Capítulo 4. Facilitar la generación de conocimiento: la expectativa de crear

Era un invierno inusualmente cálido en Siracusa. Sin embargo, hacía bastante frío cuando me dirigí con mis dos hijos, Riley (que entonces tenía 11 años) y Andrew (de 8 años), a la Biblioteca Libre de Fayetteville. Fayetteville es un próspero barrio residencial de Siracusa y la Biblioteca Libre es una biblioteca reconocida con galardones que se encuentra ubicada en la antigua fábrica de muebles Stickley. Los niños y yo íbamos a encontrarnos con Lauren Britton, la bibliotecaria de Fayetteville, que nos iba a enseñar cómo funciona una impresora 3D.

Pocos meses antes, Sue Considine, la directora de la Biblioteca Libre de Fayetteville, había anunciado a bombo y platillo la creación de un Fab Lab en la biblioteca. Los miembros de la comunidad podrían trabajar con impresoras 3D y, ocasionalmente, con otros equipos. Lauren Britton había soñado con esta idea siendo estudiante de grado de Biblioteconomía y ahora ella y Sue la estaban haciendo realidad.

Lauren había puesto en marcha la impresora 3D (una MakerBot Thing-o-Matic(« Desktop 3D Printers - 3D Printers For Educators Or Professionals » 2009–2018), para mi visita en la sala comunitaria. Se trata de una caja de aspecto extraño con tamaño de aproximadamente unos 60 centímetros. La MakerBot no es una impresora 3D de gama alta, esas sólo se venden por cientos de miles de dólares y las usan los fabricantes especializados en todo el mundo. La MakerBot es una máquina de código abierto que cuesta menos de US$2.000 y ha tenido una gran acogida en la comunidad Maker. Había un portátil conectado a la impresora.

Durante la hora siguiente, nos explicó el funcionamiento de la impresora a mis hijos y a mí. Pudimos imprimir nuestro propio diseño y descargar algo para imprimir de los miles de modelos disponibles en la web. Empezamos con un anillo, un anillo sencillo que Andrew se llevó luego a su clase de tercer curso para fanfarronear sobre cómo lo había hecho en la biblioteca. Riley imprimió un robot.

Aunque esta MakerBot solo podía imprimir objetos que cupiesen en un cubo de unos 10 centímetros por cada lado, mostró un sorprendente potencial sobre lo que podía llegar a hacer. Imagina que la próxima vez que necesites una pieza, tengas una idea para un artilugio nuevo o quieras crear una réplica de tu estatua preferida,(Liszewski 2012), simplemente los puedas imprimir. ¿No se te da muy bien el diseño 3D? Basta con que hagas unas cuantas fotos de un objeto 3D o que lo hagas girar delante de tu Xbox Kinect (Zollhöfer et al. 2011) y envíes el modelo resultante a la impresora. Esto no es ciencia ficción, está ocurriendo ahora mismo

Aunque esto pueda no ser ciencia ficción, la pregunta que nos debemos hacer es: ¿por qué está esta impresora en una biblioteca? No es una pregunta retórica, pues se planteó en el consejo de administración de la Biblioteca Libre de Fayetteville y también se la hicieron algunos de los bibliotecarios, así como muchísimos internautas cuando el anuncio del Fab Lab empezó a circular por sitios web sobre tecnología.

Antes de lanzarnos a contestar esta pregunta, me gustaría ampliarla. Después de todo, acabo de dedicar un capítulo entero a decir que las bibliotecas van más allá de los libros… ¿acaso las bibliotecas son Fab Labs? Si no debemos limitar nuestra definición de biblioteca a las colecciones y los materiales, ¿cómo definimos una biblioteca? Si debemos esperar que nuestras bibliotecas no sean meros almacenes, ¿qué debemos esperar que sean concretamente? ¿Qué es lo que hace una biblioteca?

La biblioteca como agente facilitador

En pocas palabras: lo que hacen las bibliotecas es facilitar.

Reconozco que esto puede sonar algo decepcionante después de haber hablado de las revoluciones en Egipto, de los Fab Labs y de ejercer de faro que oriente las aspiraciones de la comunidad… todas estas cosas parecen requerir palabras más enfáticas, como «empoderamiento», «defensa» o «inspiración». Las bibliotecas deberían hacer todas esas cosas. Tengamos en cuenta que ejercer de agente facilitador es solamente una parte de la misión más general de «mejorar la sociedad facilitando la generación de conocimiento en las comunidades». La palabra mejorar es clave, pues denota actividad, lo que implica que facilitar también denota actividad… nadie ha cambiado nunca el mundo esperando a que otros se lo pidiesen. Así pues, debemos esperar que la tarea de facilitación de las bibliotecas y los bibliotecarios sea proactiva, colaborativa y transformadora. Las bibliotecas y los bibliotecarios facilitan la generación de conocimiento y trabajan para lograr que tú y tu comunidad seáis más listos.

Las bibliotecas facilitan la generación de conocimiento de cuatro maneras:

  1. Proporcionan acceso
  2. Proporcionan formación
  3. Proporcionan un entorno seguro
  4. Parten de la motivación para aprender de los usuarios

Al hablar de las bibliotecas como redes de protección me he referido a algunas de estas maneras de facilitar la generación de conocimiento. Todas ellas pueden considerarse una suerte de escollo que hay que superar para aprender. Para aprender necesitamos acceder al conocimiento y, una vez lo tenemos, necesitamos entender cómo usarlo. Cuando ya sabemos usarlo debemos sentirnos seguros haciéndolo y, por último, aun teniendo acceso al conocimiento y sintiéndonos seguros usándolo, también hace falta que queramos usarlo.

Todas las bibliotecas cumplen con el primer aspecto de la facilitación, proporcionando acceso, y todas las bibliotecas aspiran a cumplir con los cuatro, al menos mínimamente. Muchas bibliotecas fallan porque ven el conocimiento como una cosa, enfatizan el acceso en exceso y apoyan el consumo en lugar de la creación de conocimiento. Si nuestras bibliotecas van a apoyar a nuestras comunidades en el futuro, deben mejorar en todos estos aspectos.

¿Qué es el conocimiento?

Sería fácil añadir, a las maneras de facilitar previamente mencionadas, los «libros», las «bases de datos» o cualquier otro tipo de materiales. Por ejemplo, proporcionar acceso a libros/bases de datos/materiales. Muchas de las bibliotecas lo hacen. No obstante, no es eso a lo que me refiero, sino a proporcionar acceso al conocimiento, y eso es algo muy diferente a los recursos, los libros y los artículos

He aquí lo que el conocimiento no es: el conocimiento no es una acumulación de hechos pasiva y tranquila. No es una base de datos de artículos ni, por supuesto, un edificio lleno de libros. No se mide por kilos o metros. El conocimiento no es estático, no está exento de pasiones, ni es en absoluto algo frío.

