La guerra civil de Vizcaya y el sitio de Bilbao

No vamos a escribir un libro completo de la Guerra Civil que devora al país vascongado, hasta hace poco tiempo tan prospero y feliz, ni a abrazar con una plumada toda la redondez del drama que presenta esta misma guerra, digna de estudio y observacion por las supremas causas que la han movido y sostienen. Tarea es esta que, aunque a primera vista parece de difícil desempeño, no lo sería tanto para quien nacido en las ásperas e inexpugnables montañas vascongadas, haya seguido paso a paso los sucesos ocurridos en España desde el derrumbamiento del trono secular de Dª Isabel II, la variada y deleznable política ejercida por tantos gobiernos como desde aquella época se han sucedido, precipitándose con vertiginosa rapidez en el abismo del pasado, la preponderancia e influjo adquirido por los partidos que yacían muertos y que han resucitado a expensas de libertades malamente concedidas, y el resultado final que han traído al país unas y otros, tornándole, de pacífico y venturosísimo, en agresivo, rencoroso, vengativo y exterminador. Ni es nuestro ánimo tampoco sondear culpas propias y ajenas, ni acerbar dolores, ni siquiera traer a la memoria esos horribles hechos repetidos a presencia de la sana moral y de las buenas leyes de la guerra, que, en medio de sus horrores, no olvida las desgracias, da tregua a la mano, y envuelve, en el manto de la humanidad, como para mitigar las crueles penas que produce, a sus más encarnizados enemigos;—porque la historia de estos sucesos, fielmente escrita, presentará de bulto al culpable, agrandará sus crímenes, y pondrá de manifiesto quienes ganosos de glorias poco envidiables o empujados por una sed maldecida por la sensatez y la cordura, han traído sobre el más próspero país de la Península, su desolación, su ruina y su muerte. Vamos, pues, pura y sencillamente a recorrer ese período de tiempo transcurrido desde 1873 hasta la preparación del sitio de Bilbao y el levantamiento del mismo por el ejército venido en su socorro, período demasiado largo y aterrador, pero durante el que, Bilbao, esa villa que lleva grabada sobre el escudo de sus armas el título de INVICTA, adquirido también con sangre en 1836, ha sabido conservarle gloriosísimamente, y regrabarle con el enorme peso del hierro de más de 5000 bombas y otros 2000 proyectiles lanzados dentro de su estrecho recinto.1

La humanidad presenta un fenómeno, entre otros varios, que causa cuando se agita, los males más profundos. Su causa principal es la envidia, pero la envidia conducida por la senda más horrible, ataviada con las galas, si así podemos decirlo, del mas cruel refinamiento. Conviértese, si puede, en venganza, y llegada a este extremo, no repara en los medios; todo lo invade, todo lo destruye, todo lo aniquila, todo lo convierte en campos de soledad y de ruina. Y este fenómeno se hace más palpable en las guerras civiles. Rómpense los lazos de la amistad, de los intereses comunes, de las voluntades más estrechas, y doloroso es decirlo, hasta el vínculo sagrado de la fraternidad, cae hecho pedazos y destilando sangre sobre los seres de una misma familia. ¿No vemos en ellas a cada paso combatir al amigo contra el amigo, al padre contra el hijo, al hermano contra el hermano y llevar el horror del crimen hasta el seno de la santa e inocente madre? ¿No presenciamos ahora como siempre convertidos en ruinas producidas por el hierro y por el incendio intereses de una misma familia militando en los opuestos bandos? ¿No es verdad, finalmente que el espíritu de la venganza mantiene vivo con su execrable llama, el ardor en las peleas? Pues este mismo fenómeno, que el hombre debiera combatir con toda su reflexión y su fuerza, preséntase también en la esfera de los pueblos. Ahora mismo, hijos de una misma familia, nacidos dentro de un mismo hogar, bautizados en una misma pila, educados en una misma aula y unidos por los lazos del origen, de la sangre y de la amistad, llevan el luto y la desolación al pueblo más rico, más próspero y más floreciente de cuantos se asientan en la sobrehaz de la tierra vascongada. Bilbao perece porque así lo quieren muchos de sus hijos, de sus deudos y de sus malos amigos: Bilbao ha sido convertido en ruinas, sin consideración de ninguna especie, con la crueldad más horrible, apelando a los recursos más refinados del crimen, que no ha economizado siquiera la sangre inocente de la infancia, ni la del moribundo postrado en su lecho. Establecimientos piadosos, hospitales, iglesias, enfermerías, campos-santos, centros dedicados a la salvación de vidas y haciendas, todo ha sido aplastado por el peso de las bombas y volado por los cascos de sus explosiones. Y es más todavía: allí donde el incendio y la desgracia asomaban su siniestra faz, allí se complacía el enemigo en repetir sus fuegos, en impedir que el hombre salvara al hombre, en atajarla voracidad de las llamas atizadas por los furores del viento. Y es que la guerra contra Bilbao la trae el resto del país de abolengo notorio. ¡Insensato! Como si ignorase que Bilbao es el corazón que vivifica con su sangre las arterias de esos pueblos que le son tan hostiles! Como si ignorase que muerta Bilbao no moriría por ende el nombre de Vizcaya, y no desaparecería toda su influencia, y su comercio, y su navegación, y su industria, y toda su riqueza! ¿Qu e significación tendría en el mundo político y mercantil, Bermeo, por ejemplo, la villa más importante de Vizcaya, después de la que se ha intentado arrasar? ¿Qu e lustre, qu e esplendor, qu e gloria le daría sin títulos ni laureles recogidos en esos campos que son hoy los campos de la fortuna y del bienestar? ¿A dónde irían a parar los intereses de tantos seres obcecados, como son los enemigos de esta gloriosa población? Convertirían a Vizcaya en un país yermo, abandonado, empobrecido, ignorante, plagado de salteadores y asesinos, con idéntico aspecto que tenía allá en los tiempos de los famosos banderizos que espurgó la grande Isabel I haciéndoles desfogar sus ímpetus contra los moros que ponían en grave aprieto a las huestes castellanas en los campos de Andalucía y de Valencia!

Horrible crueldad y horrible lucha es la que trae desde muy antiguo Vizcaya contra la villa que se asienta a orillas del Ibaizabal. Apenas asomaba el porvenir glorioso que la estaba reservado en el mundo de la inteligencia y del trabajo, cuando el Señorío le atajó sus pasos cercenándola sus límites territoriales concedidos por D. Diego López de Haro que la fundó. Doscientos años después de obtenida su carta-puebla de villa, el corregidor Cueto, por sentencia de la Chancillería de Valladolid, amojonó los estrechos límites a que quedaba reducida.—Cincuenta años duraron los pleitos y enemistades que se desataron sobre Bilbao por las anteiglesias que la rodean, apoyadas por el Señorío.—Graves y razonadas protestas causaron contra esta resolución los eminentes patricios que entonces la gobernaban; pero a pesar de esta restricción de su territorio, perseverantes en su propósito y sin escuchar más voz que la que inspira el ardor para el trabajo, siguieron constantes en la idea de hacer de la villa que les vio nacer, el emporio del comercio vizcaíno. Un siglo más tarde levántase otra asonada en Bilbao con motivo del estancamiento de la sal, en la que toman parte los mismos pueblos vecinos, que desoyendo los consejos de sus autoridades y los mandatos de la justicia, dan muerte a ciudadanos pacíficos, so pretexto de ser infieles a la patria, maltratan a otros cruelmente, incendian multitud de edificios, y ponen en el mayor riesgo gran número de vidas y haciendas. Apenas dista de este movimiento popular una centuria, cuando se prepara el de 1718, la Machinada, cuyos horrores hablan demasiado poco en favor de quienes lo impulsaron y cometieron, y que tuvo durante largos días a la villa de Bilbao, presa de sus constantes enemigos, en la mayor consternación y espanto. Noventa y ocho años más tarde aparece la Zamacolada con los mismos instintos de los movimientos anteriores, es decir, con los de causar la ruina de Bilbao, pero presentándose en éste mejor dirección, más hábil maniobra, función más alta y delicada en quienes lo promovían y habrían de resolver, como que estaba dirigido por D. Juan Simón de Zamácola, habilísimo escribano de Dima, y D. Francisco de Aranguren y Sobrado, consultor del Señorío, y lo apoyaron el príncipe de la Paz, Godoy, favorito del rey D. Carlos IV, y este mismo rey. Este movimiento tenía por objeto hacer de la anteiglesia de Abando, separada de Bilbao por el río Nervion, un puerto franco, en el que, practicando un gran canal que comenzó a construirse y que llevó el título de PUERTO DEL PRÍNCIPE DE LA PAZ, en memoria y alabanza del ministro universal que lo acordó, subieran y bajaran por él todas las naves que afluían a Bilbao, y por consiguiente quedase este puerto abandonado la navegación y al comercio, por ofrecer el nuevo las ventajas de franquía y otras regalías, y la de más fácil acceso. Este proyecto hábilmente concebido, escrito, y presentado a las Juntas generales de Guernica de 1804, en las que Zamácola representó el papel principal, mereció la más unánime aprobación de los apoderados de las anteiglesias, que consideraban inevitable la ruina de Bilbao. Sus habitantes, al verlo puesto en práctica, se alborotaron de tal modo, que sin temor a las gentes que contra ellos se habían preparado, ni a las amenazas que del interior del país les dirijian, impidieron el desembarque del primero y único buque que arribó a la boca del canal. Los mayorazgos, propietarios, industriales, sacerdotes, todas las clases del pueblo bilbaíno se lanzaron como un solo hombre contra aquel suceso que señalaba la ruina de sus hogares, y apelaron a la corte en demanda de justicia. El efecto que causó a Godoy fue tal, que restituyó a Bilbao inmediatamente todos sus derechos, hizo derogar las órdenes dictadas por el rey sobre el puerto franco, y algunos años después murieron en Madrid, por cierto no muy ayudados de la fortuna, Zamácola y Aranguren, los dos vizcaínos más ilustrados de aquella época. Veinte y nueve años después de este gravísimo suceso álzase en armas Vizcaya al grito de Carlos V. Contemporáneos casi todos los que vivimos de aquel acontecimiento que puso en peligro la regencia de D.ª María Cristina de Borbón y el trono de su augusta hija, las instituciones liberales y la suerte toda de la patria, sabemos que terminó con un abrazo fraternal en los campos de Vergara, después de admirar el mundo todo el valor y la pericia de los combatientes. Pero sabemos también que durante aquella lucha encarnizada en que se derramó sangre generosa abundantemente en los montes vascongados, descuella un hecho que robustece la idea de la ruina de Bilbao. Son sus tres gloriosos asedios ocurridos en 1835 y 1836. Bilbao fue combatida horriblemente: Bilbao sufrió gloriosos bombardeos: Bilbao fue regada con inocente sangre: Bilbao, en fin, después de 62 días de los más crueles sufrimientos, presenciados por las gentes del campo que desde las alturas vecinas contemplaban su ruina sin derramar una lágrima siquiera, alzaba incólume, gloriosa, purificada por las llamas del entusiasmo, la bandera de la libertad y de la patria. Sus enemigos, si se gozaron en su ruina, vieron por fin que el Dios de las batallas no les era propicio. Se salvó de una muerte cierta, y contribuyó su salvación al restablecimiento de la paz, porque desde aquellos momentos quedó herido el partido carlista de dos males profundos: de la división de opiniones en sus filas, y de la impotencia. Restablecida la paz, dedicáronse sus hijos al trabajo, al trabajo honrado y civilizador, fuente de riqueza que derrama sus aguas, infiltrándolas, por todos los senos que afluyen a la conquista gloriosa del bienestar y del progreso. Y esta riqueza la derramó en seguida por todos los ámbitos del Señorío, haciendo fructificar a sus pueblos, así en las industrias que creaban a los rayos de un sol vivificador y resplandeciente, como en las mejoras materiales que por doquier llevaban a cabo. Y no fue jamás avaro de ella, ni la escatimó a sus enemigos, ni les guardó el más leve rencor por tanto acíbar como le habían hecho beber, porque en el supremo momento en que jugaba Vizcaya su suerte y las cortes del reino y el gobierno ofrecían a Bilbao exclusivamente la recompensa a que se había hecho acreedor por la gloriosa defensa de sus hogares, respondía a los poderes supremos del Estado, como nunca pudo responder más generosamente pueblo alguno de la antigüedad, desde la tenaz Esparta hasta la civilizadora Grecia; «todo para el país;—nada para Bilbao»; dando con esta frase elocuentísima el ejemplo más palpable de amor a sus instituciones seculares y a sus hermanos que habían sido sus más implacables enemigos. No fue olvidada esta expresión en época posterior, cuando Vizcaya, sin ocuparse de los movimientos políticos que conmovían el suelo español y dedicada a mejorar sus condiciones materiales, vio que uno de sus hijos, esclarecido por su saber, sano de corazón, perito en sus leyes y organismo, entusiasta por las glorias de la villa, aunque militando en el partido carlista, D. Jos e Miguel de Arrieta Mascárua, se levantó en medio del Congreso vizcaíno a pedirle para ella el honrosísimo título de Benemérita, que ella solo lleva, concedido en medio de un entusiasmo y buena fé, que, si bien aparecieron impregnados de la más pura lealtad, el tiempo ha venido a confirmar lo contrario.

