Capítulo VIII

Cobaron y José McLennan

Hacia 1864 la legislación de minas aún era confusa en cuanto a su aplicación, pero ya había compañías explotando las veneras, además, la Diputación Foral había inaugurado el Tren Minero de Triano convirtiéndolo en el mayor negocio de su historia. Esta línea iba desde Ortuella (entonces Santurce), donde la Diputación creó una estación y cargaderos para las minas, hasta la desembocadura del río Galindo, donde también levantaron cuatro cargaderos para los barcos extranjeros que accedían por la ría.

A los cargaderos de Ortuella llegaba el mineral de varias compañías que arrancaban vena en los Montes Indivisos de Triano mediante carretas de bueyes o de caballería, planos inclinados y vagonetas de cadenilla.

José McLennan explotaba las veneras de Cobaron y construyó una vía férrea hasta un punto en la costa entre el último covarón de la playa de La Arena en la desembocadura del Barbadún y el pintoresco lugar denominado El Rincón. Allí realizó obras importantes construyendo una enorme vertedera con tolvas inferiores para el cargue de vagonetas.

Al mismo tiempo, abrió un camino llano de no más de dos metros de anchura a lo largo del litoral en dirección a Pobeña, y luego, para salvar el desnivel, un plano inclinado hasta la zona denominada la Esparraguera. Asimismo, rellenó la zona uniendo la islita de San Pantaleón a la Esparraguera para impedir que el agua pasara con las mareas, agrandó la base de la ermita con un robusto muro de piedra y construyó una plataforma de dos metros de ancho y quince de largo que entraba en el agua y que, con las pleamares, permitía cargar los lanchones a remo y pequeñas gabarras a vapor.

Es decir, la vena extraída en la venera de Cobaron se transportaba por tren hasta la vertedera del litoral y allí se cargaban las vagonetas de cadenilla20 que iban por el camino denominado de la Barra. Esta pista se llamaba así porque cada dos metros del recorrido tenía dispuestos postes de raíles de un metro de altura unidos por una barra que más tarde fue sustituida por un grueso cable, evitando que las vagonetas se precipitaran por el acantilado en caso de descarrilamiento.

Las vagonetas de cadenilla se movían por un cable tractor, bajaban por el plano inclinado — hoy escaleras— y descargaban en la base de la ermita donde había una casita para el rentero, responsable de las vagonetas y del cargue del mineral en los lanchones y gabarras a vapor.

José McLennan convirtió Pobeña en un importante puerto de salida de mineral, sus pequeñas embarcaciones, que se cargaban a cestos, subían el Barbadún hasta el Puerto de San Juan —actual Plaza de Muskiz— o salían a mar abierto a cargar los barcos ingleses que se aproximaban a la playa hasta donde el calado les permitía.

San Juan era un antiquísimo puerto venaquero y allí cargaban la vena en carros de bueyes y la transportaban por el camino real —hoy carretera nacional 634— hasta los cargaderos de la estación de Ortuella. Este complejo recorrido del mineral no era exclusivo de la explotación de José McLennan, ni mucho menos. En aquellos años, como cuenta J.E. Delmas, los caminos estaban teñidos por la vena de la cantidad de carros que transitaban. Las minas cántabras utilizaban pasarelas que entraban en la mar y, mediante botes y gabarras, cargaban barcos que se aproximaban a la costa.

Este complicado sistema de transporte era caro, lento y peligroso, pero se utilizó hasta finales de los ochenta, momento de cambios importantes por el agotamiento de los óxidos en Cobaron que, agotada la vena, era una enorme explanada con la caliza al descubierto limitada por tres canteras abiertas.

José Mclennan tomó la decisión de profundizar en el terreno y continuar la explotación de los carbonatos, mineral con menos mena, pero experimentó con la creación de hornos de calcinar consiguiendo aumentar la mena reduciendo la ganga y eliminando impurezas. En esos años, McLennan construyó el primer cargadero a mar abierto que funcionará hasta los años sesenta del siglo XX.

En resumen, hacia 1890 ya no quedaban óxidos en los Montes de Triano. Aunque parezca increíble, en menos de veinte años las enormes y ricas masas de mineral de hierro no fosfórico que los historiadores romanos citaron asombrados por sus dimensiones, se agotaron. La vena estaba ya en manos de las siderurgias europeas, nuestros montes quedaron destripados, horadados, deforestados, la caliza al descubierto y enormes y numerosísimas escombreras por todas partes.

Las compañías mineras continuaron la explotación de los carbonatos utilizando hornos de calcinar, que se multiplicaron por la comarca, consiguiendo un mineral rentable para su transporte marítimo.

La incorporación de los hornos de calcinar para reducir21 el mineral dio lugar a la apertura de más concesiones mineras y significó un nuevo empuje en la explotación de los criaderos de los Montes de Triano. Además, las compañías encontraron un nuevo filón en las incontables escombreras y, lavando las tierras, recuperaron los óxidos desperdiciados en la rápida explotación de la vena.