El conocimiento es algo innato al ser humano e íntimamente relacionado con las pasiones del individuo. El conocimiento es dinámico, vivo y cambia continuamente. El conocimiento nos hace cuestionarnos el mundo, al otro y la naturaleza de la realidad. El conocimiento es una fuerza que impulsa la economía y el arte y que debería impulsar también a los bibliotecarios a prestar su servicio. El conocimiento se construye en nuestras bibliotecas, nuestras universidades, nuestros hogares, nuestros bares y nuestros coches. El conocimiento es, en definitiva, la manera en la que interpretamos el mundo y, por tanto, determina nuestra forma de actuar.

La percepción del conocimiento como algo dinámico y que se va construyendo es importante cuando hablamos sobre ampliar las expectativas que tenemos de las bibliotecas. Simplificando, si consideras el conocimiento como algo contenido en los libros (o bases de datos y artículos), entonces facilitas la creación de nuevo conocimiento coleccionando libros y promoviendo su acceso. En cambio, si ves el conocimiento como algo más dinámico que los individuos y las comunidades van construyendo, debes cambiar radicalmente lo que la biblioteca hace y debes percibir la biblioteca como un espacio de aprendizaje activo.

Esta visión dinámica del conocimiento y del aprendizaje está cambiando la manera de enseñar a los niños en las escuelas. Atrás quedan los días en los que el modelo de aprendizaje tradicional de la clase magistral se consideraba la mejor manera de transmitir conocimientos. Actualmente, los estudiantes co-crean conocimientos, adquieren experiencia de primera mano y trabajan sobre proyectos. Esto también lo vemos en la formación de los ámbitos industrial y militar. Las largas horas de clases de PowerPoint están siendo reemplazadas por la simulación o los juegos. Las ciencias cognitivas o pedagógicas nos enseñan que las personas no son tablas rasas a la espera de que algún experto orador las llene de conocimientos. Más bien, los alumnos ahora son activos, aprenden relacionando constantemente las nuevas ideas y hechos con lo que ya conocen. La clase magistral ha sido reemplazada por el aprendizaje activo y nuestras bibliotecas deben realizar esta misma transición.

Esta nueva percepción del conocimiento como una actividad que se va construyendo activamente es quizás el mayor cambio en las expectativas que necesitamos experimentar para conseguir las bibliotecas que merecemos. Si quiero ampliar mi conocimiento, la biblioteca debepermitirme también hacerlo de forma activa. Ciertamente, en determinados casos la lectura sobre un tema es suficiente, pero en muchos otros casos necesitas practicar, experimentar y explorar para aprender.

Buffy Hamilton, de la «Biblioteca Inquieta» del Instituto de Enseñanza Secundaria Creekview, en la ciudad de Canton (en las afueras de Atlanta), estado de Georgia, lo tiene muy claro. No en vano, Buffy no pasa mucho tiempo organizando libros y colocándolos en estanterías, pues prioriza proyectos como Media 21, que describe de esta forma:

El bibliotecario escolar y el profesor de inglés colaboraron para crear una experiencia de aprendizaje participativa, que consistió en el uso de las redes sociales y de la informática en la nube para promover la construcción de conocimiento y la investigación colaborativa. Utilizando herramientas que van desde Netvibes a Evernote o Google Sites, los estudiantes bloguearon, leyeron libros de forma social aportando sus comentarios y opiniones, desarrollaron agendas de aprendizaje/investigación y presentaron lo aprendido de una forma que demostraba un uso ético de la información y de las licencias de los recursos. El programa también fue evaluado según los estándares del estado de Georgia y los de la Asociación Americana de Bibliotecarios Escolares para los estudiantes del siglo XXI.(Hamilton 2011).

Pero el de Buffy no es un caso aislado. Sue Kowalski es la bibliotecaria de la Escuela Pine Grove al este de Siracusa, Nueva York. En 2011 su biblioteca fue nombrada Biblioteca Escolar del Año del Programa Nacional de la Asociación Americana de Bibliotecarios Escolares. ¿Por qué? No por sus colecciones o su arquitectura, sino por lo que los estudiantes están haciendo para aprender y por cómo este aprendizaje está presente en cada rincón de la escuela. Sue no coloca libros en estanterías, sino que ha creado un equipo de estudiantes que se encargan de la colección a la vez que aprenden y enseñan nuevas tecnologías, detectan y resuelven problemas relacionados con ellas e incluso organizan eventos dentro y fuera de la biblioteca.

¿Cómo conectan el conocimiento y lo mejoran los buenos bibliotecarios escolares, los que desearías encontrar en tu escuela? Joyce Valenza es la bibliotecaria del Instituto de Educación Secundaria del Municipio de Springfield, a las afueras de Filadelfia. Ha escrito un manifiesto (2012) sobre el tema. ¿Qué debes esperar de un bibliotecario escolar en lo que a la lectura se refiere?

  • Considera nuevas formas de promover la lectura. Suministra a los alumnos audiolibros descargables, Playaways, Kindles, iPads, Nooks.
  • Comparte aplicaciones para leer libros electrónicos con los estudiantes para sus iPhones, droids, iPads y otros dispositivos móviles (por ejemplo, consulta Gale’s AccessMyLibrary, School Edition).
  • Promociona libros, para que tus estudiantes los compartan, utilizando aplicaciones basadas en las redes sociales como Shelfari, Good Reads, o LibraryThing.
  • Tus estudiantes bloguean o tuitean o trabajan en red sobre algo que están leyendo.
  • Los salvapantallas de tu escritorio promueven buenas lecturas, no como los salvapantallas de Dell, Apple o HP.
  • Crea enlaces a colecciones de libros gratuitas disponibles utilizando herramientas como Google Books o International Children’s Digital Library (consulta su explorador de libros electrónicos).
  • Haz reseñas y promueve la lectura de libros en tus propios blogs, entradas en la Wikipedia y otros sitios web. (Recurre también a Reading2.0 y BookLeads Wiki para la promoción de la lectura).
  • Sube libros electrónicos a tus sitios web para animar a la lectura y apoyar el aprendizaje.
  • Trabaja con los alumnos para crear y compartir trailers o comentarios sobre libros.

¿Y desde el punto de vista de la comunicación y la publicación?