Corría la suerte de Vizcaya en estos años últimos, en medio del mayor lujo de bonanza: ningún pueblo en el mundo gozaba de más próspero porvenir: su comercio, su industria, su agricultura, todo lo que constituye el tráfico y el movimiento, se deslizaba por el mismo venturoso reguero, siendo la admiración de extraños y de propios. Y como a esta bienandanza de su común riqueza se agregaba otra mayor, la explotación de sus inagotables minas de hierro, era una bendición del cielo ver ocupados a todos sus hijos en agitadas y múltiples faenas que conspiraban a un objeto común. Aquí se veían reunidos hace pocos meses todavía, hombres de naciones diferentes mezclados con los naturales arrancando de la tierra sus inagotables tesoros: seis vías férreas se construían para transportarlos a países lejanos y se proyectaban algunas más: millares de carros conducidos por el lento pero seguro paso del buey hacían este servicio hasta la apertura de aquellas: vías aéreas completaban este trabajo: Inglaterra y Alemania enviaban gruesos caudales y fundaban sociedades mercantiles e industriales para la elaboración del hierro: Francia y Bélgica hacían demandas importantísimas, sin poder ser servidas como quisieran: el Nervion mecía sus aguas impulsos de la hélice de centenares de grandes buques que le cruzaban en todas direcciones: sus orillas eran depósitos de mineral donde hormigueaban millares de seres humanos ocupados en la carga y descarga de los barcos: proyectábase un inmenso puerto fuera de barra para poder contenerlos porque se hacía menguada la ria: la propiedad alcanzaba precios fabulosos asi en los alquileres como en los contratos de ventas: levantábanse como por ensalmo edificios muy importantes a la vera de las carreteras, de los ríos y de todas las vías de comunicación: los establecimientos de crédito atesoraban inmensos caudales y ensanchaban diariamente sus especulaciones: la agricultura no podía dar abasto a las necesidades de la población: los pequeños comercios veían largamente recompensados sus afanes así como las pequeñas industrias; y finalmente, el bracero, todo hombre útil para el trabajo, no solamente hallaba inmediata ocupación, si no que le era puntual y generosamente retribuida. Este era el aspecto floreciente de la villa de Bilbao al alborear los primeros días del año de 1873. Pero ¡ay! ¡Cuán deleznable y tornadiza es la condición humana! ¡Con qu e facilidad trueca su próspero porvenir por un presente erizado de horrores y de desgracias! ¡Cómo se lanza impremeditada e injusta por la senda del mal, cuando la del bien le sonríe con todos sus apacibles colores!

Alboreaba, pues, el año de 1873, y ya se dibujaban en el horizonte preñadas nubes de siniestro augurio. Eran como el anuncio de una tempestad próxima a estallar. Vacilaba el trono de Amadeo I; abitábanse los clubs republicano y carlista; apocábase la fuerza del partido democrático; hervía en los cuarteles la indisciplina del ejército; escondíanse o se trasladaban a puerto seguro los capitales; y la conflagración más espantosa rugía por todos los ángulos de la Península. Llegó por fin el funesto y memorable 11 de febrero y con él la renuncia al trono del rey que apenas había calentado el sitial en que tantos monarcas de una dinastía secular se habían sentado, no sin que antes el presidente del último gobierno de este rey, el Sr. Ruiz Zorrilla, hubiera demostrado una imprevisión y temeridad inspirada solamente en su genial característico o en consejos poco leales por conservar el poder. Ese mismo día 11, en la solemne sesión en que aceptó la Asamblea la renuncia del rey D. Amadeo, no se dudaba de que la forma de gobierno que se daría España sería la republicana, porque ya el Sr. Castelar apostrofaba a los hombres que habían colocado la corona en las sienes del rey, con estas elegantes palabras: « monárquicos de la revolución, sois como los ángeles de la leyenda alemana cuando se quedaron sin Dios.» Y en efecto, abandonada que fue España por el ángel rey de la revolución, surgió en el Congreso un nuevo drama que rompió la conciliación que por un momento se había vislumbrado entre los partidos radical y republicano. La sesión del 22 al 23 por la noche fue prolongada, borrascosa, terrible: los catecúmenos de la república que todavía ansiaban conservar el poder, fueron arrollados por los antiguos republicanos convertidos ya en intransigentes, hasta que presentada por el Sr. Martos una solución al conflicto que arreciaba por momentos, brotó un ministerio republicano puro, representado por los Sres. Figueras, Pí, Castelar. Nadie ignora los resultados que dio este ministerio, declarado federal poco más tarde, ni los que surgieron de los nuevamente formados sobre la base del Sr. Pí, dictador socialista, árbitro del país y la figura primera de una cámara que proclamó la exaltación humana. Nadie ignora tampoco que en el breve transcurso de tiempo que duraron estos ministerios, se relajaron todos los vínculos de la sociedad española: nunca se olvidarán los sucesos de Montilla, Cádiz, Málaga, Sevilla, Alcoy y otras ciudades importantes, ni pasarán fugaces al olvido los nombres de los Carvajales, Salvoecheas ni Mingorances: — no han de desaparecer tampoco de la historia militar los sucesos de Barcelona y de otras ciudades del antiguo principado, ni los de las demás provincias en donde la soldadesca ebria y desenfrenada, apoyada por generales como Contreras, Pierrard, Ferrer, Eguía y otros oficiales aventureros, derramaban la generosa sangre de los jefes que intentaban restablecer la ordenanza y la disciplina. Ni se recordará sin que el corazón se lacere y las lágrimas escalden las mejillas, la insurrección de la bandera de los cantones, las exageraciones de Castellón, de Murcia, de Valencia, de Cartajena, de Cartajena la fuerte e intomable, en cuyas aguas una parte de la escuadra con varios buques acorazados, ayudada de tres batallones del ejército y de más de tres mil voluntarios y presidiarios armados, enarboló el pendón pirata para humillar el nombre de España con el apresamiento de sus barcos por la fragata alemana Federico Carlos, a cuyo bordo fue trasladado como prisionero el general Contreras, para ser puesto en libertad poco más tarde, y por otras naves inglesas y francesas.

Durante el primer período en que ocurrían estas escenas deplorables, las cortas partidas carlistas que en Cataluña merodeaban algunas pequeñas poblaciones de la provincia de Tarragona, y los restos de las que vagaban por las Vascongadas y Navarra, comenzaban a dar señales de vida, aumentando de día en día, consolidándose y apoyándose principalmente en los desafueros que se cometían a la sombra del imperio del Poder ejecutivo. Elío reaparece en Navarra; Lizárraga agrupa sus fuerzas en Guipúzcoa; Velasco entra en campaña de nuevo en Vizcaya; y reuniendo cuantos hombres en armas hallan dispersados dentro de sus provincias respectivas, levantan de grado o por fuerza los mozos que creen útiles para el servicio, excitados ya por la predicación que contra las nuevas ideas políticas, harto funestas por cierto, se les dirigía en casi todos los pueblos. El levantamiento inquieta los mismos hijos de estas montañas, por la presteza y f e y por el número de los que le secundan. Los restos de la partida del cura Goiriena, sorprendida y derrotada al comenzar el año en Arechabalagana y Busturia, y las de Bernaola, Maidágan y Beláustegui, aumentan sus fuerzas; y aparecen sucesivamente las del cura Iriarte, Gorordo, que reemplaza a Fernando Zabala, Aboitiz, Sarasóla y otros cabecillas de menos importancia. Al mismo tiempo el cura de Hernialde, Santa Cruz, alcanza en Guipúzcoa una horrorosa celebridad por los crímenes que comete y el terror que infunde, hasta el punto de poner a precio su cabeza la Diputación general: Elío coloca al frente de los batallones navarros a Dorregaray, Ollo, Rada y otros jefes, separando a Carasa y a Ituarte; Pérula se apodera de cuantos caballos halla en la Ribera para formar su caballería, y presiéntese que el movimiento que se preparaba, sino se atajaba de pronto, encendería una guerra civil tan cruel como devastadora. Así lo comprendía el gobernador militar de Vizcaya por lo que respectaba al país que dependía de su mando, cuando en los promedios del mes de enero dirigía a los vizcaínos la sentida y enérgica alocución siguiente:

VIZCAÍNOS: Hijo de este hermoso país, amante cual el primero de sus admirables instituciones, orgulloso de su prosperidad, he usado, bien lo sabéis, con aquellos de vuestros hermanos extraviados, de cuanta benignidad, de cuanta indulgencia ha sido compatible con la observancia de rígidos deberes. Ciertamente no me pesa esta suavidad en mi acción, porque creí distinguir en el movimiento desordenado de la pasión política que a los descontentos impulsaba, la parte que debía imputarse a la alucinación de los engañados y a la exaltación de los fanáticos.

Mas hoy, contemplando la persistencia criminal de los que mal avenidos con la abundancia y la prosperidad que en el país reina, no tiemblan al destruir un estado social venturoso y al atentar a la existencia de excelentes y envidiables libertades, debo solo acordarme de que soy soldado educado en la religión de la ordenanza, y como soldado leal y obediente cumpliré al pie de la letra las órdenes que del Rey y del Gobierno de mi patria reciba.

Puede hallar el Gobierno en las leyes vigentes medios amplios y eficaces para reprimir la esplosion y las malas pasiones y castigar enérgica y ejemplarmente los crímenes contra el orden social y las instituciones; si más necesitara, de creer es que las Cortes del reino le otorgarían las facultades extraordinarias que juzgase indispensables para devolver el orden la sociedad, el sosiego a las familias y la seguridad a todos los intereses.

En breve acaso me ver e obligado a aplicar la tremenda ley de la guerra a los que prosiguen la senda de la rebelión.

Mucho me dolería verme forzado a tan dura extremidad; pero sabedlo todos; jamás, por ningún motivo y por ninguna consideración flaquear e en el cumplimiento de mi deber como ejecutor de las órdenes soberanas. Cumple por tanto a mi lealtad que os dirija por última vez mi voz franca y amiga, para rogaros que ante todo os acordéis de vuestro dichoso y privilegiado país, que no me pongáis en el fuerte trance de aplicar las leyes de la guerra y la energía de las medidas militares, que no comprometáis con vuestra funesta obcecación la vida de esas magníficas instituciones que han sido la gloria de nuestros antepasados y serán hoy nuestro honor y nuestra riqueza.—Vuestro paisano y Gobernador militar, TORIBIO DE ANSÓTEGUI.

Pero de nada sirvieron estas palabras, ni otras más expresivas que ya había empleado y seguía empleando con el país su autoridad patriarcal; porque removido por hábiles agentes, y ofuscado con promesas de rápidos y fáciles triunfos, engrosaba las partidas, sin escuchar siquiera los sanos consejos que por diferentes conductos se le dirigían. He aquí uno, lleno de sensatez y de cordura, que la Diputación publicaba a la raíz misma de la renuncia de D. Amadeo.

VIZCAÍNOS: Los graves acontecimientos que se desarrollan en la nación española, obligan más que nunca a este país dotado de peculiares y libres instituciones, a observar una conducta tan leal y noble como franca y decidida, en medio de este periodo de agitación, que no sirva de obstáculo alguno ni entorpezca el legítimo uso y ejercicio de los poderes públicos.

Desde la ley de 25 de Octubre de 1839, admitida y sancionada por las Juntas del país, en la cual se cimenta hoy nuestra autonomía y especial legislación, trazadas se hallan, si queremos mantenerla con derecho y firmeza, nuestra norma, nuestra guía en cualesquiera sucesos que decidan en momentos solemnes de la suerte de España.