La demanda de mano de obra creció22, se crearon nuevas barriadas miserables, pero los peones mineros se organizaron y empezaron a denunciar las penosas condiciones laborales y a demandar una vida más digna. De hecho, en 1890 proclamaron la primera huelga general23. El miedo se apoderó de la gente de Bilbao y de los patrones mineros al ver llegar a la villa a más de cuarenta mil personas sucias, gritando y con banderas. Todos los Montes de Triano marcharon hacia la capital vizcaína y el ejército acudió para sofocar la huelga, pero el General Loma se escandalizó ante la tremenda explotación laboral y humana y obligó a los patrones mineros a sentarse a negociar con los peones braceros. Pusieron fin a una explotación próxima a la esclavitud consiguiendo un horario de trabajo que no fuera de sol a sol; libertad de hospedaje en los albergues y de adquisición de alimentos en abacerías que no fueran propiedad de las minas o de los capataces de estas; cobrar en dinero y no en chapas, ectétera. En definitiva, se humanizó mínimamente el trabajo en las minas.

A partir de entonces llegarían otras huelgas, algunas importantes como la de 1903*, pero ninguna como la de 1890, que marcó el fin de la explotación sin control. De ahí en adelante se dio una lenta pero paulatina mejora de las condiciones laborales de los peones gracias, en gran medida, a sus organizaciones sindicales.

Notas


20. Vagonetas de cadenilla. Pequeñas vagonetas para el transporte del mineral enlazadas con una fuerte cadena que hacía de cable tractor. Fueron muy utilizadas, a veces salvando fuertes pendientes y, en ocasiones, se denominaban ferrocarril-cadenilla.

21. Reducción. Término utilizado desde muy antiguo en la comarca, su significado va asociado al hierro en cualquiera de sus estados. Reducir el mineral para eliminar impurezas en los cotos mineros o en los hornos de calcinar, en las ferrerías o en las fraguas.
La vena enviada a las ferrerías era muy controlada por los ferrones que buscaban mineral con la menor cantidad de impurezas posible. En muchas ocasiones, en los cotos mineros se eliminaban impurezas sometiendo la vena a un proceso de cocción o reducción. Sobre un talud del terreno se creaban hornos de reducción similares a los caleros donde, con madera de borto, se reducía la vena eliminando impurezas. En ocasiones, el mineral comenzaba a fundir creando pastas escorificadas que en muchas ocasiones aparecen en nuestros montes.

22. Migración. Pasada la I Guerra Carlista (1833-1840), las clases dominantes, políticos, pudientes e iglesia intuyeron con claridad el futuro que se avecinaba y comenzaron a tomar posiciones en la comarca encartada. A pesar de una legislación confusa, en los años cincuenta muchos patrones mineros, ayudados por las siderurgias europeas, arriesgaron capital y comenzaron a explotar cotos mineros desplazando a los lugareños. Se abrió un mundo de posibilidades de enriquecimiento en una comarca carente de casi todo. La inauguración del Tren Minero de Triano (1864) de la Diputación vizcaína aceleró la minería y dio garantías a los patrones mineros, concentrándose rapidamente en la comarca todos los agentes necesarios para el pleno desarrollo minero. Las siderurgias europeas aportaron la tecnología enviando geólogos, ingenieros, topógrafos, expertos en vapor, etcétera, y los patrones mineros endulzaron el trabajo minero para atraer a peones braceros, al principio procedentes de la comarca, luego de la provincia y, más tarde, de provincias limítrofes. Sin previsión alguna, la llegada de los temporeros originó alrededor de los caseríos existentes un enorme chabolismo que dio lugar a poblados importantes y carentes de servicios (Burzaco, La Arboleda, Triano, Labarga, Las Calizas, etcétera). La Iglesia empujó a sus acólitos para que ocuparan los puestos intermedios como listeros, capataces, contables, tenderos e incluso constructores que levantaron pequeñas viviendas o albergues que alquilaron a los peones braceros. Según avanzaba la minería, los negocios se consolidaron y dieron grandes beneficios a costa de someter a los peones braceros a una explotación que rayó la esclavitud.
El peón bracero era, al menos en un principio, fundamentalmente temporero, es decir, trabajaba en las minas en invierno y primavera, pero en verano regresaba a su pueblo para recoger la cosecha. El temporero, por su estacionalidad, no arraigaba, y su presencia se escapaba a cualquier registro, siendo el ideal para sufrir cualquier tipo de vejación y explotación. Esta situación de enriquecimiento y de extrema explotación se aceleró a partir de 1876, duró más de treinta años y acabó con la gran huelga general de 1890 que puso en evidencia la penosa y humillante vida del peón bracero.

23. Huelgas mineras. Desde la primera Huelga General de 1890 las protestas por una mejora en las condiciones de trabajo y de vida se sucedieron en todas las minas, fueron huelgas locales, de menor trascendencia y, en ocasiones, no consiguieron las reivindicaciones marcadas. La otra Huelga General se dio en 1903 y sirvió de modelo al escritor Vicente Blásco Ibáñez para su novela «El Intruso».

* En la edición en papel aparece el año 1905, en el que también hubo huelga, pero en el texto nos referimos a la de 1.903