  • Ten en cuenta que la comunicación es el producto final de la investigación y enseña a los alumnos cómo comunicar y participar activamente e involucrarse. Considera nuevas herramientas de comunicación interactiva y participativa para los proyectos de los estudiantes.
  • Interactúa y colabora con tus alumnos, incorpóralos a tus quehaceres, llena tu espacio físico y virtual con su trabajo y aportaciones (vídeos, música original, arte).
  • Ten en cuenta y celebra que los estudiantes hoy en día pueden publicar sus escritos digitalmente. A modo de ejemplo, consulta Digital Publishing o Digital Storytelling.

Fijaos en el énfasis que hace en los aspectos activo y colaborativo. Si leéis el documento completo, lo cual os recomiendo encarecidamente, veréis que plantea un modelo de aprendizaje muy diferente del tradicional. Un buen bibliotecario escolar no es un administrativo ni se limita a cuidar de la colección, sino que debería ser un compañero activo en el aprendizaje. Un buen bibliotecario escolar es un profesor que ayuda a mejorar a los profesores de cada área. Este bibliotecario, el que desearías encontrar en tus escuelas o centros, guía a los estudiantes en un aprendizaje centrado en la investigación, libre de los confines y limitaciones de una enseñanza demasiado estructurada, basada en los exámenes y unidireccional.

¿Cuáles son los beneficios de tener un bibliotecario así en la escuela? Se ha documentado que se reduce el abandono escolar y que mejoran los resultados de los exámenes. Los estudios llevados a cabo en Alaska, Colorado, Florida, Indiana, Massachusetts, Michigan y Carolina del Norte muestran que el desempeño de los estudiantes en pruebas estandarizadas es mejor cuando en la escuela hay un bibliotecario escolar titulado. Un estudio de Pensilvania llegó a la conclusión siguiente:

La mera presencia de una gran colección de libros, revistas y periódicos en la biblioteca escolar no es suficiente para generar un elevado rendimiento académico de los estudiantes. Estas colecciones solamente suponen una mejora cuando son parte de iniciativas globales para integrar la alfabetización informacional en los estándares y planes de estudios. (« School libraries work! » 2008).

Estas mejoras del desempeño estudiantil no provienen de tener simplemente una sala llamada biblioteca en el edificio de la escuela ni tienen nada que ver con el tamaño de la colección, sino que se deben a un factor: la presencia de un bibliotecario escolar cualificado. No obstante, no sirve cualquier bibliotecario escolar, sino aquellos que se comprometen con el aprendizaje de los estudiantes co-enseñando y trabajando con ellos en lugar de centrarse en los materiales.

Permitidme que lo diga de una forma muy sencilla: si tu escuela no tiene un bibliotecario escolar, corre un riesgo objetivo de obtener peores resultados. Debéis esperar más de la escuela. Si tiene un bibliotecario escolar y sabéis su nombre, debéis esperar más del bibliotecario. Si sois maestros y no sabéis cómo la biblioteca y el bibliotecario os pueden ayudar en el aula, tenéis que aumentar vuestras expectativas y exigir que el bibliotecario os aclare esta cuestión. Si sois directores de una escuela y solo veis la biblioteca como una extensa sala de estudio o como un lugar mediante el cual gastar dinero en libros es hora de que aumentéis muchísimo vuestras expectativas

Expandamos la definición de facilitación

Todo este énfasis en el aprendizaje tiene sentido en una biblioteca escolar, pero ¿qué ocurre con otros tipos de bibliotecas? Volvamos a la pregunta inicial: ¿en qué consiste el servicio que suministra una biblioteca? Revisemos otra vez las maneras en que se facilita la generación de conocimiento, pero ahora hagámoslo añadiendo algunas definiciones basadas en una percepción más dinámica del conocimiento.

Proporcionar acceso

La visión clásica de la provisión de acceso se centra en el acceso a las colecciones. Esta visión se ha actualizado un poco y ya incorpora el acceso a la información, pero incluso la información se define a menudo como colecciones de textos, fotografías y materiales tanto impresos como digitales. Hay un gran problema con esta visión del acceso: es unidireccional. Básicamente, hay demasiadas bibliotecas que han definido el acceso como la provisión de acceso a sus materiales. Tenemos que esperar más de nuestras bibliotecas y contar con que nos proporcionen una plataforma en la que podamos acceder a las ideas de otros y desde la que podamos hacer nuestras propias ideas accesibles a los demás.

Joan Fry Williams, bibliotecaria y destacada consultora de bibliotecas, lo expresó muy bien cuando dijo que las bibliotecas deben dejar de ser tiendas de comestibles para convertirse en cocinas. Una tienda de comestibles es un lugar al que vamos a consumir, es decir, a comprar ingredientes para cocinar. Una cocina, en cambio, es el lugar en el que combinamos estos ingredientes con nuestras propias habilidades y talento para hacer una comida. Las cocinas suelen ser espacios sociales, el lugar donde todos acaban en una fiesta porque es el lugar donde hay acción. Las bibliotecas necesitan ser cocinas, esto es, lugares sociales activos donde mezclamos un conjunto de ingredientes diversos (información, recursos, talentos) mediante una receta nueva y fascinante que puede ser compartida.

Esto es a lo que Joyce Valenza hacía alusión en su manifiesto cuando se refiere a fenómenos como el de los estudiantes que publican sus historias y colaboran con los maestros y con sus pares. Su biblioteca proporciona acceso no solamente a los materiales, sino a los compañeros, los profesores, las ideas de la comunidad y a herramientas como videocámaras, portátiles, sitios web de redes sociales, libros, etc. En cambio, fijaos en que no fue la provisión de herramientas lo que hizo de la biblioteca de Joyce una biblioteca, sino el acceso al conocimiento y a la propia comunidad. Puede que las herramientas con las que se accede cambien (de libros a libros electrónicos, de teléfonos a Skype), pero el objetivo del acceso no lo hará.

Si vuestra biblioteca es simplemente un lugar en el que consumir publicaciones y materiales ajenos y no un lugar para crear y conectarse con el resto de vuestra comunidad, debéis ampliar vuestras expectativas.