Si la vida de Vizcaya depende, como es proverbial y seguro, del mantenimiento de sus leyes torales; si, como no es dudoso afirmar, su felicidad y bienestar se fundan exclusivamente en ellas, no puede siquiera ponerse en tela de juicio, que para conseguir tan preciados como inestimables fines, nos es preciso á todo trance orden, tranquilidad.

Respeto, pues, a las autoridades constituidas; respeto asimismo al principio inatacable de la soberanía española: he aquí el medio con que evitaremos sacudimientos y convulsiones que solo traen consigo lágrimas y desgracias en los pueblos que pretenden desconocer los fundamentos de las sociedades.

VIZCAÍNOS: Al dirigiros en estos solemnes momentos su voz vuestra legítima y patriarcal autoridad, que cifra la ventura de su querido país en los fueros que le gobiernan, os aconseja, os suplica sincera y lealmente, que dirijáis vuestros actos, vuestra vista, solo y directamente a ellos, que desatendáis cuantos con tendencias incalificables quieran vulnerarlos y desmoralizar nuestra manera de ser con procedimientos y hechos indignos de todo país próspero y libre.

Confianza en vuestra Diputación foral que vela incesantemente por vuestro reposo y vuestros verdaderos intereses, y que Vizcaya, siendo modelo de países regidos por libérrimas instituciones y alejada de luchas desgarradoras e intestinas, no oiga resonar en su seno otro grito que aquel que constituye su gran enseña y que es su santo y vivificador lábaro, al que únicamente debe contestar quien sienta correr en sus venas sangre de pura vizcainía, ¡VIVAN LOS FUEROS!

Casa-Diputacion de Vizcaya, Bilbao 12 de Febrero de 1873 .— El Diputado general, MANUEL MARÍA DE GORTÁZAR.—El Diputado general, FRANCISCO DE CARIAGA.—El Secretario accidental, JUAN DE JÁUREGUI.

Los carlistas hacían por este tiempo la guerra, aparte de la que sostenían en ligeras escaramuzas con las tropas del gobierno, casi exclusivamente a los ferrocarriles. Consideraban a este auxilio poderoso de las transacciones comerciales como un elemento perjudicial a sus planes, y sin dirigir a las empresas más amonestaciones que las que surgían del capricho de jefes sin nombre y a quienes seguían algunos audaces partidarios, incendiaban estaciones, disparaban sobre los trenes causando inocentes víctimas, y levantaban raíles o volaban puentes y viaductos, destruyendo al paso los telégrafos. 2

No se descuidaban tampoco en llevar el espanto al seno de las familias y al país en general, publicando bandos terroríficos en los que la pena de muerte y el delito de traición se imponía por leves faltas, según lo prueban los dos siguientes documentos del cura Goiriena y del carpintero Beláustegui. El primero, anuncio de los desastres que poco después experimentaría el ferrocarril de Tudela a Bilbao, era dirigido por el correo al jefe de esta empresa. Su contenido decía así:

«Por los pequeños desperfectos,que se causaron ayer por las fuerzas de mi mando en el telégrafo y ferrocarril que están bajo su dirección, podrá conocerse que no es más que un aviso para que en lo sucesivo deje de prestar servicio el ferrocarril y telégrafo por ser conocidamente hoy un obstáculo para que se acelere el día del triunfo de la legítima y santa causa que defendemos; así que, si se obstina en no querer cumplir esta, orden, pesará sobre V. la responsabilidad de todos los desperfectos que se harán en la vía en mayor escala, y lo que será más sensible la pérdida de los maquinistas y demás empleados de la referida vía. Sírvale esto de gobierno y no alegue después ignorancia, haciéndole al mismo tiempo saber, que al obrar de esta manera lo hago impelido por autorización de órdenes superiores que me han transmitido. — Dios guarde á V. muchos años. — Campo del honor 6 de enero de 1873.— P.O. — El comandante, Blas María de Beláustegui.»

El bando publicado en los pueblos de orden del jesuita Goiriena, contenía los siguientes párrafos.

«Artículo 1.° Cualquiera autoridad o particular que diere noticia a los defensores del extranjero, de la estancia ó movimiento de los carlistas, será fusilado.
2.° Ningún confidente será afusilado, si descubriere al que le mandó, no hallándose éste en armas.
3.° Si alguna persona, siendo obligada por los carlistas le suministrase víveres, hospedaje o favor y por esta razón fuere en algún modo vejada por los defensores del extranjero, las familias de los liberales serán responsables a discreción.
4.° Si algún pueblo pusiere guardias en observación de los carlistas, pagará diez mil reales de multa por cada guarda.
5.° Se declara traidor a la patria a todo el que de palabra u obra defienda al extranjero.
6.° Todo el que tenga armas las presentará ante mi autoridad en el término de media hora.
7.° Los que en el mes de abril último se presentaron en el alzamiento a favor de D. Carlos VII (q.D.g.) se presentarán ante mi autoridad, y en caso contrario, serán considerados y tratados como desertores. —El Jefe, Francisco Goiriena.»

Era natural que para salvar los grandes intereses que representaba la vía férrea y para asegurar su tráfico y movimiento, riqueza principal de una villa mercantil y marítima como Bilbao, se tomasen algunas disposiciones; y al efecto, ordenó el gobernador militar que pasasen a ocuparla algunas tropas de la guarnición, no sin que por esto el cabecilla Bernaola dejase de comunicar a los jefes de las estaciones de Orduña a Bilbao, « que si no abandonaban sus puestos y se retiraban a cuatro leguas de distancia, serían pasados por las armas inmediatamente que fuesen capturados.» Pronto se dejaron sentir los efectos de estas amenazas, porque a los pocos días de ser dirigidas, incendiaron con petróleo los carlistas el puente de Arrancudiaga, las estaciones de Miravalles y de Areta, y las casetas de los guardas; se apoderaron de los fondos de los ayuntamientos, y sostuvieron en Miravalles las tres compañías del regimiento de Zaragoza que la guarnecían, la recia acometida que les dio Ollo con 800 peones vasco-navarros y 80 caballos con Pérula a la cabeza, que repentinamente se presentaron en esta parte de Vizcaya, los cuales, si bien sostuvieron al principio rudamente la pelea, fueron más tarde rechazados y desalojados de sus posiciones con 14 o 16 hombres de pérdida y perseguidos por una columna que salió de Bilbao tan pronto como se tuvo noticia de este suceso. El ferrocarril, por fin, después de experimentar graves perjuicios en sus obras, se vio abandonado por las tropas que le custodiaban, las cuales, replegándose sobre Bilbao al comenzar el mes de marzo, dejaban señores a los carlistas de todo aquel trayecto, y privada a la plaza de la única vía terrestre que sostenía todo su comercio.

Nada agradable era para el vecindario bilbaíno el triunfo conseguido en esta parte por los carlistas; ni amagaba sus instintos pacíficos el cambio de forma de gobierno operado en la Corte y anunciado por su autoridad popular en una breve y sensata alocución que se apresuró a dirigirle; 3 ni que su alcalde, celosísimo por la conservación del orden y de tantos intereses sometidos a su cuidado, reuniese en el salón de sesiones del Consistorio a los oficiales del batallón Auxiliar, y nombrase una comisión que, con otra nacida del seno del ayuntamiento, se trasladaba inmediatamente a Madrid a hacer presente al Poder ejecutivo los sentimientos que animaban a los cuerpos de que formaban parte y su adhesión a los poderes emanados de la soberanía nacional; porque todos estos sucesos, amalgamados por decirlo así, y ciertos alardes que comenzaban a hacerse dentro del recinto de la villa, alarmaba sus quietas y tradicionales costumbres. Ni le halagaba tampoco, en momentos tan premiosos como atravesaba, ver desaparecer a ese mismo ayuntamiento que le inspiraba toda su confianza, adherido a la forma de gobierno existente por actos demasiado públicos, y que había prestado eminentes servicios a la conservación de la tranquilidad pública que tanto había menester: 4 porque semejante medida, llevada a cabo solamente con el ayuntamiento de Bilbao cuando se hallaban en igual caso todos los demás de la provincia, ni podía considerar como un acto de imparcialidad, ni de justicia, ni de necesidad siquiera. Comprendía demasiado bien el vecindario, que desapareciendo el ayuntamiento a impulsos de exigencias políticas, reñidas casi siempre con el bienestar de los pueblos, aunque llevaba tras de sí todas las simpatías de los hombres de orden y el aplauso de la prensa bilbaína, le esperaban días de dolo y desconsuelo, con cambios tan impremeditados. 5

Entre tanto las facciones iban en aumento y se trasladaban de una provincia a otra, según la persecución que se les hacía; y como carecían todavía de recursos, sobre todo de metálico, en Vizcaya, su comandante general Velasco, dirigió una circular imponiendo una fuerte contribución a la propiedad de los pueblos de la jurisdicción de su mando, cuyo contexto decía de este modo:

COMANDANCIA GENERAL DEL SEÑORÍO DE VIZCAYA.—He manifestado en mi proclama que venía a defender la Religión, los fueros de este Señorío y los legítimos derechos del Rey D. Carlos VII, y que todos los vizcaínos estaban obligados a coadyuvar a tan santos fines.

Ya que los sacrificios sean necesarios, deseo se hagan con la debida equidad entre todos los pueblos de Vizcaya, evitando toda clase de injusticias y arbitrariedades, y de esta manera allegar los recursos necesarios para su pronto y satisfactorio resultado.

Consiguiente a ello, se ha determinado echar una contribución de 2.160,000 reales sobre la riqueza territorial del Señorío, habiendo correspondido a esa con arreglo a su estadística, la cantidad de.... reales que hará efectiva para el dia 10 de marzo, entregándola en manos de D. Pedro Zamalloa a quien se le ha nombrado recaudador de este distrito y de quien recibirá el oportuno recibo.

De no hacerlo el día prefijado, incurrirá V… y los individuos de ese Ayuntamiento, en la multa personal de un recargo de tres por ciento diario sobre dicha cantidad.

Serán de abono en esta contribución a ese Ayuntamiento, las cantidades adelantadas hasta el día a los jefes carlistas de los fondos de ese municipio, para cuyo abono presentará el correspondiente recibo del jefe a quien haya facilitado esos fondos.

No existiendo en esta provincia contribuciones directas impuestas por el Gobierno de Madrid, que son las que los carlistas cobran en las demás provincias, se repartirá una ordinaria mensual sobre la riqueza territorial que espero se cubrirá con la misma puntualidad y bajo las mismas bases que la extraordinaria.

Desde el momento en que reciba este oficio, cesará V... de facilitar recursos pecuniarios a las partidas carlistas. Si algún jefe contraviniendo a esta mi orden quisiera truncar mi sistema administrativo en la provincia, exigiendo cantidades pecuniarias a V... o de alguno de los particulares de ese pueblo se le considerará como a un malhechor, oponiéndose V… a su petición, y dándome cuenta de lo ocurrido para yo aplicar el condigno castigo.

V... proveerá sin embargo a racionar las partidas conforme al número de oficiales y soldados de que consten.

Dios guarde a V... muchos años. Campo del honor 1°de marzo de 1873.—El Comandante general, Gerardo Martínez de Velasco.—Al Ayuntamiento de... »

No era en verdad de fuero, ley ni costumbre este modo de proceder del comandante general de D. Carlos en Vizcaya, donde no se conocían las contribuciones directas y cuya exacción relajaba por su base toda la máquina foral; pero es lo cierto que, excepción hecha de los pueblos de Bilbao, Abando y Deusto, todos los demás del Señorío aprontaron su contingente, consiguiendo de este modo aquel jefe reunir una cantidad que pasó de millón y medio de reales.

Por este tiempo le ocurrió al marqués de Valdespina, jefe de E. M. G. del ejército de D. Carlos, recorrer las Provincias Vascongadas acompañado de un batallón de buena gente guipuzcoana, mandado por Iturbe. Penetró en Vizcaya en los momentos en que el brigadier Ansótegui recorría algunos de sus pueblos principales, y dirigiéndose el jefe carlista sobre Guernica, más que por sus propios deseos por venirle picando vivamente la retaguardia el entonces coronel Loma, sorprendióle éste pocos momentos después de su llegada a aquella villa, obligándole a replegarse al sólido palacio de Alegría, propio del conde de Monte-fuerte, dentro del que resistiéndose algunos instantes, huyó precipitadamente hacia Luno, no sin haber corrido gran riesgo de caer en poder de su enemigo que le causó dos muertos y varios heridos, y le cogió cuatro prisioneros y seis bagajes. Mala suerte cupo al marqués al emprender su retirada, por los montes de Luno, porque Ansótegui que trepaba los de Rigoitia, a aquellos cercanos, pudo alcanzarle, aunque no como quisiera, y corriéndose el marqués hacia Arrieta y revolviéndose sobre Busturia, y casi encerrado entre las fuerzas de Loma y de Ansótegui, pudo aprovechar de un paso mal cubierto para huir rápidamente con sus gentes fatigadas y dispersas, por Autzagána y Amorebieta, a Guipúzcoa.

