas al casco del pueblo, sobre todo a las calles de la Cruz, Ronda y Ribera y cerca del puente de San Francisco, en cuyos puntos había depósitos de pólvora, consiguiendo volar uno en la Ronda. Hubo dos incendios, uno en el convento Je la Esperanza y otro en la calle de Santa María.

  10. La fundición de Achuri se construyó por la Junta de Armamento y Defensa de la plaza en el mes de agosto de 1813, y aunque en ella se elaboraron algunos proyectiles, cesó su fabricación con la llegada del ejército del Norte mandado por el general Sánchez Bregua. En el mes de Febrero de 1871, careciendo la plaza de aquellos proyectiles que más indispensables le eran, dispuso la Comisión ejecutiva de Armamento y defensa que continuara sus trabajos inmediatamente, nombrando al teniente de artillería D. Nicolás Solares su Director, y a D. Federico Bayo, ingeniero industrial, su agregado. Como la fundición no contaba más que con tres hornillos para crisoles y estos no podían satisfacer las necesidades de la plaza, se procedió a la instalación de un cubilote con su máquina de vapor, fundiéndose entretanto solamente con crisoles. Llegó el día del bombardeo, y como era escaso el número de oficiales de artillería de la plaza, el Sr. Solares pasó a ponerse al frente de la batería de la Estación que le fue encomendada, quedando al frente de la fundición el ingeniero D. Federico Bayo hasta los primeros días del mes de abril, en que el mayor de artillería Sr. Gascón y el referido Sr. Bayo continuaron dirigiéndola, hasta ia terminación del sitio. Un incidente grave pero curioso ocurrió en esta fundición el día 9 de marzo. Acababan de colocarse las poleas de trasmisión y de corregirse algunos defectos de movimiento, cuando una bomba vino a caer precisamente en medio del edificio, la cual, estallando, hizo pedazos toda la obra nueva, desbaratando cuanto había en su interior. Este accidente que obligó a reparar todo lo ejecutado, fue causa de que se blindara el taller por el cuerpo de ¡ingenieros, para poner a salvo las vidas de los operarios que el día 9 de marzo corrieron gran riesgo de seguir la misma suerte que los aparatos destrozados por los cascos del proyectil. Los proyectiles que la fundición elaboró durante el bombardeo y sitio, son los que siguen:
    Balas rasas de 12 centímetros: 1248
    Balas rasas de 10 centímetros: 864
    Botes de metralla de 12 centímetros: 85
    Botes de metralla de 8 centímetros de largo: 160
    Botes de metralla de 8 centímetros corto: 67
    Espoletas de tiempo con virolas de bronce: 3000
    Granadas ojivales de 12 centímetros: 966
    Granadas ojivales de 8 centímetros: 114
    Virolas de bronce para espoletas de tiempo: 3398
    Granos de metralla de 12 centímetros: 4061
    Granos de metralla de 8 centímetros: 8679
    Roldanas y poleas para los puentes levadizos, poleas para panaderías y otros artículos de diferentes clases.