Así pues, ¿cómo puede una biblioteca facilitar la creación de conocimiento mediante la provisión de acceso? Bien, en Fayetteville se logró mediante la disponibilidad de impresoras 3D, entre otras cosas. Puede que en las bibliotecas académicas se logre ayudando a organizar equipos de estudio o creando comunidades en línea. Por ejemplo, el trabajo en equipo es un componente cada vez más importante en la enseñanza universitaria actual. Los alumnos forman grupos porque el trabajo para el que se están preparando es colaborativo e interdisciplinar, pero muy a menudo no se les da ninguna guía acerca de cómo pueden colaborar. ¿La clase proporciona acceso a herramientas en línea como foros de debate, herramientas para editar documentos en grupo o lugares donde archivar en línea materiales como citas bibliográficas? La biblioteca puede y debería proporcionar este tipo de acceso activo y ser un lugar al que se pueda acudir, ya sea físicamente o virtualmente, para obtener apoyo en el desarrollo de ideas y compartir las propias ideas con otras personas. Así es como las comunidades aprenden, a través de la colaboración y la conversación.

Ciertamente, este razonamiento asume que la gente sabe cómo manejar internet o publicar sus ideas…

Proporcionar formación

Hay un video fabuloso en YouTube titulado Medieval Helpdesk1. que muestra a un individuo del servicio técnico explicando a un monje medieval cómo utilizar un libro. Hace un repaso de lo básico, como la forma en que hay que abrir el libro y luego pasar las páginas. No, el texto no desaparece cuando giras la página, se queda ahí almacenado. Para apagar el libro simplemente tienes que cerrarlo. Como todo buen chiste, pierde su gracia cuando te lo explican (mejor id a ver el vídeo), pero cuestiona la idea de que, en cierta manera, nacimos ya sabiendo cómo usar los libros. De hecho, la sociedad gasta una gran suma de dinero enseñando a la gente cómo utilizar una tecnología tan básica como los libros. Es lo que llamamos lectura.

Todas las tecnologías necesitan una instrucción básica sobre su uso. No aprendemos a leer durmiendo encima de los libros y el acceso no es suficiente. Debemos esperar que nuestras bibliotecas nos ayuden a preparar a la comunidad para que se implique en el aprendizaje activo.

Así que ahora vamos a centrarnos en la segunda manera en que se facilita la generación de conocimiento: la provisión de formación. Las bibliotecas deberían trabajar con un miembro de la comunidad en una actividad de aprendizaje para ayudarlo a involucrarse en un tema o una actividad de aprendizaje más general. Muchas bibliotecas ya lo hacen. Por ejemplo, en las bibliotecas públicas los bibliotecarios dan clases de informática básica y de elaboración de currículums. Durante décadas, las bibliotecas académicas han proporcionado formación para la búsqueda y el uso de la información (lo que antes se llamaba formación bibliográfica y ahora suele llamarse simplemente formación). Mi historia favorita sobre la formación proviene de una biblioteca de derecho.

Un abogado se asoma al despacho del bibliotecario y le dice que lleva toda la noche buscando información sobre un testigo experto de la parte contraria. ¿Puede el bibliotecario ayudarle? Cinco minutos después, el bibliotecario le imprime la información solicitada de LexisNexis. Esta es sin duda una bonita historia de la serie «el bibliotecario al rescate», pero no es en absoluto novedosa, pues los bibliotecarios llevan dando servicios como este desde comienzos del siglo XX. Esta es una buena historia gracias a lo bien que el bibliotecario comprendió la situación y cómo actuó al respecto.

El abogado estaba buscando información sobre un testigo experto. Los abogados necesitan científicos, ingenieros, médicos y toda una multitud de expertos para ayudarles a llevar sus casos. Si un abogado está intentando probar que un acusado está loco, llama a un psiquiatra; si quiere probar que un producto químico es peligroso, llama a un químico y así sucesivamente. Esto implica que la reputación y pericia de este testigo son muy importantes, por lo que los abogados necesitan estar seguros de sus credenciales, mientras que la parte contraria trata de desacreditarlo. Esto a menudo implica descubrir que el testigo ha cambiado de opinión sobre un tema o encontrar alguna publicación científica que contradiga su testimonio.

El bibliotecario de derecho entendió que, aunque los abogados son expertos en leyes, la búsqueda y la desacreditación de testimonios periciales son en última instancia un problema de información y requieren una serie de competencias distintas a las que tienen. Los abogados no son expertos en Química o Psicología y no sabían cómo ni dónde buscar información que contradiga un testimonio. Los bibliotecarios, en cambio, sí saben hacerlo. Y ahora viene la mejor parte de la historia: el bibliotecario no fue diciéndole a todos los abogados que podía ayudarles o que a él se le daba mejor la búsqueda de información porque se dio cuenta de que a nadie le gusta que le digan que algo no se le da bien o que no todo se puede encontrar usando Google. Así que, y esto es muy bueno, organizó una clase llamada «Introducción a la desacreditación de testimonios».

En la clase, habló sobre las fuentes para encontrar artículos académicos, cómo buscar científicos de un área de conocimiento determinada, etc., y después de cada ejemplo añadió: «o si estás ocupado puedo hacerlo yo por ti». Su iniciativa fue un éxito y los abogados no solo aprendieron cómo buscar información sino que dieron con una persona que comprendía sus problemas y podía ayudarlos. En definitiva, si vuestro bibliotecario no tiene ni idea de lo que hace vuestra organización, vuestras expectativas han de ser más altas.

Hay un montón de ejemplos de buenos servicios bibliotecarios de formación y no todos consisten simplemente en sentar a los alumnos en un aula. Por ejemplo, en Delaware, la División de Bibliotecas del estado colaboró con los departamentos de desarrollo económico y de educación para adultos para construir centros de formación orientados a la creación de empleo y el desarrollo de competencias. El gobernador Jack Markell dijo:

«Esta subvención tendrá un gran impacto sobre la capacidad de proporcionar tecnología móvil muy necesaria a nuestras bibliotecas y de ofrecer a los ciudadanos de Delaware servicios nuevos que los ayuden a prepararse para realizar trabajos, encontrar trabajos y mejorar su educación. Aunque nuestras bibliotecas hacen un trabajo formidable con la información, estos servicios nuevos harán de ellas un recurso aún más valioso para la gente que está intentando prepararse para un mercado laboral cambiante» 2010).

Prácticamente todas las bibliotecas públicas en este país proporcionan apoyo quienes buscan trabajo, pero este apoyo a menudo consiste en suministrar acceso a sitios de ofertas de empleo y a ordenadores con los que escribir currículums y enviar solicitudes de empleo. En Delaware se puso el listón más alto, pues no basta con proporcionar acceso, se deben mejorar también las habilidades y la educación.