D. Cecilio del Campo, propietario de Galdámes y hombre al parecer pacífico, aunque conocido por sus aficiones al carlismo, levantaba una partida en las Encartaciones al grito de D. Carlos y de la religión. No dejó de parecer extraña a las muchas personas que le conocían, la atrevida empresa que se proponía llevar a cabo, porque carecía de todo conocimiento del arte militar, su edad era bastante avanzada para ponerse al frente de una guerrilla, su vida demasiado metódica y regalada, y poseía además una fortuna harto saneada para lanzarse por los campos de las aventuras. Mas a pesar de esto, viósele caballero en una mula trepar con ardimiento las montañas encartadas al frente de un buen golpe de peones, y después de cometer algunas violencias con pacíficos vecinos de los pueblos del distrito, conocidos por sus opiniones liberales, mandar destruir el telégrafo de Bilbao a Portugalete y Santander y algunas obras del ferrocarril de Triano, así como exigir a su director facultativo razón exacta del movimiento y de los rendimientos diarios. Para poner coto a éste y otros desmanes, el brigadier Ansótegui, puesto de acuerdo con la Diputación general, situó una guarnición de Guardia foral en Ortuella, la cual tenía a raya a los merodeadores de D. Cecilio que vagaban por aquellos contornos, con ánimo principalmente de entorpecer el movimiento del ferrocarril minero.

Destituido el ayuntamiento de Bilbao de que se acaba de hacer mérito, fue reemplazado por otro de ideas republicanas, que asi que se apoderó de la administración, se dedicó a organizar una fuerza popular de Voluntarios de la República. Los temores que abrigaba el vecindario bilbaíno al ver desaparecer aquella corporación para él tan simpática y querida, aumentaron considerablemente con la creación de esta nueva fuerza que comenzaba a bullir en las calles y en los clubs, y que parecía servir como de contrapeso político al batallón de Auxiliares organizado a la raíz del movimiento carlista de 1872, y en cuyas filas militaban los hombres pacíficos, de ideas templadas y de más arraigo de la villa invicta. La nueva corporación popular, parecía que tampoco confiaba lo bastante en este batallón, y que ponía a su frente el de voluntarios de la República, como si temiese que los hijos de una villa tan morigerada y tranquila como Bilbao y en la que tantos y tan grandes intereses tenían que custodiar y defender, no sabrían defenderlos y custodiarlos mejor aún que la nueva y forastera gente que constituía la parte más numerosa del batallón que organizaba, armaba y uniformaba lujosamente a expensas del erario local. Estos temores y estas diferencias; algunos síntomas de despecho que se notaron entre ambas fuerzas; la exhibición que constantemente se hacía de la nuevamente creada en plazas y paseos, los gritos que alguna vez salieron de sus filas, y el calor de sus ideas públicamente propaladas, establecieron desde su existencia cierto dualismo que pudo traer algún día desconsoladoras consecuencias

Pocos triunfos alcanzaban en este tiempo las pequeñas columnas de tropas que recorrían el país, porque los carlistas burlaban sus pasos y movimientos; y queriendo sin duda el gobierno tener al frente de las de Vizcaya un general que le inspirase más confianza que el que las mandaba, nombró a D. Jos e Lagunero, su comandante general. Llegó a Berberana a los comienzos del mes de abril, a donde intentaron ir a buscarle dos batallones de la guarnición de Bilbao, y poniéndose de acuerdo pocos días después de su llegada con el brigadier Ansótegui y con los diputados generales, trató de cambiar el sistema de guerra que hasta entonces se había seguido. Al efecto, la Diputación, por medio de una sentida circular que dirigió a los pueblos, les aconsejaba que considerasen los horrores que consigo trae la guerra, y que antes de que sus mozos fuesen a engrosar las filas de los que perturbaban el orden, estaba dispuesta a hacer el sacrificio de satisfacerles 4 rs. diarios a los que se acogieran los puntos ocupados por las tropas del gobierno, y 8 a los que empuñasen las armas en su servicio. 6 Lagunero establecía pequeñas guarniciones en Guernica, Durango y otros pueblos a donde aquellos pudieran acudir con la mayor seguridad; y por fin, el mismo general Lagunero y el diputado general D. Manuel de guía, después de haber convocado éste en Zornoza a los alcaldes de los pueblos de la merindad, se trasladaron el 17 de abril a este punto, donde verbalmente y por medio de la persuasión y del poder que contaba el gobierno para destruir a las facciones, les aconsejaban lo hicieran entender así a sus administrados, antes de que se expusieran a presenciar resultados desastrosos para el país en general, y aun para ellos mismos. Estos medios y la floja y mal concertada persecución que se hacía a los carlistas, tampoco dieron resultado alguno: por el contrario, Velasco recorría el país a mansalva, donde hallaba la más decidida protección, se apoderaba de los efectos que salían de Bilbao y que le eran útiles, como un cargamento de 1000 cañones de fusil destinado a la fábrica de armas de Plasencia, y daba las órdenes más severas para que en adelante ningún carruaje recorriese las carreteras de Vizcaya, orden que, como todas las dictadas por los carlistas, fue inmediatamente cumplida. Detenidas las operaciones en Vizcaya, si bien en Guipúzcoa el coronel Loma batía Lizárraga en Los Mártires, obligándole a retirarse a Elorrio después de sufrir graves pérdidas, y eran rechazadas de Oñate por 180 defensores las fuerzas reunidas de Dorregaray, Ollo, Pérula y Oscariz, consistentes en 3000 hombres, perdiendo a Oscariz y 6 soldados más, y 20 heridos durante las 12 horas que duró la pelea, trató la Diputación general de formar a su costa un cuerpo de 2000 hombres, ya que el gobierno no aumentaba las fuerzas que operaban dentro del Señorío, con todas las que pudiera destruir de una vez a las partidas carlistas. No pudo llevar a cabo este proyecto por falta de recursos y de apoyo de las clases poseedoras de Bilbao, y porque el nombramiento del general Nouvilas para ministro de la Guerra y de Pierrard para secretario general, juntamente con la famosa circular de éste último «A los ejércitos de tierra de la Península» que causó dolor tan acerbo como censura general, y los sucesos de la Plaza de Toros de Madrid donde se verificó el desarme de la antigua milicia urbana, eran motivos más que suficientes para no inspirar confianza ni para animar a los espíritus ya demasiado recelosos por la política que en España se venía practicando. En este estado transcurrió todo el mes de abril, sin que ocurriese ningún suceso de importancia, a excepción de algunas ligeras escaramuzas en los montes de Vizcaya, la captura del cabecilla Santurtun en Alonsótegui y algunos excesos llevados cabo por los voluntarios del batallón federal de Bilbao, con motivo de detenciones hechas por los carlistas en algunos de sus compañeros en las afueras de la villa.

Comenzaba el mes de mayo acentuándose de una manera poco satisfactoria. La derrota de la columna del coronel Navarro en los montes de Eraul y de Echévarri, acaecida el día 5; la circular que Velasco dirigía a los alcaldes de todos los pueblos vizcaínos prohibiéndoles dar parte de los movimientos de las fuerzas carlistas a las autoridades republicanas bajo pena de la vida; la presencia del cura Santa Cruz con más de 500 de sus parciales en Elorrio, Durango, Dima y Ceberio; la llegada del batallón franco de Nouvilas a Bilbao, a despecho de la Diputación general y del vecindario que no ignoraba sus ideas políticas y sociales: los chispazos de insurrección en las fuerzas del general Lagunero que en su salida de Bilbao el día 23 se negaron a continuar la marcha al llegar a Miraflores; y la aproximación a Orduña de todas las facciones mandadas por Elío, Dorregaray, Ollo, Rada, Pérula, Lizárraga y Caledon, aumentaban la intranquilidad que ya se había apoderado de muchos espíritus. Estas fuerzas carlistas pusieron en serios aprietos a las pequeñas columnas de tropas del gobierno que cruzaban el interior del Señorío, y a Bilbao mismo, que, huérfano de guarnición, tuvo que ponerse sobre las armas y custodiar sus muros durante los días que aquellas hicieron su primera irrupción: así que, el coronel Pino con sus fuerzas se preparó a la defensa en Munguía: los francos de Nouvilas, trasladados ya a Orozco y Villaro, se parapetaban en sus barrios; en Barambio el coronel Velasco esperaba a sus enemigos, y el general Lagunero permanecía en Durango. Las facciones se cuidaron poco de atacar a estas columnas, sin duda porque el general Nouvilas que las venía persiguiendo, se prometía desarrollar uno de aquellos de sus planes que, como todos los suyos, dieron nuevamente motivo para comprender que no eran los más eficaces para desbaratarlas. Describieron los carlistas un gran círculo por el país, comenzando su marcha desde Izarra por Amurrio, Llodio, Areta y Arrancudiága, presentando en Arrigorriága sus avanzadas; y cambiando de rumbo por Cebério, se dirigieron por Zornoza Zugastieta y Lequeitio, desde donde corriéndose Cenarrúza y Berriatúa, penetraron en la provincia de Guipúzcoa después de burlar la persecución de las tropas de Nouvilas.

Al atravesar algunas de estas fuerzas por Orozco, los francos fueron atacados vigorosamente; pero se resistieron con valor, no permitiendo que los carlistas se apoderasen de las casas que ocupaban, ni de las más próximas, una de las que incendiaron para su mejor defensa. Pocos días después de este suceso, recibía el diputado general D. Manuel de guía una carta del comandante general carlista Velasco, en la que le exigía una indemnización por la casería incendiada por los francos de Nouvilas, amenazándole al propio tiempo con la quema de las muchas que poseía el Sr. Gortazar por aquella parte, si no satisfacía sus deseos y no desaparecían de Orozco las fuerzas allí estacionadas. El diputado general le contestó de una manera tan digna como enérgica, poniendo sus casas a disposición de la tea incendiaria del general carlista, que no consumó la injustificada amenaza.

Abandonadas las tierras vizcaínas por las fuerzas navarro-guipuzcoanas que impunemente por ellas habían paseado sus banderas, agrupáronse todas las de Vizcaya y se trasladaron a Guernica con su comandante general a la cabeza. Las formó y revistó en el juego de pelota de Luno, donde después de aclamar y victorear a su rey y señor D. Carlos VII, secundado ardientemente por el vecindario de los pueblos circunvecinos, dio orden de que inmediatamente y por partidas se distribuyesen por el interior del país para sacar todos los mozos útiles sin perdonar a los considerados como exentos ni a los ausentes, al propio tiempo que obligaba a los ayuntamientos a preparar el segundo trimestre de contribución para las atenciones de la guerra. Observados estos propósitos por los jefes de las columnas republicanas, salieron al encuentro de aquellas partidas, pero sin conseguir alcanzarlas, ni evitar siquiera que los ejecutasen: solamente la del coronel Pino logró escaramucearse en Ochandiano con la del alavés Iturralde, a quien causó algunas bajas y le hizo huir de sus posiciones. Bien es cierto que ya para este tiempo el ejército que operaba en Vizcaya, comenzaba a querer imitar la deplorable conducta del de Cataluña, si bien se mantuvo mucho más subordinado, como lo prueba, entre otros actos, el ocurrido con el teniente coronel Morales, cuyas tropas al ponerse en marcha desde Bilbao para perseguir a los carlistas y al llegar a Achuri, se negaron terminantemente a continuarla sino se presentaba el coronel Pino a su cabeza.

