Capítulo IX

La concesión Amalia Vizcaína

Acabada la guerra civil, el triunfo liberal y la Proclamación de Somorrostro (1876) fueron garantías suficientes para las compañías, por lo que hubo un nuevo empuje extractivo e invirtieron en mejorar el transporte hasta los cargaderos (creación de vías férreas mineras, planos inclinados, líneas de baldes,...), así como en mecanismos que facilitasen las extracciones o en nuevos procesos con objeto de aumentar la mena de los nuevos minerales férricos a explotar, fundamentalmente carbonatos.

En Cobaron, la Compañía McLennan llevaba más de diez años extrayendo mineral de la enorme venera, pero los óxidos estaban casi agotados. En lugar de una loma con abundante vegetación quedó una superficie más o menos lisa con la caliza vista, de relieve accidentado, limitada por tres canteras: la uno, hacia Morenillo; la tres, hacia El Haya; y la dos, hacia las escombreras que habían dejado próximas a la costa.

El espacio minero se transformó profundizándose en el terreno, construyendo un horno de calcinar —poco después habrá otros dos—, un plano inclinado hasta los hornos y un cargadero a mar abierto que recibió el nombre de Cargadero de El Castillo de Campomar.

El complicado recorrido del mineral por el camino de la Barra hasta el Puerto de San Juan y hasta los cargaderos de Ortuella se volvió innecesario y se simplificó con la construcción de un gran cargadero, abaratando costes y ganando en autonomía. El primer plano de la mina, con su pozo, extendido y galerías, lo estableció Gervasio de la Fuente en 1885.

La mina pasó a ser un amplio pozo a cielo abierto con un extendido donde llegaban los materiales de las galerías. Hacia el sur estaba la galería de Morenillo, y hacia el norte, el pozo que comunicaba con diferentes plantas a quince, treinta, sesenta y ochenta metros de profundidad. Cada planta tenía una galería principal de arrastre y otras de explotación siguiendo el filón paralelo a la costa, no hubo galerías por debajo de la mar. En el interior del pozo trabajaban a tarea una veintena de mineros que, mediante barrenos y pegas, arrancaban el mineral cargándolo en vagonetas que iban sobre raíles por las galerías de arrastre tiradas por caballos percherones. El mineral se vertía en una vagona de tres toneladas y media que subía al exterior en un montacargas.

En el extendido, un operario hacía las maniobras situando las vagonas de Morenillo y del Pozo en los raíles del plano inclinado y, por medio de un cable tractor, las subían hasta un punto próximo a los hornos de calcinar, donde se descargaban en un emparrillado y se clasificaba el carbonato tratando que a los hornos de calcinar llegase mineral de diferentes granulometrías con objeto de facilitar la combustión.

Aprovechaban todos los minerales que encontraban, en ocasiones daban con pequeñas vetas de plomo, zinc o calamina que sacaban a la extensión y clasificaban, limpiaban y apartaban del mineral de hierro, ya que no podían ir a los hornos y eran aprovechados en otros mercados.

En la cota cero se encontraban las diferentes secciones y los elementos auxiliares de la mina: talleres para reparaciones y mantenimiento, oficina, almacén, botiquín, depósito para las máquinas, hornos de calcinar, etcétera. Entre mina y hornos trabajaban unas ochenta personas.

Al fondo de la explanada exterior, hacia La Rigada, había una vertedera donde descargaba el tren que traía mineral de Carrascal, además de construcciones y el cerco donde daba vuelta la máquina. Esta mina fue una denuncia otorgada a José McLennan, que la explotó durante casi cuarenta años, y tuvo mucha notoriedad en la Revolución de Octubre de 1934 cuando, fracasado el movimiento revolucionario, los sindicalistas más significados se escondieron en Carrascal y en los altos de Triano, y los aviones de la República los bombardearon hasta sacarlos de sus posiciones.

El mineral proveniente de Carrascal pasaba a los vagones que iban al cargadero de Campomar. Eran hidróxidos (rubio) y no necesitaban calcinación. Desde esta vertedera del tren de Carrascal nacía una acequia de un metro de anchura y medio de profundidad, construida con losas de caliza, que recogía el agua de lluvia impidiendo que cayera a la mina.

Los mineros trabajaban de ocho de la mañana a doce de del mediodía y de una a cinco de la tarde, salvo aquellos que estaban en las galerías extrayendo el mineral, que trabajaban a tarea y en muchas ocasiones para las once de la mañana abandonaban el tajo. A lo largo de los años de explotación, la mina tuvo muchas vicisitudes, huelgas como las de 1890, 1905 y 1910, expulsión de mineros por provocar paros, cortes en la carretera nacional 634 en El Haya, dolorosos accidentes...

Las minas de Cobaron cesaron la actividad por falta de demanda de mineral en varias ocasiones. Fueron meses en que los mineros estaban descubiertos, buscaban trabajo en otras minas, marchaban a comprar fruta para luego venderla, trabajaban en el monte talando árboles, limpiando o haciendo carbón vegetal, en definitiva, se buscaban la vida como podían. En la actualidad, en Cobaron apenas quedan vestigios mineros, a excepción de los hornos de calcinar que, aunque deteriorados, son un patrimonio importante y de obligada conservación.

Cobaron 1900. Primeras explotaciones en galerías. Hornos de calcinar carbonatos de la mina Josefa.