Recordaréis las bibliotecas del norte de Illinois que se agruparon para crear el proyecto Transform U. mencionado en el Capítulo 2. Estos bibliotecarios crearon colaboraciones con centros locales de formación profesional, agencias de colocación estatales y negocios locales para suministrar ayuda individualizada a la gente para que hiciesen mejor las entrevistas de trabajo. Asimismo, se brindó apoyo a la gente con las solicitudes, la burocracia, los servicios sociales o en la búsqueda de prácticas.

Estas ideas se extienden al ámbito de las bibliotecas académicas. En lugar de formación bibliográfica, las bibliotecas excelentes de hoy están introduciendo una serie de servicios de apoyo. En varias universidades, los estudiantes de primer año tienen asignado un bibliotecario cuando llegan. Aunque las universidades siempre han tenido consejeros para ayudar a los alumnos en sus estudios, el bibliotecario aconseja a los estudiantes sobre todo el entorno informativo de la universidad. Los bibliotecarios se reúnen con los estudiantes de primer año para hablar de sus clases y de los recursos que les serán útiles en esas clases. También hablan sobre los sistemas de información que los estudiantes irán encontrando, como el proceso de matrícula o cómo enviar un correo electrónico. Los bibliotecarios, que cubren todas las disciplinas del campus, ayudan hoy en día a los estudiantes a tener una visión más amplia.

Los bibliotecarios académicos no deberían detenerse aquí. Cada vez más bibliotecarios académicos se están integrando en clases y departamentos. Especialistas en determinadas asignaturas de la biblioteca monitorean los mensajes de Twitter y proporcionan ayuda inmediata. Si un profesor olvida una cita o una fecha, puede tuitear una pregunta y el bibliotecario tuitea la respuesta. Los bibliotecarios hoy en día tienen horas de tutorías durante las que van a los departamentos y trabajan directamente con la plantilla en la enseñanza y la investigación como parte de un equipo. Proporcionan formación a estudiantes y profesores no solo en caso de que la necesiten sino en el momento en que la necesitan.

Algunas bibliotecas académicas están yendo más allá del concepto de formación o preparando a los estudiantes para el trabajo académico en los departamentos universitarios. La Universidad de Carnegie Mellon, por ejemplo, ahora alberga la Iniciativa de Medios Emergentes e Integradores, que incluye un máster y

«en solo un año ya es reconocida a nivel nacional como un modelo que integra la tecnología y las artes en la educación, la investigación y las prácticas creativas. Más de 300 estudiantes y 70 profesores de 15 departamentos distintos participan en la Iniciativa».[ (University 2018).

Los bibliotecarios de la Universidad de Auckland pusieron en marcha un curso en línea sobre integridad académica (FutureLearn 2018). Este curso, que trata temas como el plagio y la ética en el ámbito académico, ha sido utilizado por decenas de miles de estudiantes en todo el mundo.

Si vuestra biblioteca, ya sea pública, académica, escolar, gubernamental, de empresa, o del tipo que sea, no está al día en el ámbito de la formación o la formación que suministra no está alineada con lo que hacéis, cuando lo hacéis y donde lo hacéis, entonces debéis aumentar vuestras expectativas.

Proporcionar un entorno seguro

Abraham Maslow fue un profesor de psicología experto en temas vinculados con la formación y el aprendizaje. Sabía, por ejemplo, que el entorno en el que la gente aprende importa. Creó lo que actualmente llamamos pirámide o jerarquía de Maslow (« Maslow’s hierarchy of needs » 2018), según la cual, para aprender, primero has de tener algunas necesidades básicas cubiertas. Por ejemplo, vas a pasarlo mal aprendiendo Física si no tienes nada que comer o cobijo para protegerte de los elementos. Maslow llamó a estas necesidades básicas necesidades fisiológicas. Asimismo, si tienes comida y abrigo pero no te sientes seguro, no hay aprendizaje (necesidades de seguridad). La jerarquía continúa hasta la necesidad de pertenencia, estima o reconocimiento y, finalmente, autorrealización. Para nuestros propósitos aquí, voy a simplificar y a centrarme en la necesidad de seguridad.

Comencé este libro con la Primavera Árabe. Muchos atribuyen a Twitter y Facebook la capacidad de generar protestas masivas y cambios en Egipto, pero lo que no suele decirse tan a menudo es que estas mismas herramientas pueden usarse para identificar y evitar protestas. Voice of America, por ejemplo, ha documentado que el gobierno de Bahrain está recurriendo a Facebook para encontrar y arrestar a manifestantes:

Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en Egipto, nunca se atendió a las reivindicaciones de los habitantes de Bahrain. El gobierno suní, con la ayuda militar de los estados del Golfo vecinos, sofocó la revuelta y, posteriormente, supuestamente recurrió las redes sociales para ayudar a identificar y castigar a los manifestantes. (« Facebook Becomes Divisive in Bahrain » 2018).

Las autoridades del gobierno iraní, la CIA y el Departamento de Policía de San Francisco recurren a las redes sociales para identificar y detener revueltas sociales potenciales. Sitios como Google y Twitter están ajustando sus políticas para permitir un mayor control por parte de las autoridades. Si los manifestantes ya están buscando otra plataforma para coordinar sus acciones es posible que ya hayamos visto la última revolución de Facebook. En cualquier caso, la biblioteca que queremos, la que deberíamos esperar, es un lugar seguro para explorar ideas peligrosas.

Seguridad física

La seguridad tiene muchas facetas y las dos que más conciernen a las bibliotecas son la seguridad física y la seguridad intelectual. Las bibliotecas públicas son a menudo citadas como refugios seguros. Los niños cuyos padres trabajan, por ejemplo, pueden ir a la biblioteca y así no están por la calle. Esto era tan importante para los ciudadanos de Filadelfia que cuando el alcalde quiso cerrar 11 sucursales de la biblioteca, los ciudadanos y el ayuntamiento le demandaron para que siguiesen abiertas. Aunque se habló de motivos como el acceso a internet y a centros de conocimiento, la razón más mencionada de lejos fue que la comunidad quería un lugar colectivo y seguro para los niños.

La idea de proporcionar seguridad física no es exclusiva de las bibliotecas públicas. Las bibliotecas escolares a menudo se convierten en refugios para los estudiantes que no encajan en otros grupos sociales. Las bibliotecas académicas son lugares seguros para que los estudiantes estudien por las noches hasta tarde o incluso para escapar de las molestias de los compañeros de habitación. Como Maslow señaló, el entorno físico importa. Así que, ¿podemos esperar de nuestras bibliotecas algo más que un guardia en la puerta? Esta pregunta fue la que planteó la Biblioteca Central de Filadelfia.