Llegaba el mes de junio y en cada uno de sus días el estado general de la nación presentaba más terrorífico aspecto. Por todas partes resplandecían las llamas de la revolución: la Asamblea, atizándolas, proclamaba la república federal; subían al poder Pí y Salmerón con sus utopías intransigentes: el ejército de Cataluña cometía en Igualada la mayor de sus faltas dando la división Velarde el grito de rebelión y entregándose a los actos más reprensibles; Granada desarmaba a los carabineros que la guarnecían; en la pacífica San Sebastian sobrevenía un lastimoso choque entre el batallón de voluntarios, movilizados y las tropas que la guarnecían: y en Vizcaya, y en sus provincias hermanas Alava y Guipúzcoa, y en Navarra misma, sentíase arder como nunca y por todos sus ámbitos el fuego de la insurrección más alarmante. Un grave incidente para la causa de la República vino a dar en Vizcaya más pábulo a la hoguera. El brigadier exento de servicio D. Castor de Andéchaga que habitaba retirado su cómoda casa de S. Salvador del Valle en el Concejo de Somorrostro, y que más de una vez montó a caballo para reprimir algunos ligeros chispazos de insurrección carlista observados dentro de su territorio, se lanzó al campo del nuevo pretendiente de la corona de España. Esta actitud del célebre y antiguo partidario de D. Carlos V, bajo cuyas banderas militó durante la Guerra Civil de los seis años, convenido, achacoso por su avanzada edad, aunque de enérgica fibra, con gran prestigio en la comarca y aun en todo el país vizcaíno, no podía menos de imprimir una nueva faz al movimiento carlista y de traer a la memoria la confianza que le debía inspirar su triunfo. El 28 de junio abandonó su vida sosegada y pacífica acompañado de algunos de sus amigos, para empuñar de nuevo aquella espada que tanto mortificó al general D. Fermín Iriarte en la pasada guerra, dentro del distrito de las Encartaciones, donde uno y otro jefe ponían a prueba y sin descanso toda su pericia y astucia. Su presencia en el campo carlista inmediatamente se dejó sentir. Centenares de mozos ocupados en las minas de Triano abandonan la piqueta y la azada por seguirle, y en breve el anciano paladín cuenta con una partida de más de 800 hombres. Muchos son también os que recluta el carlismo y que se presentan, no ya a la fuerza, sino voluntariamente a empuñar las armas en las demás merindades vizcaínas: y en Navarra, donde siguen el mismo ejemplo, fracasan todos los planes misteriosos del general Nouvilas hasta el punto de cantársele aquellas repetidas coplas,

Ramón Nouvilas
nos dió un petardo
pues se esperaba
que hiciese más.

Mas no es lo mismo
batir carlistas,
que en el Senado
ponerse a hablar.
Váyase al punto;
váyase a escape
y que a Navarra
no vuelva más.

Si el sigue aquí,
es de esperar
que los carlistas
aumentarán

Coplas que, aunque poco brillantes por su ritmo y entonación, pintaban gráficamente los planes del jefe de los batallones improvisados insurrectos y el estado del país en que operaba. Dorregaray, puesto ya al frente de las facciones navarras que organiza sin descanso, recibe armas y municiones, y sus soldados no huyen de las fuerzas enemigas; y Lizárraga se bate en Arroniz y en Aldaz con más aplomo que en los encuentros anteriores. A la persecución de estas facciones que comienzan a presentar un carácter bastante imponente, se dedican las columnas de Castañón, Rey, Portilla, Marti, Tejada, Castillo, Loma, Cuenca, Pino y otros más, y ya los pueblos en que el elemento liberal contaba con algunos adeptos, comienzan a fortificarse, temerosos de ser sorprendidos por los carlistas. Al compás de los progresos de su fuerza militar, debían crecer también los de su administración y elemento civil, para cuya consecución se ocupan del nombramiento de diputaciones a guerra. Estas aparecen casi simultáneamente con los primeros desembarcos de armas y municiones en la abandonada costa del litoral cantábrico, y en Guernica, rechazados los antiguos diputados que firmaron el Convenio de Amorebieta, se constituyeron en diputación el día 3 de julio D. Lorenzo de Arrieta Mascárua, diputado foral en el bienio de 1868 a 1870, como corregidor político, y diputados a guerra D. Pedro María de Piñera, diputado electo y en ejercicio en 1870 pero que no tomó parte en el movimiento carlista de 1871, y D. Alejandro de Antuñano, diputado segundo elegido en el mismo año.

Corría el mes de julio sin que las tropas de la república obtuvieran éxito alguno sobre los carlistas, cuando volvieron a notarse en Bilbao amagos de insurrección en las primeras. El comit e federal de esta villa había repartido entre los soldados de la columna Costa una hoja impresa en que les aconsejaba estar muy en guardia contra proyectos de esa forma de gobierno, y al regresar de sus operaciones esta columna a Bilbao, diéronse en sus filas algunos vivas a la federal, a la soberanía de la nación, y mueras a los traidores. Estos síntomas tenían que dar sus naturales resultados, porque el mismo coronel, al salir a operaciones al amanecer del siguiente día, halló vacilación en las tropas hasta el punto de tenerlas que arengar en términos muy enérgicos y de vitorear a la federal; y la publicación poco después de su salida de otra hoja con el título de Rugido de los Soldados, firmada por algunos de ellos, demostraba con dolorosa evidencia que la disciplina militar se hallaba completamente relajada. Coincidía con estas escenas deplorables, el anuncio del regreso a Bilbao y licenciamiento del batallón franco Cazadores de Nouvilas, que guarnecía a Villaro y Orozco, cuyos jefes y soldados eran muy sospechosos a la causa del orden; las elecciones de otro nuevo ayuntamiento republicano en Bilbao, y la famosa circular que el dictador Pí dirigía reservadamente a los gobernadores. En estos días también ocurrían los desastres de Alpens, en que el valiente general Cabrineti perdía su vida por la patria, de Puigcerdá y de S. Quirce, y los más horrorosos todavía de Alcoy, Málaga y Cartajena, de manera que todo parecía conspirar contra la seguridad detestado. El batallón cazadores de Nouvilas, en efecto, penetró en Bilbao para su desarme en la tarde del 14, custodiado, podía decirse así, por una columna mandada por el coronel Pino, que lo recogió en Villaro: mas apenas desfilaba esta columna para sus cuarteles, cuando las cornetas de sus batallones tocaron llamada acelerada: era porque los francos de Nouvilas, insurreccionados, se negaban a trasladarse al cuartel de San Francisco, haciendo alto en la Ribera y cargando sus fusiles. Cunde en la villa la noticia de la novedad; ciérranse los establecimientos; corren las gentes por las calles; pero formada de nuevo la columna de Pino en el Arenal con algunas piezas de artillería y ocupando las calles más próximas a la Ribera, obliga a los francos a penetrar en el cuartel de S. Francisco, donde se verifica su desarme. Regresando la columna al Arenal, es arengada por el general Lagunero, que la felicita por su disciplina y a quien victorean los soldados, que con la mayor calma, se dirigen a sus alojamientos. Embarcados los francos al siguiente día con rumbo a Santander, desaparecen por el momento los temores de trastornos en Bilbao, mas no por eso dejan de alarmarse los espíritus serios de la fuerza y de los medios de combate de que los carlistas se iban proveyendo. Ya para este tiempo habían desembarcado mayor número de armas en nuestra abandonada costa y se distribuían entre las partidas organizadas, y el día 15 de este mes se cantaba un solemne tedeum en Santa María de Guernica por el feliz arribo y desembarco en la ensenada de Oguella, de otra gran cantidad de fusiles y municiones conducidos por un buque inglés. Bilbao no podía ver con tranquilidad y sin temor así el aumento y organización de las fuerzas carlistas como la facilidad con que recibían armas y pertrechos de guerra, la poca o ninguna persecución que se les hacía por las fuerzas del ejército, y hasta lo incoherente de sus marchas, alejándose de la costa en los momentos mismos en que se verificaban estos grandes alijos; y al efecto, la Junta de Armamento y Defensa, que con previsión había nombrado algunos meses antes, acordó aumentar los medios ofensivos de la villa y levantar el espíritu público algún tanto amortiguado por el estado general de la nación. No contribuyó poco a la pronta realización de estos acuerdos, la noticia de la entrada de D. Carlos en España, por Ainhoa y Dancharinea, publicada en un telegrama del Progres du Sud-Ouest, periódico de Bayona, noticia que, si bien tenida por apócrifa e incierta por muchas personas que dudaban de la existencia de D. Carlos, fue bien pronto confirmada por conductos muy autorizados. Mas a pesar de esto, era tan extraña la conducta del pretendiente desde el suceso de Oroquieta, y su clausura dio lugar a tantos comentarios, que hombres sesudos y conocedores de las tramas políticas, no supieron hasta el 10 de julio que había permanecido oculto en las aldeas de Basusari y Urrugne, imitando con este ejemplo el cobarde retiro que se impuso Ricardo, corazón de León. Al aparecer de nuevo en la escena de la guerra civil este personaje, unos le suponían hijo de un zapatero de Bayona, otros un aventurero austriaco de gran semejanza con el de Este, y no faltó quien, a pesar de su posición elevada y oficial, declaraba públicamente donde jamás debieran pronunciarse más palabras que las positivas y exactas, que D. Carlos concluyó para siempre pocos días después del suceso de Oroquieta. Semejábase este suceso y se le daba tan poca importancia, como se dio 39 años antes al de haber atravesado D. Carlos la frontera, cuando pisó las tierras españolas después de su emigración en Austria. Un faccioso más era la expresión que pronunció e hizo célebre entonces uno de los primeros hombres de Estado para demostrar la impotencia y poca significación de D. Carlos en el campo carlista, y un faccioso más era en efecto D. Carlos en 1834; pero este faccioso más llevaba consigo gran fuerza moral y una entidad que ninguno podía disputarle, como poco después fue reconocido y lo probaron los sucesos de la guerra. En ésta, el misterioso pero arrogante mancebo que atravesó el 16 de julio por Dancharinea, montado en un brioso alazán, vestido de gran uniforme y luciendo lujosos bordados y blanca boina, pronto se convirtió en el verdadero nieto del antiguo pretendiente; y las dudas y vacilaciones a que había dado lugar su misteriosa reclusión, se convirtieron en realidades de resultados inmediatos. 7

Por este tiempo, las dudosas e inexplicables maniobras del general Lagunero que con una respetable división se dirigía desde Durango a Elorrio en los momentos mismos en que a dos leguas a su retaguardia, en Zornoza, custodiaban los carlistas pacíficamente más de 60 carros cargados de fusiles que repartían entre sus adeptos del interior de Vizcaya; la formación de 14 batallones de 500 hombres cada uno que organizaban con su dotación de oficiales; el glorioso, aunque desgraciado combate de Lamíndano, sostenido por el coronel Costa, en el que el batallón de cazadores de Alba de Tormes hizo verdaderos prodigios de valor conteniendo a 3500 carlistas mandados por Velasco y Andéchaga, que, aparapetados unos en los riscosos peñascales de aquella montaña y abalanzándose otros con gran pujanza sobre el expresado batallón, le pusieron en grave aprieto, perdiendo 5 oficiales y 80 soldados entre muertos y heridos: la retirada de los voluntarios de Ondárroa, Bermeo, Durango y Marquina que ya no podían resistir el ímpetu de sus enemigos: la leva general que hacia Andéchaga en las Encartaciones, donde sin respeto a los casados, armaba a todos los hombres útiles de 18 a 40 años; la ruptura de los puentes de Burceña, Zaramillo, Euba, Luchana y otros más; y hasta la persecución que contra el cura Santa Cruz se desató en Guipúzcoa por sus mismos parciales que le obligaron a internarse en Francia, asombrados de los crímenes que seguía cometiendo, eran indicios demasiado vehementes de que la guerra tomaba un nuevo carácter, y que los carlistas, que hasta esta época solo se habían cuidado de proveerse de armas y municiones y de levantar prosélitos, se organizaban vigorosamente y se preparaban a pelear. Y no había duda ya en esto, porque D. Carlos, puesto al frente de 8000 hombres y cinco cañones esperó en Estella al general Sánchez Bregua, que, con la brigada Portilla, fuerte en todo de 8000 soldados y cuatro piezas, se dirigió a aquella plaza y no libró batalla corriéndose a Pamplona desde Beriozar, a pretexto de reorganizar sus fuerzas. Y tampoco daba lugar a otra creencia el brusco ataque que dio Andéchaga el 30 de julio a la villa de Portugalete, donde sorprendida una colonia de pacíficos bañistas, quedó aterrada con este suceso. Portugalete se hallaba guarnicionada a la sazón por 150 hombres del batallón franco Cazadores de Nouvilas, apoyados por la goleta de guerra Buenaventura al mando del comandante D. Camilo de Arana, que tantos y tan buenos servicios había prestado: pero aunque pudieron resistir con gran valor y tenacidad el ímpetu de los carlistas en los primeros momentos, mal lo hubieran pasado a no salir en su socorro precipitadamente desde Bilbao, trasladados en ómnibus por la orilla derecha, 250 cazadores de Segorbe, 400 soldados del Rey, carabineros, guardia civil y dos piezas de montaña, que pasaron la ría, embarcados, frente a Portugalete con el general Lagunero a la cabeza. Reunidas estas fuerzas, atacaron vigorosamente a las carlistas que se retiraron sobre Galindo; y regresando por la noche a Portugalete, súpose que tuvieron 10 muertos de Cazadores de Nouvilas, víctimas de una descarga sufrida por su demasiado arrojo al comenzar el ataque contra la villa, y 10 heridos de Segorbe con un capitán, 8 contusos y 3 extraviados, en el combate empeñado algunas horas después. Golpe tan inesperado recordó las mañas del anciano brigadier carlista:—Andéchaga, al intentarlo, se propuso apoderarse de la villa de Portugalete, llave del puerto de Bilbao, con cuya posesión cortaba las comunicaciones entre la mar y la plaza, privando a ésta de todo género de recursos.

En estos mismos días ya el pretendiente se paseaba triunfante por todos los pueblos de Vizcaya, desguarnecidos y sin fuerzas del ejército que operasen en ellos. Recorrió los de Orduña, Amurrio, Llodio, Zornoza y otros menos importantes, en medio de las más entusiastas demostraciones de júbilo, y se dirigió a Guernica, la capital foral del Señorío, donde llegó con su estado mayor el 2 de agosto, custodiado por las fuerzas de Velasco, su comandante general en Vizcaya. El pueblo y la clerecía le recibieron ebrios de entusiasmo, acompañándole apiñados hasta la casa consistorial: visitó el Congreso Vizcaíno; asistió al te-deum que se cantó en la iglesia de Santa María; regresó al lugar en que se celebran las Juntas generales; y colocándose bajo el solio que sombrean las ramas del roble que simboliza las libertades vascongadas, juró respetar los fueros y restituírselos a los vizcaínos en toda su integridad. 8 Tornó a la casa consistorial, en que descansó algunos momentos, y precipitó su marcha, sin que se realizara el programa de festejos que tenía preparado el ayuntamiento, porque varias columnas de tropas republicanas iban en su seguimiento. Llegó el 3 a Durango, donde fue aclamado con el mismo entusiasmo que en los demás pueblos de Vizcaya; visitó las Peñas de Mañária, tintas todavía con la sangre de los soldados de Puerto-Rico, y aunque se vio amenazado por las fuerzas divididas que comandaba el general Sánchez Bregua, situadas con intento de impedirle el paso a Guipúzcoa o a Álava, atravesó esta provincia dejando burlados los planes del general de la república, con su presentación y la de su ejército en los valles de Navarra. Este paseo triunfal de D. Carlos por Vizcaya, acompañado de un brillante estado mayor compuesto de las personas más notables del país y de respetables y organizadas fuerzas de infantería y caballería procedentes en su mayor parte de Navarra y Guipúzcoa, no podía menos de levantar el espíritu en favor de su causa, preparado ya de antemano. Así fue en efecto, y el éxito sobrepujó sin duda las mismas esperanzas del pretendiente, dándose el caso de trasladarse muchos de los habitantes de los más lejanos pueblos a ver pasar y victorear a quien ya consideraban como su legítimo Señor. Y no era de extrañar esto, porque mientras los pueblos apenas eran visitados por cortas fuerzas del ejército del gobierno, viéronse de repente sorprendidos con un aparato belicoso que no concebían, llamándoles principalmente la atención las piezas de artillería que los carlistas tuvieron buen cuidado de exhibir con toda ostentación para producir el mayor efecto en la imaginación de las gentes sencillas. La causa de D. Carlos quedó desde estos instantes completamente asegurada; las dificultades que presentaban los padres de los mozos para entregarlos a los jefes de los batallones, desaparecieron como por encanto; y la propaganda que incesantemente se venía haciendo al son de la religión y del rey, no tuvo ya necesidad de emplear nuevas artes: toda Vizcaya se armó al grito de la santa causa, y no hubo montaña ni valle vizcaínos en que no resonase este grito. El Señorío dio a D. Carlos 8000 hombres ágiles y fornidos, con los que se formaron diez batallones con los números y jefes siguientes:

1.° Batallón de Arratia; al mando del teniente coronel don Juan Ipiña.
2.° Batallón de Arratia; al de D. Martin de Echévarri.
3.° Batallón de Durango; al de D. Ramón Altarriba.
4.° Batallón de Marquina: al de D. Juan Sarasola.
5.° Batallón de Bilbao: al de D. Jos e Seco Fontecha.
6.° Batallón de Munguía: al de D. Sebastian Gorordo.
7.° Batallón de Guernica: al de D. León Iriarte.
8.° Batallón de Orduña: al de D. Casiano Bernaola.
9.° y 10.° Batallones de las Encartaciones, al del brigadier D. Castor de Andéchaga.

Además de estos batallones que constaban de más de 800 plazas cada uno, formó Velasco otros dos de castellanos, denominado el primero, Cazadores del Cid, al mando del teniente coronel D. Antonio Bruyel, y el segundo Cazadores de Arlanzon, al de D. Telesforo Sánchez Naranjo, un escuadrón de Doña Margarita mandado por el comandante D. Félix Noruega, una batería de montaña a las órdenes del capitán D. Julián García Gutierrez, y un Cuerpo de Administración con su intendente el comandante D. Gervasio de Jáuregui.

Demasiado elocuentes eran estos datos para que la causa de la república no dejase de comprender que el ejército de D. Carlos en Vizcaya se presentaba ya imponente y organizado, y que este resultado era debido a los esfuerzos de D. Gerardo Martinez de Velasco, quien pocos meses antes huía al menor movimiento de las tropas con 500 de sus partidarios malamente armados por los montes de Arratia, acompañado de Blas Beláustegui. Y a este resultado contribuyeron eficacísimamente los desvaríos de los gobiernos de la corte, las insurrecciones que estallaban en muchas ciudades importantes, y sobre todo, la falta de persecución de las tropas que operaban dentro del Señorío.

Era el 4 de agosto, cuando el gobierno, interpretando, aunque tarde ya, los deseos de las autoridades y de muchos vecinos de Bilbao, relevó al general Lagunero de su mando de la división de Vizcaya, trasladándolo a Galicia con el empleo supremo militar. No fue afortunado este general en la tierra vizcaína, no obstante llegar a ella con gran fama de actividad y energía, porque durante su mando aumentaron las facciones rapidísimamente, no impidió siquiera uno de los muchos y grandes desembarques de armas que se hicieron en la costa, y dio lugar a que la maledicencia, con motivos más o menos justificados, le clavase el diente por los incoherentes y sospechosos movimientos de sus tropas. Enfermizo, linfático por temperamento, poco avisado para llevar con éxito la guerra, pobre de espionaje, sin iniciativa ni rapidez en los movimientos que se proponía emprender, formaba sus columnas de marcha en el Arenal de Bilbao muchas horas antes de la salida, dando lugar con estas dilaciones al aburrimiento del soldado, que murmuraba con el pueblo, y a que los carlistas se preparasen de antemano para esquivarlos encuentros, cuando les convenía. Si alguna celebridad alcanzó el general Lagunero en Vizcaya, fue el día en que batió a la partida de Cecilio del Campo, 9 el del desarme de los francos de Nouvilas, en que prestó un verdadero servicio al vecindario de Bilbao y a la causa del orden, y aquella malhadada tarde del 11 de agosto en que, con la tea del incendio en la mano y en víspera de abandonar su puesto, mandó abrasar la mayor parte de las caserías de la falda meridional de Deusto y Begoña. La villa de Bilbao le vio desaparecer de la escena de la guerra, con más satisfacción que descontento.

Relevóle el brigadier D. Toribio de Ansótegui, vizcaíno, gran conocedor del país y de la clase de guerra que era en él indispensable, y altamente simpático por los muchos servicios que había prestado en la Guerra Civil pasada y en la presente. Anciano ya pero de temple firme, nadie dudaba que castigaría severamente a los carlistas con el refuerzo de 4000 hombres que se anunciaba traía consigo, y con un plan que, para este objeto había concebido y fue aprobado en consejo de ministros. Ansótegui se hizo cargo del destino que le había conferido el gobierno, pero sin las fuerzas que se anunciaban, y lo que era más sensible, sin que hubiera trazas ni esperanzas de que aumentaran su división. Los carlistas entretanto se mostraban cada día más audaces y se curaban poco de los planes de este general. Colocaron en el mirador de Quintana, sobre el cerro de Santo Domingo, una avanzada que hizo fuego a la Sendeja y Campo de Volantin, alarmando como era natural a los bilbaínos: ocuparon los altos de la Ribera de Deusto y otros a derecha e izquierda de la ría, descargando sus armas sobre los buques que subían y bajaban por ella y causando algunas desgracias; y cortaron el gran conducto de aguas potables de Uzcorta, de que se surtía Bilbao, no dejando de hostilizar al propio tiempo a un destacamento que guarnicionaba provisionalmente la Casa de la Pólvora, próxima al puente de Luchana, allí situado para proteger la reparación de este puente. Indicios bastantes eran estos para comprender que se trataba de bloquear a Bilbao por tierra y por mar. Pronto fueron confirmados. a los pocos días de este atentado primero, que ocurría el 10 de agosto, aumentaron las fuerzas carlistas, no solamente por los puntos expresados ya, sino también por los del Puente Nuevo, Archanda, Zorroza, Olaveaga, Luchana y Axpe, haciendo disparos a todas horas del día, en particular sobre los vapores mercantes que cruzaban la ría y sobre los de guerra Aspirante, Ferrolano, Consuelo y Buenaventura, en alguno de los que causaron sensibles bajas, sufriendo otras más las tripulaciones del buque francés Numa y la d e otro inglés mercante surto a su lado. Las fuerzas carlistas colocadas en las dos orillas del Nervión encargadas de hostilizar a los buques y destacamentos, pertenecían a los batallones de Bernaola y Andéchaga.

Por primera vez oímos sobresaltados el estampido del cañón en aquellas apacibles y serenas orillas donde flotaban todavía las flámulas y gallardetes de centenares de buques de diferentes naciones que cargaban los ricos veneros de Triano en sus anchas bodegas; y por primera vez también, al escuchar aquel rugido, presentíamos los males que habían de sobrevenir muy pronto a nuestro comercio y navegación. Así sucedió en efecto. Los temidos penachos del humo de la artillería no se armonizan con los apacibles y ondulantes de las chimeneas de vapor, y el silbido de las balas y de los proyectiles de la guerra son los enemigos mayores de las pacíficas faenas de la industria. Posesionado Andéchaga de la orilla izquierda del Nervion,desde sus playas hasta las cumbres de Triano donde surcaba el ferrocarril minero del Señorío y conducía las naves diariamente centenares de toneladas de mineral de hierro, y es donde se construían simultáneamente tres grandes vías férreas destinadas al mismo objeto, dio las órdenes más terminantes de paralización de todo movimiento y de todo trabajo. 10 Esta orden causó un gravísimo mal a las arcas ele la Diputación, porque con ella desaparecían los ingresos que diariamente recaudaba, ingresos que por sí solos, eran suficientes para cubrir casi todas sus atenciones, inclusas las de guerra; y esta orden que fue inmediatamente obedecida, suspendía a la vez la grandísima explotación de centenares de minas, la construcción de las vías férreas y los trabajos de otras grandes industrias que rápidamente se alzaban a su lado. Consecuencia de ella también y de los riesgos que corrían las tripulaciones de los buques que anclaban en el Desierto,fue su inmediata desaparición, para no volver más, y para convertir aquellos lugares tan risueños, tan pacíficos, tan llenos de felicidad y ventura y en los que se confundían los idiomas del mundo más civilizado, en los lugares de la soledad y del nombre que llevaban hacía 250 años. El Desierto, pues, y su fondeadero con más de 300 naves y un pueblo que se construía rápidamente; sus depósitos de minas, sus fábricas y sus industrias y los jornaleros que las daban vida y movimiento, todo desapareció para el mundo del trabajo. Solo quedó dominando en el espacio la atronadora voz del cañón que llevaba la desolación y la muerte, allí mismo donde pocas horas antes silbaban, como derramando bienes, las locomotoras y los buques de vapor, emblemas de la paz y prosperidad de los pueblos.


  1. El circuito del antiguo casco de Bilbao,o sea el mismo que ha recibido los proyectiles carlistas, mide 12,215 pies lineales.