La Biblioteca Libre de la Biblioteca Central de Filadelfia tenía un problema con los «sin techo». Cada mañana, antes de abrir, los «sin techo» del centro de la ciudad se congregaban en un parque delante del gran edificio de Bellas Artes. Nada más abrir las puertas de la biblioteca, los «sin techo» querían entrar en masa para usar los baños y en busca de un lugar donde descansar. La situación llegó a su punto crítico cuando un miembro de la dirección de la biblioteca se quejó del estado de los baños después de asistir a la celebración de una serie de eventos de nivel mundial vinculados a la lectura organizados en la biblioteca.

Los bibliotecarios de la Biblioteca Central tenían que tomar una decisión. ¿Cómo iban solucionar el problema de los sin techo? Contactaron con otras bibliotecas de la ciudad en busca de consejo y ayuda y muchos de las recomendaciones que recibieron tenían que ver con maneras para mantener a los «sin techo» fuera de la biblioteca: cambios de política posibles, leyes a las que podrían apelar y otras ideas destinadas a «minimizar » el problema. No obstante, los bibliotecarios de la Biblioteca Libre escogieron un camino distinto.

Lo primero que hicieron fue contratar a hombres y mujeres sin techo como encargados de los baños para mantenerlos limpios. Luego la Biblioteca abrió una cafetería. La cafetería fue un esfuerzo de toda la comunidad y la mayor parte de la financiación provino del Banco de América. Starbucks donó el equipamiento y una panadería del barrio se ocupó de suministrar la comida. El personal de la cafetería eran mujeres y hombres previamente «sin techo» que estaban formándose y participando en un programa de transición hacia el empleo.

Esto es lo que ocurre cuando el público o, en este caso, los bibliotecarios, amplían las expectativas sobre ellos mismos y su comunidad. Miran a la gente no como problemas sino como miembros de la comunidad que necesitan servicios, apoyo, alfabetización y, en última instancia, el poder ayudarse a ellos mismos y de vivir vidas dignas. El poder de crear y aprender, no simplemente de sobrevivir. ¿Solucionó la Biblioteca Libre de Filadelfia el problema de los «sin techo» del centro de la ciudad? No, pero optó por no ignorarlo ni «minimizarlo». Impulsó la capacidad de los sin techo para lidiar con un problema que los bibliotecarios no habían sido capaces de abordar hasta ese momento.

Más adelante, cuando hablemos de las comunidades en el Capítulo 6, retomaremos el tema del edificio físico y cómo puede ser no solo seguro sino inspirador. Por ahora, vamos a centrarnos en otro tipo de seguridad.

Seguridad intelectual

Durante siglos las bibliotecas han sido líderes en seguridad intelectual. Los bibliotecarios se dieron cuenta hace tiempo de que, al igual que necesitamos sentirnos seguros físicamente para explorar y aprender, también necesitamos sentirnos seguros en lo que a nuestros pensamientos se refiere. Si percibimos que alguien está censurando ideas o vigilando y juzgando los tipos de información que consultamos, es menos probable que consultemos temas controvertidos. Este «efecto paralizante» es casi equivalente a la sensación que experimentamos al ver películas para adultos con nuestros padres a los 15 años.

Mucho antes de las revelaciones de Edward Snowden sobre la vigilancia gubernamental (« Edward Snowden: Leaks that exposed US spy programme - BBC News » 17 January 2014), los bibliotecarios ya estaban tratando de proteger a sus comunidades de la intromisión del gobierno. Quizá el ejemplo más extremo de las bibliotecas como guardianas de la seguridad intelectual fue el del caso Library Connection v. Gonzales. Bajo la ley estadounidense Patriot Act, aprobada después de los atentados terroristas del 11 de septiembre, el FBI pudo obtener los registros y documentos de las bibliotecas y de otras entidades durante el transcurso de las investigaciones. Eso en sí mismo no era nuevo. El FBI había tenido siempre el derecho a obtener dichos documentos. Lo nuevo era que el FBI ya no necesitaba una orden judicial para hacerse con ellos, sino que podía enviar las llamadas Cartas de Seguridad Nacional por su cuenta. Es más, las bibliotecas (o videoclubs o escuelas) ya no podían apelar legalmente contra la petición realizada y, además, la carta venía con una orden de guardar el secreto de sumario, lo cual además significaba que no se podía contar a nadie que se había recibido dicha carta y mucho menos apelarla. La lógica detrás de este cambio era agilizar las investigaciones y evitar que se filtrasen detalles relativos a las mismas.

Estas disposiciones de la Patriot Act, no les gustan a la mayoría de los bibliotecarios. Los bibliotecarios habían hecho de la privacidad de los usuarios algo fundamental durante décadas, temiendo un efecto paralizante y de autocensura de los propios usuarios si llegaran a sentir que lo que leen o lo que consultan en internet está monitoreado. Los bibliotecarios opinan que el mejor conocimiento se desarrolla a partir del más amplio abanico de fuentes. Los usuarios deben sentir que lo que miran o consultan no se monitorea ni se juzga. Dicho de otro modo, la seguridad intelectual no va de tener usuarios que solo consultan información segura, sino de que los usuarios se sienten seguros si están de acuerdo con ideas atrevidas o desafiantes.

Con la Patriot Act, los bibliotecarios ya no podían garantizar seguridad a la comunidad. En 2004, un grupo de bibliotecarios de Connecticut pensaron que las cosas habían ido demasiado lejos en el equilibrio entre la aplicación de la ley y las libertades civiles y decidieron hacer algo: fueron a los tribunales al recibir una Carta Nacional de Seguridad, a sabiendas que podían ir a la cárcel por hacerlo. Aparentemente, los tribunales, incluido el Tribunal Supremo, estuvieron de acuerdo en que el equilibrio había sido desastroso y la orden de secreto de sumario fue invalidada.

No cuento esta historia como una moraleja derivada de la Patriot Act, sino para mostrar que las bibliotecas: 1) Consideran (o al menos deberían hacerlo) que la seguridad intelectual es algo muy preciado; y 2) Que pueden hacerlo dentro de los parámetros establecidos por la comunidad. Los bibliotecarios de Connecticut no le susurraron al oído a la persona investigada en un aparcamiento oscuro que habían recibido una Carta Nacional de Seguridad. Es decir, los bibliotecarios no ignoraron la ley, sino que fueron a los tribunales y no para obtener algún privilegio, sino para restaurar un equilibrio duradero entre la divulgación de la información, la privacidad, las libertades civiles y la libertad de expresión. Las bibliotecas todavía tienen que proporcionar información del usuario a las fuerzas de seguridad, pero solo bajo supervisión judicial.