  2. La circular siguiente que la Diputación general de Vizcaya dirigió a todas las justicias de los pueblos, prueba de una manera demasiado evidente los propósitos que ya abrigaban los carlistas y los daños que hablan empezado a causar en las vías férreas.

    Diputación general del M.N. y M.L. Señorío de Vizcaya. — Circular. — El Excmo . Sr. Capitán general de este Distrito ha dirigido a la suscrita Diputación la siguiente comunicación, trasladando la Real orden que en la misma se inserta.

    «Excmo. Sr. — El Excmo. Sr. Ministro de la Guerra, con fecha 31 de Diciembre próximo pasado, me dice lo que sigue:

    «Excmo. Sr.: — Las noticias comunicadas por V.E. no dejan duda de que abusando los carlistas de Navarra, así de la indulgencia del Gobierno y de la suavidad de las leyes que nos rigen, como de la exquisita tolerancia en que se basa la conducta de las autoridades, no sólo suponen la carencia de medios dentro del sistema político sacrificando al país y manteniendolo en continua alarma, sino que adoptando por norma un proceder que a pesar de esto sería excusable en un enemigo extranjero, dirigen su acción contra las obras más importantes para el país, fruto de grandes sacrificios, pretendiendo así que le sea imposible a la Nación tomar parle en el concierto de las demás de Europa, sumirla en el más deplorable atraso, e impedirle la explotación de todo elemento de prosperidad.

    Para lograr estos fines no sólo intentan destruir las vías, especialmente las férreas y telegráficas, inutilizando las mejores obras de fábrica y exponiendo a grandes catástrofes a inofensivos viajeros, sea cualquiera su nacionalidad, sino que asesinan cobardemente a los empleados de las empresas para que apoderándose de los demás el terror, se haga imposible la tracción.

    «Hechos tan deplorables han llamado fuertemente la atención del Gobierno, y enterado S.M. a quien he dado cuenta, se ha dignado resolver prevenga a V.E., como así lo verifico, excite el celo de las autoridades locales y Diputación foral para que aprovechando el mal efecto que han de producir en los pueblos las exacciones de los facciosos, les hagan comprender cuán interesados están en rechazarlos y en apresurar el restablecimiento de la paz, dando cuando menos avisos fidedignos de cuanto pueda afectar al orden público en vez de prestarles por infundado temor, el apoyo y abrigo que tanto dificulta la persecución.

    «Para que no sigan interpretando tan equivocadamente la actitud y modo de obrar del Gobierno, preciso es que la Diputación haga comprender al país, que si no deponen las armas los insurrectos, será tratado con la mayor severidad, adoptándose las muchas medidas de rigor, que pueden dictarse sin faltar en lo más mínimo a la ley, siendo antes al contrario la más exacta interpretación de su espíritu y letra, puesto que nada es tan injusto, como que la turbulencia de unos pocos prive de paz a toda España y no solo la obligue a crecientes y dolorosos sacrificios en hombres y dineros, sino que le cause además innumerables males do toda especie; así, pues, deben estar persuadidas esas provincias, y más particularmente Navarra, por ser la que más repugnantes ejemplos está dando de ensañamiento contra los intereses de la Nación y de actitud para toda clase de crímenes, que realizada como lo está ya la quinta se aumentarán ahí cuantas fuerzas sean precisas, se movilizarán además con crecidos haberes lodos los Voluntarios de la Libertad en Navarra y provincias limítrofes, se ocuparán todos los pueblos haciendo que estos sostengan a los movilizados, se agotarán por este medio cuantos recursos pudieran ofrecer a los facciosos y sellará sentir, en fin, hasta tal punto el peso de la ocupación militar permanente, que habrán de sentirlo mucho más que el eventual y pasajero de las distintas partidas.

    «Por último, y para que a ser posible llegue a noticia de los insurrectos y contribuya también a la inmediata pacificación, convendrá tengan entendido, que no solo serán perseguidos sin descanso cuantos se han alzado en armas y tratados con lodo el rigor de las leyes de la guerra, sino que a los destructores de las vías se les aplicarán las prescripciones de la ley de 14 de Noviembre de 1845, sobre la policía de los ferrocarriles y a parle de la penalidad, que como reos políticos les corresponda, se les juzgará por el delito común que con arreglo a nuestra legislación constituyen siempre los atentados de ese género.

    «Confía el Rey (q.D.g.) en que la actitud firme y decidida do la inmensa mayoría de esos habitantes secundados por los esfuerzos de las autoridades y Diputaciones será bastante a evitar continúe la intranquilidad y sea preciso imponer los castigos antes indicados; pero si por desgracia no fuera posible llegar tan fácilmente a ese fin, encargo a V.E. obre desde luego con toda energía y cuente con que mediante su aviso se le facilitarán toda clase de medios para lograr la sumisión y castigo de los revoltosos.

    «De Real orden lo digo a V.E. para su conocimiento y efectos expresados . — Lo que traslado a V.E. para su debido conocimiento. — Dios guarde a V.E. muchos años. Vitoria 4 de Enero de 1873. — El Brigadier 2.º Cabo, Carlos de Garayne — lltma. Diputación foral de Vizcaya. »

    En su vista, esta Diputación general cree de su deber dar conocimiento de la Real orden preinserta a los Ayuntamientos y Justicias de los pueblos del Señorío, a fin de que, inspirándose y procurando se inspiren sus habitantes en un espíritu salvador de sensatez y cordura y en su inquebrantable amor a nuestras venerandas instituciones, coadyuven y contribuyan por cuantos medios estén a su alcance, en la parte que a cada uno corresponda, al inmediato restablecimiento de la tranquilidad pública, evitando así los graves males que de otra manera podrían sobrevenir al País.

    Dios guarde a V.S. muchos años . Bilbao 15 de Enero de 1873 . — MANUEL MARÍA DE GORTÁZAR . — FRANCISCO DE CARIAGA . — JUAN DE JÁUREGUI, Secretario accidental .

    Corresponde con su original de que certifico y firmo en Bilbao a quince de Enero de mil ochocientos setenta y tres . — JUAN DE JAUREGUI, Secretario accidental.

  3. CONVECINOS: Un acontecimiento trascendental ha cambiado la existencia de los poderes públicos. El Senado y el Congreso de los Diputados se han declarado Asamblea soberana y proclamado la REPÚBLICA.

    Ante tamaño hecho, el Ayuntamiento de esta villa, corporación meramente administrativa, pero protectora del sosiego y seguridad del vecindario, y obediente a las resoluciones soberanas, se ha constituido en Junta de Gobierno local, poniéndose en inmediata comunicación con el Presidente de la Asamblea Nacional.

    CONVECINOS: Vivid tranquilos y confiados. Vuestro Ayuntamiento vela por los intereses del orden, por el respeto de las leyes y por los cuantiosos bienes y elevada cultura de esta próspera población.

    Casas Consistoriales a 11 de Febrero de 1873.

    Francisco M.c Mahon. —Fermín de Urcola.—Luis de Ansótegui.—Martin de Zavala.—Jose N. de las Casas.—Ramón de Guardamino.— Pedro de Mazas. — Lorenzo de Aguirre.—Gabriel de Azaola.— Luciano de Urizar.—Alfredo de Echevarría.—Juan Antonio Bea.—Juan de Recacocchea.—Ricardo Rochelt.—Toribio de Pinillos.— Gumersindo de Angoitia. — Manuel de Unzurrunzaga.— Pedro Pelaez.— Marcos Ordozgoiti.— Francisco Eguiraun. -- Aniceto de Achúcarro.— Hermenegildo Hurtado.

  4. He aquí la orden del día dada a luz por el alcalde de este ayuntamiento pocos momentos después de la proclamación de la República en Bilbao:

    ORDEN GENERAL DEL DÍA 9 DE MARZO—El Alcalde, como jefe nato, se apresura a consignar la alta satisfacción y reconocimiento con que así la Corporación Municipal como él han visto el noble comportamiento del CUERPO DE VOLUNTARIOS en el día de hoy.

    Vuestra sumisión a la autoridad, tanto más ejemplar cuanto más voluntaria; vuestro espontáneo apresuramiento en responder a la voz del Municipio; vuestra severa y digna actitud, acatando a fuer de leales y de honrados ciudadanos la forma de gobierno que la Nación se ha dado,intereses morales y materiales que esta villa representa, tienen su más fiel guardía en vosotros, que reflejáis con expresión fotográfica, todas sus condiciones sociales y económicas.

    VOLUNTARIOS BILBAÍNOS: Vuestro Ayuntamiento os está profundamente reconocido. Y la población, por cuya tranquilidad y bien veíais generosamente, tiene que añadir un nuevo servicio a los que no perecerán ni en su memoria ni en su gratitud . — FRANCISCO M.c MAHON.
  5. Cuatro días después de proclamada la república con asistencia de todo el ayuntamiento, recibía este un oficio del gobernador de la provincia, comunicándole su sustitución por otro que acababa de nombrar . Al darle posesión su alcalde D. Francisco M.c Mahon el día 15 de marzo por la tarde, solo se presentaron ocho de los nuevos concejales; —y al retirarse del puesto que con tanta dignidad había ocupado, dirigió a sus compañeros breves pero sentidísimas palabras. Pocos días después recibía el Sr. McMahon un elocuente testimonio del aprecio que había sabido inspirar a sus compañeros, en un lujoso objeto de arte, con esta inscripción: «En testimonio de cariño y aprecio ofrecen este modesto recuerdo a su querido compañero y dignísimo presidente D. Francisco McMahon, los concejales que han sido del ayuntamiento de Bilbao.» El Sr. McMahon correspondió a esta muestra de deferencia y aprecio reuniendo a todos sus compañeros en un banquete, en el que, dirígíendoles un extenso y entusiasta brindis en el que principalmente se ocupaba de la villa invicta, terminó con estas hermosas palabras: « A la inmortalidad de la M.N.M.L. e Invicta villa de Bilbao.»

  6. La circular que la Diputación dirigió a los pueblos con este motivo, decía de este modo: Diputacion General del M. N. y M. L. Señorío de Vizcaya.—Circular.—Noticiosa esta Diputación general con hondo sentimiento, de que se está llevando a efecto en bastantes pueblos de este Señorío, por los cabecillas de las partidas carlistas, el alistamiento de sus mozos; y no pudiendo menos, a no faltar a sus más altos deberes, de velar solícita, por cuantos medios estén a su alcance, en favor de quienes a su pesar sin duda alguna y en virtud de amenazas y violencias de todo género, han de verse arrancados de sus hogares paternos, de realizarse el reclutamiento forzoso que les amaga, cuando solo desean o aspiran disfrutar tranquilos de los dulces goces de la paz doméstica, a la sombra bienhechora de sus muy amadas y venerandas instituciones, ha acordado prestarles celosa protección y ampararlos bajo su cariñoso manto, dictando al propósito, de conformidad con la autoridad militar, las disposiciones comprendidas en los artículos siguientes, a cuyo espíritu se promete prestarán decidida adhesión los leales y pacíficos habitantes de Vizcaya.

    ARTICULO 1.° Todos los mozos de este Señorío aptos para el servicio de las armas que se refugien a cualquiera de los pueblos que estuvieren guarnecidos por las tropas del Gobierno de la Nación, previa su anotación y filiación correspondiente ante el alcalde de la localidad, con intervención del jefe militar, serán socorridos, durante su permanencia en el pueblo, con una peseta diaria cargo a la Caja general.

    ART. 2.° Los mozos refugiados que quisieren tomar voluntariamente las armas para coadyuvar con las fuerzas estacionadas o de guarnición, a la defensa de los puntos donde se hayan guarecido, en caso de ser atacados, disfrutarán del haber de dos pesetas diarias y además la ración de campaña en las salidas que hagan con las columnas.

    ART. 3.° El socorro y servicio extraordinario de que hablan los artículos anteriores, sólo será por el tiempo que duren las actuales circunstancias, ósea hasta la completa pacificación del País; cuidándose de no sacar a los mozos en actos del servicio armado fuera de sus respectivos distritos y nunca de los límites jurisdiccionales del Señorío, siendo luego atendidos con preferencia para las plazas de peones camineros u otros destinos análogos.

    ART. 4.° Las Justicias respectivas, bajo su más estrecha responsabilidad personal, darán cuenta de esta circular a su vecindario, participando haberlo verificado y haberla fijado en los parajes públicos acostumbrados.

    La Diputación se lisonjea con la fundada esperanza de que en estas disposiciones, verán los jóvenes pacíficos un medio honroso de eludir los compromisos en que se hallan envueltos en sus pueblos y un camino seguro de patentizar el saludable espíritu que les domina en pro de la paz y de la tranquilidad, anteponiendo tan caros objetos a las dolorosas consecuencias de una guerra fratricida.

    Bilbao 22 de Marzo de 1873.—MANUEL MARÍA DE GORTAZAR.—FRANCISCO DE CARIAGA.-JUAN DE JAUREGUI, Secretario accidental.

  7. Según verídicos datos adquiridos posteriormente, D. Carlos penetró en España, después de pernoctar en Ascain en casa de Mr Argelliès y de atravesar la elevada montaña de La Ruhne, por Vera, donde fue recibido por fuerzas que, llenas del mayor entusiasmo, le aclamaron por su rey."

  8. He aquí el acta que se levantó en seguida de celebrarse esta ceremonia y que se imprimió y repartió profusamente por todos los pueblos de Vizcaya. «ACTA de la declaración hecha acerca de los fueros por S. M. el Rey D. Carlos VII Señor de Vizcaya so el árbol de Guernica el día 2 de Agosto de 1873.

    En la villa de Guernica a dos de agosto de mil ochocientos setenta y tres, el Caballero Corregidor D. Lorenzo de Arrieta Mascárua, el Diputado D. Pedro María de Piñera y los consultores D. Juan Nicolás de Tollara y D. Pantaleon de Sarachu congregados conmigo el Secretario en el salón de la Casa Consistorial, de regreso de Santa María la Antigua, dijeron: que para dar respetuoso cumplimiento a la voluntad expresa del Rey D. Carlos VII, Señor de Vizcaya, debía procederse a levantar la oportuna acta, donde se hiciesen constar los nobles y elevados sentimientos así como las justas y satisfactorias frases que pronunció a la faz de Vizcaya.

    Y poniendolo en ejecución expusieron por vía de antecedentes: que habiendo comparecido dichos Señores a la Real presencia en Zornoza a ofrecer a su Rey y Señor el homenaje de sus respetos y sincera adhesión, les manifestó S.M. sus vehementes deseos de pasar inmediatamente a la villa de Guernica a prestar su formal juramento de guardar y hacer guardar las franquezas y libertades, fueros, buenos usos y costumbres de este M.N. y M.L. Señorío; mas los expresados señores observaron a S.M., previa su Real venía, que para celebrar el importante y grandioso acto de la jura con las solemnidades de fuero estaba prescripto en la ley 2.ª Título 1.° del Código fundamental de Vizcaya que el Rey y Señor, presentándose en las puertas de la villa de Bilbao, haya de jurar en manos del Regimiento de ella la conservación de los privilegios, franquezas y libertades, buenos usos y costumbres; que de allí pase a la iglesia de San Emeterio y San Celedonio y repita igual juramento en manos del clérigo sacerdote que tenga el cuerpo de Dios Nuestro Señor consagrado; y que trasladándose desde allí a Guernica, después de recibir de los vizcaínos en el alto de Arechabalaga el pleíto-homenage, que corresponde al Señor de Vizcaya, vuelva a hacer el mismo juramento so el árbol donde se celebran las juntas generales; y que desde este punto se dirija a la villa de Bermeo, y en su iglesia de Santa Eufemia preste idéntico juramento en la propia forma, que en Larrabezúa; y sometieron respetuosamente a su Real consideración estas disposiciones legales. En su vista repuso S.M. que ya que las circunstancias de la guerra contrariaban sus deseos, no permitiéndole practicar todas esas formalidades y requisitos, se hallaba decidido al menos a ir a Guernica a saludar al árbol Santo, símbolo de las libertades vascongadas y a declarar en presencia de los vizcaínos, que sí por hoy no podía pronunciar el juramento que anhelaba con todas las condiciones forales, se comprometía solemnemente a venir a esta noble e hidalga tierra, según era obligación suya, cuando la España estuviese pacificada, a llenar todos los pasos y formalidades de fuero.

    Y acto seguido, S.M., montando a caballo salió de Zornoza a las nueve y medía de la mañana de este día para Guernica, acompañado del cuartel real, su escolta, varios batallones de infantería y escuadrones de caballería y de los señores qne van nombrados a la cabeza de esta acta; y a cosa de las once y medía de la misma mañana llegó S.M. a la referida villa, habiendo sido en todo el tránsito objeto de cariñosos saludos, vivas y aclamaciones de las gentes que a la carretera descendían de los pueblos situados a derecha e izquierda, rayando en un verdadero delirio, concebible sí pero indescriptible, la animación y entusiasmo que su Real presencia produjo a la entrada de la expresada villa, cuyas avenidas, calles y plazas se hallaban literalmente atestadas de personas de ambos sexos, de todas condiciones y edades, que, con atronadores y prolongados víctores saludaban con amor y lealtad a su Señor, yendo a parar de este modo con las bendiciones del pueblo, a la casa del Concejo.

    A luego de un corto descanso, S.M. volvió a montar a caballo, y seguido del mismo acompañamiento, en medio de los señores Corregidor, Diputado, Consultores y Secretario se encaminó a Santa María, la Antigua iglesia juradera, por entre filas que cubrían la carrera; y llegado allá, después de unos momentos de oración ante el altar de la Inmaculada, que se había colocado en el templete que existe bajo el árbol donde se hace la entrega de los poderes para juntas, se puso de pie y teniendo a sus lados a los expresados señores y más abajo en grupo a los generales y demás señores que componen su cuartel real, con voz vigorosa, clara e inteligible, dirigió S.M. al inmenso gentío que ocupaba la espaciosa campa y demás puntos que circundan la casa de juntas, las siguientes palabras:

    « Ansiando mi corazón cumplir la providencial misión que Dios me ha encomendado de restañar las profundas heridas, que la impiedad y el despotismo han abierto en el seno de mi querida España, comienzo hoy mi obra por vosotros, nobles y honrados vizcaínos; porque al pisar vuestro leal y heroico suelo, no he podido prescindir, cediendo a los impulsos de mi corazón, de venir a saludar a vuestro venerando árbol, símbolo de la libertad cristiana que os ha hecho felices durante tantos siglos, y a aseguraros con la solemnidad que las circunstancias lo permiten, que de hoy más quedáis reintegrados en la plenitud de todos vuestros fueros; y que el día que el Señor tenga a bien premiar nuestros esfuerzos con la pacificación general de España, os prometo solemnemente cumplir con toda exactitud según es mi deber, las prescripciones forales del juramento, conforme lo hicieron mis augustos antepasados: y es mi voluntad que está mi declaración quede consignada en un acta formal.»
    Y seguidamente descubriéndose S.M. y con la boina en la mano, dio con acento enérgico los siguientes vivas:

    Viva la Religión.
    Viva España.
    Vivan los Fueros.
    Viva Vizcaya.
    Habiendo sido contestados todos estos vivas con un entusiasmo y frenesí indescriptibles, se cubrió S.M. y terminó el acto; en cuyo testimonio firman los Sres. Corregidor y Diputado, el Excmo. Sr. Marqués de Valdespina y los Sres. Consultores conmigo el Secretario.

    Y para que el País tenga el debido conocimiento de este cuadro grandioso y conmovedor y a fin de que sirva de satisfacción a todos los buenos vizcaínos este acto de reparadora justicia por parte del Señor de Vizcaya, del Augusto Monarca D. Carlos VII, se circula la presente acta por vereda a todos los pueblos del Señorío.

  9. Este combate que ocurrió el día 6 de mayo, tuvo un feliz coronamiento en la madrugada del día 7. Después de haber dejado quebrantada completamente el general Lagunero la partida de Cecilio del Campo, de la que solo restaban 12 0 14 hombres, pudieron agregarse a la de su amigo Bonifacio Gómez, que vagaba por los alrededores de Quejana.

    Noticioso de este hecho de armas el teniente coronel Villegas, activísimo jefe de una columnita que operaba en la provincia de Santander y que causaba grandes daños a los carlistas de las Encartaciones a donde con frecuencia se corría desde el distrito de su mando, se puso en combinación con las fuerzas del comandante Solís que mandaba carabineros, guardias forales y peones camineros de Vizcaya, y caminando durante la noche, sorprendió y batió en el pueblo de Añez a las facciones reunidas de Campo y Gómez, causándoles 9 muertos, entre ellos el cabecilla Chuchurru, 29 prisioneros con los dos jefes ya citados, 11 caballos y todas las armas de la partida, así como una bandera negra con cruz blanca y esta inscripción «Victoria o Muerte» perteneciente a la partida de Campo. Todos estos prisioneros fueron conducidos a Santoña. Las Encartaciones quedaron por el momento limpias de carlistas y escarmentados algunos pocos mozos que pudieron huir de las partidas derrotadas.

  10. Al transmitir estas órdenes, publicó también Andechaga, que parecía movido por la más febril actividad, está anuente alocución que se repartió impresa por todo Vizcaya y en particular por los pueblos de las Encartaciones. « HABITANTES DE ESTE DISTRITO: La tea incendiaria que el horrible liberalismo alimentara en su larga y dolorosa dominación, empieza a pasearse por nuestro hermoso suelo sembrando de ruinas y de sangre los lugares en que pasasteis vuestra infancia, en que tenéis vuestras más caras afecciones. Ese ejército antes tan glorioso, el que, agrupado en épocas anteriores bajo la triunfante bandera de la fe y del honor admiró al mundo con sus hazañas, convertido hoy por el indujo de constituciones ateas en una agrupación de miserables bandidos, de indisciplinadas y salvajes hordas, desahoga su impotente saña en vuestros hogares haciendo blanco de sus iras vuestras inocentes personas e indefensas haciendas. Muchos han visto con lágrimas en los ojos arder el único patrimonio que de sus padres heredaron: otros tiemblan ante la perspectiva de semejantes infamias: todos lloran ante la Religión perseguida, los Fueros ultrajados, y las costumbres de sus mayores holladas. Pero no es suficiente que esas humeantes ruinas, esa Religión, esos fueros y esas costumbres os arranquen lágrimas; es preciso que os recuerden otras cosas, es necesario que los antiguos Euskaros, los que humillaron el poder de Roma en estas montañas y jamás consintieron el yugo de la fuerza sobre sus hombros, resuciten hoy en sus hijos y hagan ver al enemigo común que no impunemente se falta en esta tierra a lo que la justicia ordena y la civilización sanciona. ¿Por ventura os parece digno afligirse como mujeres cuando aún se puede combatir como varones? ¡No! ¡Imposible! Que bajo este hermoso cielo nunca se anidó la cobardía ni los murmullos de vuestros bosques arrullaron jamás a débiles.

    A LAS ARMAS VALIENTES ENCARTADOS! Que al toque de somatén de las campanas de vuestros valles, palpiten con entusiasmo los corazones, y recordando las glorias de vuestros antepasados y la ignominia presente, perezcáis con honor en la pelea, antes que sufrir en la vergüenza el sangriento ultraje que os dirije un puñado de bandoleros.

    Es preciso que todos hagamos cuanto est e de nuestra parte para borrar de una vez tanta deshonra; el joven como joven empuñando un fusil y luchando siempre en primera línea; el anciano, si echa de menos la agilidad perdida guíando como hombre experto al joven con sus consejos: todos, sin distinción con sus preces y oraciones, que el que pudiendo hacer hoy algo por la Santa causa no lo hace, ni es católico ni vizcaíno: no católico, porque al ver la Religión hollada no la defiende; no vizcaíno, porque al renegar de su fe, reniega también de las augustas tradiciones de sus padres. El enemigo es débil y cobarde, que nunca el criminal fue valiente; la justicia le condona; la tradición lo rechaza; los remordimientos le destruyen; un solo empujo, un esfuerzo más, y ya no existe! El derecho está de nuestra parte, la historia habla en nuestro favor, la fe nos anima, la esperanza nos alienta, la Religión nos protege; nuestros padres nos bendicen. ¿Que más queremos? ¿Por ventura es necesario más para vencer?

    ¡A LA LUCHA! AL COMBATE, VALIENTES EUSKAROS. Aún hay hierro suficiente en nuestras montañas; aún hay madera abundante en nuestros bosques para armar vuestros brazos y anonadar al infame que agita la destructora tea del incendio sobre el hogar en que visteis morir a vuestros padres.

    Ea pues; ¡adelante!

    ¡Viva la Religión!
    Viva el Rey D. Carlos VII, Señor de Vizcaya!
    Viva España cristiana!
    Vivan los Fueros!

    Campo del Honor 18 de Agosto de 1873. -- Vuestro brigadier, Castor de Andéchaga.