Aunque no creo que podamos esperar mucho más de los bibliotecarios que el hecho de que se arriesguen a ir a la cárcel por defender el derecho de la comunidad a explorar ideas, podemos pedir que las bibliotecas extiendan sus ideales más allá de las paredes de su edificio. Por ejemplo, muchas bibliotecas hacen un gran esfuerzo para que se respete la privacidad de lo que en ellas se hace y se esfuerzan para eliminar los historiales de navegación por internet después de cada uso. Depuran los registros de navegación y no rastrean los libros que se buscan. Hacen una labor muy encomiable (podría decir que incluso demasiado buena) de deshacerse de nuestro historial en la biblioteca y sus sistemas informáticos. En cambio, ¿cuándo fue la última vez que vuestro bibliotecario os informó de que cada búsqueda bibliográfica que hacéis desde casa puede ser registrada por vuestro proveedor de servicios de internet? ¿Os informan de que, aunque uséis un ordenador «anonimizado» en la biblioteca, cada vez que entráis en Facebook vuestras búsquedas pueden ser rastreadas por la compañía de la red social… incluso cuando no estéis en Facebook?

Hoy en día, las amenazas a nuestra privacidad no vienen del Gran Hermano (el gobierno), sino de miles de «pequeños» grandes hermanos. Facebook, Google, Twitter, bancos y compañías de seguros han gastado millones y millones de dólares en rastrear lo que miramos, dónde estamos y qué riesgos representamos.

Alexis Madrigal escribió acerca de esto en el National Journal :

No hay nada necesariamente malo en este intercambio subterráneo de datos: después de todo, este es el ecosistema de la publicidad que sostiene el contenido gratuito en línea. Esos datos permiten a los anunciantes mejorar sus anuncios y medir cuán bien están funcionando. Y no lo digo para meterme con el New York Times. Si vais a la página del Huffington Post, The Atlantic o el Business Insider sucede lo mismo en mayor o menor grado. Cada movimiento que hacemos en internet vale algo de dinero para alguien y hay numerosas empresas que quieren asegurarse de que no haya un solo movimiento en internet sin monetizar. (2012).

Si las bibliotecas deben proporcionarnos acceso a estos servicios y enseñarnos a usarlos, ¿no tienen también la obligación de informarnos acerca de las amenazas a nuestra privacidad que plantean? ¿No deberían representar a la comunidad en el debate público sobre estos aspectos? Ampliar las expectativas con respecto a las bibliotecas significa esperar que estén informadas sobre las amenazas a la privacidad a una escala global y que trabajen con la comunidad para establecer informalmente un nivel aceptado de divulgación de información.

Esto es exactamente lo que vimos en Lebanon, New Hampshire. La biblioteca pública, con la aprobación de su junta directiva, instaló un nodo Tor (Farivar 2015). La red Tor permite a la gente usar internet anónimamente redireccionando el tráfico a través de una compleja red global de nodos, de modo que es casi imposible determinar el origen de una transacción en línea. Tor fue desarrollada originalmente por los militares estadounidenses para proteger las comunicaciones de la inteligencia militar (« Tor (anonymity network) » 2018), por lo que cumple su función con creces. Desde entonces ha sido utilizada por los disidentes en regímenes represivos y sí, también por los piratas de videos. Así, la biblioteca decidió ser parte de la red para preservar la privacidad de sus miembros.

Un día después de que la biblioteca instalara el nodo (un servidor que ayuda a rebotar y anonimizar el tráfico de internet), el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos y la administración le pidieron que lo desmantelase. Las autoridades dijeron que Tor puede utilizarse para encubrir actividades ilegales e ilícitas. Por supuesto, lo mismo sucede con internet en general, con el sistema de telefonía y con el correo electrónico. Un mes después de desmantelar el nodo, la dirección de la Biblioteca Pública de Lebanon, en una declaración pública apoyada por unanimidad, lo volvió a instalar.

Puede que conozcas Tor o no, o que estés de acuerdo o no con la decisión de la dirección de la Biblioteca Pública de Lebanon. Lo que esta historia pretende transmitir es que no solo buscó proteger activamente la privacidad de sus miembros, sino que lo hizo mediante un proceso de debate inclusivo con la comunidad. No deberíais esperar solo que vuestras bibliotecas crean en la importancia de vuestra seguridad intelectual, sino también que trabajen activamente para informaros acerca de los temas vinculados con la seguridad intelectual y mostraros los medios que está utilizando para apoyaros en ese ámbito.

Partir de nuestra motivación para aprender

Para hablar sobre motivación necesito volver a la Biblioteca Libre de Fayetteville. Veréis, mientras estábamos ocupados imprimiendo el robot y el anillo en la impresora 3D, la bibliotecaria, Lauren, mencionó una jornada de puertas abiertas inminente para el Fab Lab que incluiría la impresora 3D, la producción de joyas y hacer cosas con cinta adhesiva…si lograba encontrar a alguien que hiciese cosas con cinta de adhesiva. Riley, mi hijo de 11 años, dijo: «Yo hago cosas con cinta adhesiva», y antes de que Lauren pudiese reaccionar ya le estaba enseñando fotos de sus crea- ciones almacenadas en el teléfono móvil.

—Genial, entonces puedes enseñar tú cómo se hace —dijo Lauren sin dudarlo—. Y eso fue lo que Riley hizo.

La experiencia en la Biblioteca Libre también tuvo un impacto evi- dente en Andrew, mi hijo pequeño, pues una semana después tuvo una gran idea para la feria de ciencias de ese año. Dijo que iba a diseñar la biblioteca del futuro y en 10 minutos hizo un esbozo en papel.

A los 20 minutos, él y su hermano estaban construyendo la bibliote- ca en Minecraft , un conocido juego similar a SimCity. Claro, podían usar también Legos (como Andrew hizo después), pero los Legos no te per- miten invitar a tus amigos de todo el mundo a caminar por tu biblioteca. Mientras escribo esto, hay ya unos 100 millones de usuarios registrados de Minecraft (Makuch 2014.)

Ilustración 4. La biblioteca del futuro diseñada con Minecraft por Andrew y Riley Lankes

El sábado siguiente trajimos la 'Biblioteca del Futuro' en una llave USB. Y lo imprimimos.

Ilustración 5: Andrew con su diseño hecho con Minecraft de la biblioteca del futuro impreso con la MakerBot Th ing-o-Matic

Quizás penséis que ahora me voy a poner a hablar de los millennials o del poder de los Fab Labs, pero ese no es el objetivo de esta historia. Lo importante para mí es la motivación que tenían mis hijos y cómo la bi- bliotecaria la alimentó. Desde luego que la impresora 3D era genial, pero eso no fue lo que enganchó a Riley. Lo que le enganchó fue que Lauren le sugirió enseñar cómo hacer cosas con cinta adhesiva en una clase y que, al llegar al Fab Lab dos semanas después, vio que los bibliotecarios habían colgado en la puerta un letrero anunciándolo. Lo que enganchó a Andrew fue sentarse durante la jornada de puertas abiertas junto a la MakerBot mientras imprimía y explicar cómo funcionaba y lo que estaba imprimiendo

Identifi car y promover la motivación para aprender es la forma más importante de facilitar la generación de conocimiento. Sin ella nadie está predispuesto a aprender y todos los programas, servicios y actividades de la biblioteca resultan totalmente inútiles.

Hay muchas maneras en las que las bibliotecas pueden inspirar a los miembros de la comunidad y transformar su motivación en aprendizaje, creación de conocimiento y, en última instancia, en mejoras de la socie- dad. No obstante, una de las más poderosas es que la biblioteca le ceda algo de control y autoridad a la propia comunidad, y eso va más allá de organizar una junta o un comité de supervisión o que la comunidad sea, en última instancia, la propietaria de la biblioteca ya que la fi nancia a tra- vés de los impuestos y las matrículas. Se trata de que la comunidad sea la copropietaria de los servicios que la biblioteca suministra.

El poder de copropiedad no está en absoluto restringido a las biblio- tecas. Cuando mis hijos estaban trabajando en estos proyectos, la univer- sidad en la que trabajo buscaba nuevos métodos de enseñanza. Uno de los que se debatían a menudo era el del «aula del revés», en el que los alumnos hacen los deberes (como trabajar en proyectos) en clase y hacen las cosas de clase (como escuchar lecciones en línea) en casa. Pero en medio de este debate y mientras la impresora 3D funcionaba tuve una revelación:

Mientras estamos sentados aquí debatiendo cuándo impartir las clases o cuánto deben durar o a través de qué canales hacerlo el cambio verdadero ya está produciéndose. ¿Que si la clase ha de ser más corta o más larga? Esa no es la cuestión. No, el cambio importante es que los miembros de la facultad (profesores, bibliotecarios) están perdiendo control. El cambio verdadero es el contraste entre los profesores y bibliotecarios creyéndose que ya tienen los contenidos y debatiendo cómo impartirlos y la realidad de que deben volver a aprender esos contenidos continuamente junto a sus estudiantes, los usuarios y los empleados.

La parte de volver a aprender es fundamental, pues no se trata solo de ceder el control o de convertir la educación en un larguísimo proyecto que los estudiantes deban hacer por su cuenta. Los buenos maestros y los buenos investigadores tienen cosas que aportar y siempre tendrán una gran capacidad de liderazgo. Hay que concienciarse de que la copropiedad de un currículo o de un programa bibliotecario exige una reinvención constante, aunque solo sea para aplicarlo a contextos nuevos. Por ese motivo el modelo universitario basado en el investigador/profesor ha funcionado bien durante tanto tiempo y en cuanto estas dos facetas se desconectan las cosas dejan de funcionar.

Lo mismo sucede con nuestras bibliotecas. El concepto de Maker Space que la biblioteca de Fayetteville está tratando de implementar (un lugar no solo para estudiar sino para crear) no funciona si no implica a todas las partes (bibliotecarios, usuarios, expertos, padres y niños) y estas comprenden que todas ellas están aprendiendo simultáneamente. Si cuando un niño aparece se le trata como a un consumidor, el Maker Space fracasará. Ninguna MakerBot de 2.000 dólares puede equipararse a lo que ofrecen los Legos o juguetes comprados en la tienda. No, el truco está en mostrarle al niño, a su padre o a los miembros de la comunidad que son parte del proceso de aprendizaje y del descubrimiento de algo nuevo, aunque sea nuevo solo para ellos. Han de convencerse de que todos estamos descubriéndolo sobre la marcha. ¿Y si hay cosas que ya sabemos? Pues entonces toca probar cosas nuevas.

Sé que hay debates profundos abiertos sobre el papel de los expertos, el valor de la experiencia y el valor pedagógico de los métodos nuevos y los tradicionales. Lo reconozco. Sé que estoy simplificando en exceso, pero es que de eso se trata. Estos debates sobre las competencias y la pedagogía deben quedarse en eso: en debates y conversaciones. Resultan confusos y hay egos muy grandes implicados, pero si no logramos que las conversaciones vayan más allá de los profesores y los bibliotecarios estaremos aniquilando una oportunidad única para que las comunidades se motiven y se impliquen. Y si la conversación se muere habremos fracasado en nuestra misión. Tenemos que aumentar nuestras expectativas.

Maestro, bibliotecario, mago, espía

Si os quedáis con una sola idea de este capítulo, que sea esta: deberíais esperar que vuestras bibliotecas faciliten la generación de conocimiento de modo proactivo. Es muy probable que os preguntéis: ¿Por qué esto es una biblioteca y no una escuela? De hecho, si repasamos las cuatro maneras en que los bibliotecarios facilitan la generación de conocimiento, podrían aplicarse también a los profesores, los periodistas e incluso a los editores. Ciertamente, la misión de mejorar la sociedad a través de la generación de conocimiento podría aplicarse a todos estos profesionales.

La respuesta corta es que las maneras de facilitar la generación de conocimiento no aplican de modo exclusivo a las bibliotecas, pero la forma en que lo logran sí. Las bibliotecas no se definen por sus edificios, sino por cómo combinan su misión, los modos en que facilitan la generación de conocimiento y, en último término, un conjunto de consideraciones éticas y de habilidades. Creo firmemente que, con el tiempo, los aspectos relativos a la facilitación del conocimiento que incumben a los periodistas, los profesores y los editores se parecerán cada vez más. Volveremos a tratar este tema cuando hablemos sobre «los facilitadores” en el Capítulo 7. Por ahora, necesitamos ahondar más en las consideraciones éticas previamente mencionadas y en lo que quiero decir exactamente con «mejorar la sociedad».

Referencias

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Farivar, Cyrus. 2015. « Library’s Tor relay—which had been pulled after feds noticed—now restored ». Ars Technica. https://arstechnica.com/tech-policy/2015/09/small-town-library-restores-tor-relay-which-had-gone-dark-for-weeks/.

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  1. NRK (2007), extrait provenant de la série télévisée Øystein og jeg. En ligne.